LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Desde Estados Unidos, Silvio Waisbord expone su punto de vista acerca de la existencia de dos narrativas que batallan en la interpretación del asesinato del adolescente afroamericano Trayvon Martin y ponen al descubierto la ilusión del post-racismo.
› Por Silvio Waisbord *
Desde Washington, EE.UU.
El asesinato de Trayvon Martin, el adolescente afroamericano, continúa atrayendo enorme atención pública en Estados Unidos. George Zimmerman, capitán del comité de vigilancia de un barrio cerrado en Samford, Florida, mató a Martin a fin de febrero, pero aún no está bajo custodia policial. El jefe de policía de Samford, quien dijo que Zimmerman no fue arrestado porque actuó en “defensa propia”, renunció en medio de críticas sobre su desempeño en la investigación. Organizaciones para los derechos afroamericanos y otras asociaciones se movilizaron para demandar justicia. Dos narrativas batallan la interpretación de los hechos y las personas al centro de esta tragedia. La capucha (“hoodie”) que utilizaba Martin para protegerse de la llovizna cuando fue asesinado se convirtió en objeto de feroz disputa cultural-política. Para unos, es símbolo de identificación con la víctima, objeto del cotidiano adolescente, como los caramelos y la bebida que llevaba al momento de ser asesinado. Fue reivindicada por deportistas, celebridades y otros ciudadanos movilizados en apoyo de la víctima. En cambio, para quienes encendieron el previsible ventilador de rumores y prejuicios, la capucha es señal inequívoca de delincuencia. Tal acusación ha sido eslabón de una cadena de estereotipos para criminalizar a la víctima. La capucha y otros rasgos de su vestimenta, información hackeada de su teléfono y su desempeño escolar fueron colocados en los medios para presentar a Martin como un bandido juvenil y volverlo a matar, esta vez en la Corte de la opinión pública.
Los medios han cubierto el tema con obsesión, detallando la cotidianidad de Samford y el lenguaje usado por Zimmerman en sus llamados a la policía mientras perseguía a Martin. Inevitablemente, cuando la prioridad es capturar audiencias, varios medios se fueron a la banquina del sensacionalismo. La NBC ofreció una edición perversa de la conversación telefónica de Zimmerman y la policía (el editor responsable fue echado del trabajo). Los infaltables comentadores de la cadena Fox lanzaron acusaciones a Martin y a su familia con la única intención de reforzar los estereotipos de su fiel audiencia.
La saturación mediática vuelve a poner al descubierto una combinación explosiva de temas sensibles de la sociedad norteamericana –armas, identidad racial y étnica, violencia–. La obsesión reinante produce una conversación fragmentada, anómica y agresiva. Refleja la dificultad de hablar sobre violencia en una sociedad que, a pesar del menor número de crímenes de las últimas décadas, glorifica las armas y la figura del “vigilante” que hace justicia con sus propias manos. Leyes que autorizan a los justicieros, como Zimmerman, a “defender tu territorio” existen en Florida y más de treinta estados. No puede haber diálogo franco sobre raza, etnicidad y racismo en un país que hace oídos sordos a la discriminación cotidiana y un terrible legado histórico.
El mejor testimonio de la patética dificultad de confrontar la violencia y el racismo fueron las medidas palabras del presidente Obama, quien calificó el hecho como una “tragedia” y dijo que “si tuviera un hijo, se parecería a Trayvon”. Más allá de su valor simbólico, la elección de un presidente afroamericano no abrió el camino hacia el post-racismo, un supuesto Shangri-La sin odio ni opresión. Obama tocó el tema en puntas de pie y se llamó a silencio de cara a las elecciones, atrapado por su propia voluntad y los estrechos márgenes de “lo decible” del discurso político norteamericano. Aun así, le llovieron las críticas desde la derecha republicana con la previsible acusación de que politizó el tema, como si lo sucedido fuera una preocupación de la química o la astrofísica. Raza y violencia son terrenos resbaladizos para cualquier político, especialmente si quiere promover un debate honesto y cuestionar los prejuicios.
Las narrativas en pugna reflejan verdades selectivas sobre el homicidio de Martin. Encuestas recientes muestran que mientras que la mayoría de afroamericanos piensa que hay racismo tanto en el asesinato de Martin como en la actuación de la policía, una minoría de los blancos coincide. Mientras que para la mayoría de los republicanos y blancos los medios dedicaron exagerada atención al tema, los demócratas y afroamericanos disienten.
La “disonancia cognitiva” –ver lo que uno quiere ver según identidades políticas y raciales– filtra las interpretaciones. Quienes lo ven como un simple hecho policial prefieren que el tema desaparezca; otros reclaman justicia y temen que termine siendo un episodio más en la crónica violencia contra jóvenes de minorías étnicas.
El “post-racismo” es ilusión de una sociedad dividida, blindada por su amnesia histórica y enamorada de los justicieros y las armas.
* Argentino. Profesor, Escuela de Medios, George Washington University, Washington.
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