Mié 18.05.2016

LA VENTANA  › MEDIOS Y COMUNICACIóN

Luna de Avellaneda 2016

Nelson Cardoso recuerda la película Luna de Avellaneda (Campanella, 2004) referida a situaciones vividas en el 2001, para preguntarse si no se trata acaso de una premonición o metáfora de la Argentina actual.

› Por Nelson Cardoso *

Cuántas veces se ha dicho que la ficción supera la realidad; en materia de series, y particularmente en películas de cine. En este caso se trata de la película Luna de Avellaneda, esa obra maestra dirigida por Juan José Campanella en el año 2004.

La película se desarrolla en el contexto económico y social argentino, particular de la ciudad de Avellaneda, en los primeros años del 2000.

Cuenta la vida y suerte de un club de barrio, Luna de Avellaneda, en un momento de profunda crisis por el no pago de una deuda contraída y acumulada durante muchos años con el fisco. En la última escena, se desarrolla una asamblea extraordinaria, entre los socios activos del club, para tratar una propuesta de privatización del mismo, planteada por un dirigente municipal genialmente interpretado por Daniel Fanego que hace de un tecnócrata devenido en funcionario del municipio de Avellaneda. Funcionario a quién, la comisión directiva, le va a pedir asesoramiento y ayuda frente al aviso de deuda que el club contrajo con el fisco. Y quien propone como solución privatizarlo, para lo cual pide que los socios se reúnan en asamblea para tratar su propuesta.

Durante la misma y ante un puñado de lo que queda de socios activos, Alejandro (Daniel Fanego) encarna el relato de un político tecnócrata que viene a traer la solución a un problema: vender el club para hacer un centro nocturno de azar (un casino). Propone transformar una entidad social, cultural y deportiva de más de sesenta años, en una empresa con fines de lucro. Con la promesa, repetida hasta el hartazgo, de crear doscientos puestos de trabajo para los socios del club, la instalación de un casino, con tres bares y dos restaurantes. Para que “todos podamos volver a soñar en grande” repetía.

La película muestra el contraste de la participación de los vecinos de Avellaneda, en el contexto social y económico de los años ´50 en un club floreciente, con ocho mil socios activos, rodeado de fábricas pujantes. Avellaneda era un polo industrial lleno de fábricas y la gente podía ir al club a entretenerse, hacer deporte, a tener amigos y a vivir. En contraposición el film muestra una Avellaneda convertida en un cementerio de hormigón, con gente desocupada y que trata de sobrevivir, en lugar de vivir. Y con el club con apenas doscientos sesenta socios.

Ricardo Darín, encarna a Román, un miembro de la comisión directiva, socio vitalicio que, el destino hizo, que naciera en el propio club. Remisero que minuto que tiene libre, minuto que lo destina voluntariamente a su club del alma.

Durante el desarrollo de la asamblea, Román se opone a la propuesta del funcionario municipal, liderando un discurso que apela al pasado de oro del club y del barrio, al valor de lo que significa una institución como lugar de encuentro y de vida de vecinos y amigos, algo “que no tiene valor monetario”. “Se acuerdan cómo era antes? Yo venía de la fábrica y le decía a mi mujer....hoy fabricamos cien heladeras....hoy ¿qué le digo?...perdió el punto, ganó la banca...como siempre”.

Alejandro y Román representan dos proyectos totalmente contrapuestos para con el futuro del club. Alejandro propone resolver el problema privatizando el club, “yo ya estuve charlando con los vecinos del barrio, y ellos están muy interesados en mi propuesta”, argumentaba a su favor. “Son los buenos negocios los que llevan un país para arriba”.

El discurso de Román apelaba a salvar el club, con trabajo, con esfuerzo y con solidaridad. “Si hay que cambiar, cambiemos, pongamos una huerta, fabriquemos algo”; “hagamos los negocios, pero hagámoslo nosotros”.

El resto de los socios intervienen apoyando a unos y a otros, expresando todo tipo de posturas. Habla un socio y es denunciado por otro que lo acusa de haber cerrado una fábrica del barrio y haber dejado en la calle a cincuenta trabajadores, entre esos su propio padre. Otro socio dice: “no se dan cuenta que estos tipos se quieren afanar el club, como se robaron todo”.

La asamblea finaliza con una votación donde gana la propuesta de vender el club por unos pocos votos (veintiséis votos por no vender contra treinta y tres por venderlo).

Dos propuestas, dos relatos. Una deuda. Una votación pareja, donde gana la privatización. Un club, un país. ¿Acaso una premonición o metáfora de la argentina actual?

Sobre el final de la película, Román y su familia derrotados, deciden irse a vivir a España. Ya partiendo Román le dice al amigo: ¿cómo se hace un club nuevo? Él le responde: habrá que averiguarlo… En eso estamos los veintiséis que votamos en contra.

* Docente FSOC/UBA y UNLaM.

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