PLACER › LA TRADICIÓN DEL HINA MATSURI
Muñecas
En el origen, la muñequita hecha en casa servía para que cada uno le transfiriera sus peores problemas, sus momentos menos positivos. Después simbolizaron niveles y poderes. Un misterio japonés aho0ra en Buenos Aires.
Por Soledad Vallejos
Fue la luna, con su calendario tan atento a los cambios de las estaciones y los ciclos naturales, la que empezó a señalar qué día del año todas las casas olerían a durazno en flor. Delicadeza, compostura, tranquilidad, todos esos dones tan apreciados en las mujeres orientales (curioso, el opuesto exacto a una chica Almodóvar) eran los que la primavera despertaba en el florecer de los durazneros para llevarlo a las plegarias de los padres e impregnar los pimpollos que decoraban los hogares.
Mil años, tal vez un poco más, han pasado desde los primeros rituales del Hina Matsuri, el Festival de las Muñecas que cada 3 de marzo celebra Japón en honor a las niñas de la familia y su buenaventura. Es un tiempo de oraciones, caprichos y manjares sutiles como pequeñas tortas de arroz en forma de diamantes (hishimochi), una versión suave y dulzona del sake (shirosake), caramelos que semejan frutas (créase o no, en Japón cualquier fruta es un plato carísimo) y pequeñitas vestidas con todos los colores imaginables por las calles, que deben caminar con la sonrisa enorme, por sólo saber que cuando regresen a casa las seguirán esperando cerca de 15 muñequitas montadas en su escenario especial. Porque de eso, en realidad, debe tratarse para ellas todo el asunto de que sus familiares adultos, aunque sea una vez al año, les dediquen todo el tiempo necesario para jugar a las muñecas.
Dice una de las historias en torno de Hina Matsuri (también conocido como Momo-no-Sekku, “festival de las flores de durazno”) que todo comenzó, en realidad, en China, que era una de sus tradiciones más antiguas y espirituales, y que, con el paso de los siglos (más específicamente, alrededor del 1300, durante el período Muromachi), fue expandiéndose hasta convertirse en una de las tantísimas funciones simbólicas que el arte suele tener en la vida cotidiana japonesa. Cuando las delicadas (y a veces excéntricas) figuras que tematizan el estratificadísimo mundo de la corte imperial y sus sirvientes todavía eran de producción auténticamente artesanal y estaba lejos de cualquier fantasía la fabricación en serie, hombres, mujeres y niños se abocaban a cortar y decorar trozos de papel hasta convertirlos en muñequitas de sí mismos (katashiro). Haciéndolo, transferían a esas réplicas imperfectas sus enfermedades y momentos desafortunados. Luego, todo el pueblo se reunía cerca de un puente, o dondequiera que encontraran una orilla, para arrojar los muñecos y conjurar, con el desprendimiento, los males que habían depositado en ellos. Con la sofisticación que fue revistiendo a la religión a través del tiempo, la fecha fue perdiendo la impronta colectiva para empezar a recluirse en lo doméstico y concentrarse en la piedad familiar, el recuerdo de los ancestros y, claro, en las niñas, que fueron encontrando allí toda la atención que una sociedad generalmente preocupada por tradiciones adultas y lejanas les negaba el resto del año.
En la versión siglo XXI, y a pesar de que el cambio climático haya corrido la fecha de florecimiento de los durazneros hasta principios de abril, las hina salen del olvido de los armarios a mediados de febrero. Recién entonces, y sólo hasta el 4 de marzo (habida cuenta de que la tradición enseña que, cuanto más tarden los padres en guardar las muñecas, tanto más tardará la nena en contraer matrimonio cuando sea adulta), pueden disponerse, en la mejor habitación de la casa, los cinco estantes revestidos en felpa colorada sobre los cuales se organiza la puesta en escena. El tamaño y la cantidad de las muñecas, en realidad, puede variar, pero lo usual (y altamente recomendable para la fortuna) es que no falten jamás las figuras del emperador y la emperatriz. Ubicada en el estante superior, en los casos que se opte por la representación tradicional de 15 figuras, la Dairi-sama o pareja real debe vestir prendas de seda que recreen la usanza japonesa de los siglos en los que reinaba la dinastía Heian (entre fines del 700 y principios del 1200). Tras ellos, una suerte de pantallita dorada recuerda, en tamaño miniatura, el diseño que el trono imperial tenía por entonces. En el segundo estante, tres kanjo, las damasde compañía de la corte, acompañan, claro está, a la pareja, mientras que el tercero es exclusivamente para los cinco hombres que amenizan la pequeña velada con instrumentos primorosamente copiados de los originales de época. Tal vez por eso de que para una pareja imperial los funcionarios no son mucho más que sirvientes ligeramente plebeyos, las figuritas de los ministros necesariamente ocupan el cuarto de los estantes (cualquiera sea su cantidad), al lado de los alimentos que sirven como ofrendas, y un nivel más arriba que los pequeños guardias flanqueados por un naranjo (a su izquierda) y un cerezo (en la derecha). A veces, las muñecas del Hina Matsuri se convierten en parte importante de la herencia de las chicas, al punto que las recién casadas mudan con ellas ajuar e hinas. Otras, las figuras son verdaderas piezas de arte con siglos de historia, y llegan a ser consideradas como bienes comunales, tal como sucede con el altar de muñecas que suele exhibir el Museo Nacional de Kyoto, o las donadas por los descendientes de una familia noble al pueblo de Hita.
No puede decirse que haya tanta variedad de muñequitas rituales (porque eso son, y no cualquier juguetucho cotidiano; a fin de cuentas, tienen el poder de influir sobre el destino de las niñas) como dueñas, pero más o menos. Desde el viernes de esta semana y hasta el 3 de marzo (no casualmente, el día del Hina Matsuri), por ejemplo, en el Jardín Japonés se podrá visitar Kokeshi Ten, la exposición de una de las variedades llamada, claro, Kokeshi: típicas del norte de Japón, su cuerpo es un cilindro de madera exquisita y graciosamente trabajado. Y la muestra, además, acompañará durante este próximo fin de semana a Hina Matsuri, el festival de verano que promete tanto deleite como el pasado festival de primavera.
(La muestra de muñecas se puede visitar entre las 10 y las 18, en el Jardín Japonés, Av. Casares 2966.)