LA VENTANA • SUBNOTA
› Por Marta Riskin *
Cuando el sentido común carece de lucidez, “común” no involucra comunidad alguna, y ciertos acuerdos (parlamentarios por ejemplo) no son hijos del debate ideológico sino meros engendros de intenciones mezquinas, los viejos mitos participan de realidades que los transcienden. Así, la Hidra de Lerna y el Can Cerbero, hermanos con múltiples cabezas e idéntico oficio a las puertas del Hades (impedían que entraran los vivos y salieran los muertos), mutan en quienes pretenden que “Monopolio” es un juego de mesa, “Prensa Independiente” marca registrada y “Opinión pública”, la credencial de un club muy exclusivo. Afirman “cualquier persona que conozca los puestos de venta de diarios y revistas, sintonice la radio o recorra la oferta de canales de televisión” observa que “operan numerosos medios con los más diversos contenidos y orientaciones”, en tanto encubren la concentración de papel y prensa, cables de televisión y los datos comerciales que conoce cualquier pequeña agencia publicitaria. Sin embargo, sus tergiversaciones demuestran que en los reinos míticos se urden mentiras, instalan falsas certezas e imponen miedos sólo hasta que nos atrevemos a cuestionar sus mundos imaginarios, las ominosas omisiones, la saga de incoherencias y verdades a medias.
Asistimos a momentos históricos.
Desde el propio Olimpo admiten el fracaso de los planes de Plutón y sus socios del Tártaro y ya no sólo los especialistas advierten contradicciones tales como elogiar los cortes de ruta y condenar a renglón seguido las marchas en el ágora porteña o pretenderse demócratas mientras demoran la aplicación de una ley que apenas limitaría la omnipotencia del relato único. Y si la desesperada apelación a cualquier recurso que impida, o demore, la aplicación de la ley de medios audiovisuales expresa, con hercúlea claridad, que la mentada independencia política y económica de los grupos hegemónicos es tan engañosa como las sierpes de la Hidra o los mordiscos del perro infernal; la desnudez del rey y sus fieras también revela a la mayoría de los espectadores, periodistas y jueces incluidos, la urgencia con la cual necesitamos adquirir, desarrollar y difundir nuevas herramientas y percepciones comunicacionales.
Hoy resulta tan deseable como posible, capacitar a nuestra ciudadanía en la interpretación de los mensajes mediáticos. Distinguir entre quiénes desinforman a conciencia de aquellos que sostienen diferentes opiniones, acordar o discrepar con fundamentos y respetar los mutuos desacuerdos y la legitimidad del disenso, se educa y se aprende. También ayudaría a quienes carecen de mejores argumentos y, nada casualmente, utilizan agravios y violencias que acaban por beneficiar a quienes dicen combatir.
Hace demasiado que los simples mortales de estas latitudes esperamos debates profundos y honestas diferencias. Sólo falta que despierte la Justicia y destrabe la vigencia de la voluntad popular para optimizar las condiciones del mutuo aprendizaje. Es un ejercicio de esperanza, aun cuando hayan abusado durante décadas de nuestra paciencia.
* Antrópologa. Universidad Nacional de Rosario.
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