La aparición de nuevas experiencias comunicativas, surgidas desde el mismo seno de las comunidades indígenas, comienza a insinuarse como noticia para los medios más masivos. La novedad es que a partir de ahora son los mismos aborígenes quienes –a través de sus propios medios– podrán “apropiarse de la palabra”, como a ellos les gusta decir. Cuando en los ‘90 la epidemia del cólera azotó el norte argentino, algunos periodistas tuvimos la oportunidad de recorrer las distintas comunidades indígenas. Para poder comunicarnos necesitábamos traductores del toba, pilagá y wichí.
Conocimos, entre mucha otra gente interesante, a una mujer toba que dictaba clases en una escuela formoseña tanto en castellano como en su idioma materno. Ella, además, era música, lo que le había permitido visitar otros países en representación de su pueblo. Y supimos de un sacerdote que eligió vivir con los aborígenes, y estuvimos con artesanas, y con el primer locutor indígena. En esos pocos días tomamos contacto con sus vergüenzas, discriminaciones y orgullos. La existencia de una Red de Comunicadores Indígenas y la inauguración de la primera radio –con licencia– del pueblo mapuche es un paso importante en el camino de la comunicación social. Pero, sobre todo significa desandar un camino de marginación que durante siglos sufrió una parte invisibilizada de nuestra sociedad. Los periodistas somos testigos y relatores de la realidad, pero también protagonistas. Algunos estamos construyendo una imagen de la realidad que integra a todos los actores sociales, para contribuir al diálogo y para incorporar a nuevos protagonistas. Nos esforzamos en ser pluralistas y sumar fuentes. No queremos ser dueños de la información, porque la fortaleza está en el servicio. Ahora los periodistas tenemos la posibilidad de contactar al corresponsal indígena elegido por su comunidad para saber qué, cuándo, dónde. Y a partir de mayo, los mapuches podrán producir sus programas radiales, y escucharlos en su idioma.
* Editora del sitio web Periodismo Social.