MITOLOGíAS › LA PáGINA DE ANáLISIS DE DISCURSOS
Reflexión sobre los excesos verbales de Elisa Carrió y la crispación del escenario político.
› Por Sandra Russo
De un tiempo a esta parte, Elisa Carrió logró ser considerada inimputable por mucha gente, que encuentra sus vaticinios y sus diagnósticos tan arrebatados y delirantes que considera que no vale la pena ponerse a contestarle. Después de todo, es la líder de una de las principales fuerzas de oposición, e incluso cierto pudor democrático obliga a quienes vertimos opiniones a pulir los adjetivos, para evitar la épica del rechazo. Sin embargo, creo que la tensión creciente de estos días exige algunas responsabilidades en todos, y creo que hay límites que se han cruzado. Límites que tienen que ver con todo lo sufrido, con todo lo perdido colectivamente.
Hubo experiencias históricas deleznables encabezadas por gente cuya salud mental o su estabilidad emocional no estaba clara. Pero aquí no viene a cuento ni la salud mental ni la estabilidad emocional de Carrió, sino su irresponsabilidad política. La semana pasada hubo en el Congreso un acto de repudio a Carrió, protagonizado por paraguayos residentes en la Argentina, por haber negado, ella, que durante la larga dictadura de Alfredo Stroessner hubo persecución, tortura y asesinatos de opositores. En un proyecto de declaración, se habló de “negacionismo”, incluyendo en la figura la negación del Holocausto que hizo el obispo Williamson. ¿Por qué negar el asesinato de judíos en el régimen nazi es más grave que negar el asesinato de opositores en la dictadura de Stroessner?
El 24 de enero, en la revista Noticias, Carrió, en una de esas comparaciones forzadas que intenta dibujar para repartirlas entre la hinchada gustosa de repetir lo que no entiende y aquello de lo que no sabe nada, asimiló a Néstor Kirchner con Stroessner.
–Usted compara a Kirchner con el dictador paraguayo Alfredo Stroessner. ¿Esa comparación no es violenta y exagerada? –le preguntó el periodista.
–No. Respondo a una técnica política objetiva –respondió ella.
–En la dictadura de Stroessner hubo desaparecidos y violencia política, Carrió –le sugirió el periodista.
–No. No mandó a matar a opositores. Controlaba el aparato político con los liberales, los medios de comunicación, la policía, el contrabando y la aduana. Yo vivía a 300 kilómetros del Paraguay. La libertad de prensa estaba limitada. Gobernaban manejando el narcotráfico y dinero ilegal de autos. Esto es muy parecido al Paraguay de Stroessner. Es una semidictadura –finalizó la líder de la Coalición Cívica.
En el Congreso, la semana pasada, Martín Almada, dirigente de derechos humanos paraguayos, declaró como “infames” los dichos de Carrió. Según la Comisión de la Verdad y la Justicia del Paraguay, entre 1954 y 1989 hubo en ese país 423 opositores asesinados, 336 desaparecidos y 59 fusilamientos extrajudiciales. ¿Por qué hay que callarse estas desmesuras? ¿Por qué dispensar a esta mujer de tantos disparates, multiplicados por radio y televisión como si no fueran lo que son, deformaciones, sino opiniones basadas en la razón y el pensamiento?
Cada tanto vuelve con la idea de que los Kirchner “terminarán como Chauchescu”, el dictador rumano que fue ejecutado junto a su esposa por hordas enfurecidas. Y no se trata de una asociación casual ni temeraria, tratándose de esa mujer que llevó durante años una cruz colgada del cuello, intentando ser la esposa de Dios (¡de quién menos!), y ahora enarbola para sus acólitos sus banderas de veneno y desprecio absoluto por la verdad.
Sin un ápice de racionalidad política, Carrió se dedica, en la actual escena política argentina, a ser la más crispada y ensordecida por sus propias voces interiores. En el comunicado conjunto que presentaron ayer la Coalición Cívica y la UCR sobre la decisión de coparticipar las retenciones a la soja, Carrió y Gerardo Morales afirmaron que “es otra declaración de guerra al campo. Y en esta guerra el Gobierno quiere sumar a su ejército a gobernadores e intendentes”.
Acá no hay ninguna guerra, ni ningún ejército, ni debe haberlo. Lo que hay es un increíble consentimiento opositor para poner en el vocabulario colectivo palabras inspiradas en la muerte y una sensación general e inexplicable de seguir dándole crédito público a una figura política autoabortada, como es Carrió. No puede seguir diciendo cualquier cosa, cuando todo lo que se le ocurre huele al deseo tanático de hacer flamear su bandera personal sobre un caos con el que colabora proactivamente desde hace años. Y Morales... no debería apelar a esas palabras el presidente de un partido que abandonó anticipadamente el gobierno hace unos pocos años, con un saldo de más de treinta compatriotas muertos.
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