LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Las imágenes tampoco son neutras. Especialmente cuando están insertas en el contexto del discurso periodístico. Ximena Schinca reflexiona sobre el valor de las imágenes, los riesgos y hasta las posibles traiciones que pueden generar
› Por Ximena Schinca *
Cuenta la leyenda que, en 1895, los primeros espectadores de la célebre película de los hermanos Lumière, Llegada de un tren a la estación, huyeron horrorizados creyendo que la locomotora era real y podría atropellarlos. El corto de 60 segundos de duración mostraba la llegada de un tren a la estación de La Ciotat en Francia, avanzando hacia el público presente. Lo que la leyenda no dice es que si los Lumière hubieran previsto el pánico que podía causar su breve obra, posiblemente habrían advertido a los espectadores sobre el potencial engaño de sus imágenes.
Leyenda o hecho real, la imagen suele traicionar destinatarios, medios, mensajes, autores. O, al menos, a sus intenciones. Como hace unas semanas, cuando el diario El País detuvo la distribución de su edición impresa y retiró de su página web una fotografía falsa que mostraba, bajo el título “El secreto de la enfermedad de Chávez”, al presidente venezolano entubado en la cama de un hospital (24/01). Horas después, el matutino español explicaba que el error había sido de la agencia Gtres Online que le había suministrado la foto. En una suerte de fe de erratas, el periódico señaló que la imagen “era pertinente en un momento en que el estado de salud del presidente es motivo de gran polémica”, que pedía disculpas a sus lectores “por el perjuicio causado”, y que prometía revisar “sus procedimientos de verificación a la vista de los errores cometidos”. O bien, que la imagen no se correspondía con los (discutibles) propósitos del medio.
Semanas antes, una ilustración a propósito de un artículo sobre el 7D y una medida cautelar a favor de Clarín le jugó una mala pasada a un prestigioso dibujante de ese mismo diario. Hermenegildo Sábat se vio obligado a aclarar que, lejos de su intención estuvo representar a una mujer golpeada; o bien, que su caricatura de Cristina Fernández de Kirchner con un ojo morado a golpes (políticos) no buscaba remitir a ningún tipo de violencia contra la mujer. En una entrevista a Perfil (30/12), Sábat argumentó que dibujó “cosas que, comparadas con ésta, eran violentísimas”, se preguntó si entonces “el señor Menem” tendría que haberlo acusado de “homofóbico” y agregó que nunca recibió advertencias sobre su trabajo “siquiera durante la dictadura militar”. Tras el cuestionamiento de la Legislatura porteña por entender que el dibujo de la Presidenta representaba una idea “fuertemente sexista y misógina”, distintos periodistas expresaron su solidaridad con Sábat y afirmaron que “la caricatura sólo se puede entender como una manifestación de humor político, que tiene una tradición más que centenaria en la Argentina”. O en el caso, que esa imagen no valía más que el texto al que acompañaba.
Imágenes, medios, autores y mensajes frente a un mismo dilema. ¿Traición, error o fatalidad inevitable? En el arte, la famosa pintura de René Magritte de una pipa y un texto paradojal: “Ceci n’est pas une pipe” (esto no es una pipa) permitió reflexionar sobre la perturbadora –y contradictoria– relación entre imagen y realidad. En periodismo sucede que en ocasiones la paradoja deviene franca desmentida cuando requiere de aclaraciones respecto de lo que resuena como su lectura más inmediata. Es que una de las funciones de sus imágenes radica en dejar reconocer –sin vacilaciones o equívocos– al objeto que representa. Cuando de información se trata, fotografías, dibujos, caricaturas resultan simplemente pipas, mujeres, presidentes, guerras, poblaciones. Hiperrealismo posmoderno. Fin y triunfo del simulacro. O bien, diría el Freud más profano, es que “a veces una pipa es una pipa”.
Vivimos en épocas en las que “el museo de la memoria en Occidente es ya sobre todo visual”, reflexionó Susan Sontag a propósito de las fotografías que mostraban a soldados estadounidenses torturando a prisioneros iraquíes en una cárcel de Abu Ghraib. Tras criticar la doctrina bélica de George W. Bush, la ensayista insistía sobre la importancia de ponerle nombre a esas imágenes aberrantes. ¡Tortura!, dijo. Y concluyó que “las imágenes no desaparecerán”, que “las fotografías seguirán asaltándonos” y que “la distinción entre fotografía y realidad, entre política y manipulación, se puede desvanecer con facilidad”. O bien, que una imagen puede decir más que mil palabras siempre que se quiera ver –y escuchar– el mensaje. Sin matar al mensajero.
* Coordinadora del Departamento de Diversidad y Género de la SID. (www.sidbaires.org.ar) @ximeschin.
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