Lun 05.04.2004

PLACER  › MANDALAS

Volver al centro

Figuras geométricas que simbolizan el movimiento a partir de un centro. Formas arcaicas que, en definitiva, recrean el universo y ayudan a quien se “concentra” en ellas a encontrar el equilibrio fueron usadas desde siempre para meditar, proteger hogares, traducir las revelaciones de los dioses y cubrir el corazón de los guerreros. Obras que recrean este arquetipo se pueden visitar por estos días en Tono Rojo, un lugar relajado que invita al placer y la reflexión.

Por Sandra Chaher

Detrás del Palais de Glace, en un wine lounge artístico (lugar relajado y tranquilo como el living de casa para beber buenos vinos mientras se disfrutan obras de arte) llamado Tono Rojo, se puede ver hasta mediados de mayo la muestra Geometría sagrada. Mandalas de artistas. Ocho plásticos prestaron para la ocasión obras que pueden definirse clara, o sutilmente, como mandalas: figuras geométricas ordenadas alrededor de un centro. Siguiendo esta definición, muchas obras de arte, y muchos segmentos o secciones de ellas, podrían ser mandalas. Y lo son.
“El mandala es un arquetipo que duerme en el inconsciente colectivo y en algún momento aflora. Casi todos los artistas alguna vez hicieron mandalas, aunque ni ellos ni los demás los hayan llamado así. La gente en general no sabe qué son, ni siquiera los críticos, y la verdad es que no tienen por qué saberlo.” Julio Sánchez es crítico y curador de las muestras de María Ester Joao, Martín Corujo, Aida Kolodny, Floki Gauvry, Joaquín Molina, Matías Tachella, Ernesto Pesce, y Malena Quintar.
Quien visite Tono Rojo en estos días se sentará a mesas sobre las cuales Matías Tachella pintó coloridos mandalas; hay además una colección de vinos cuya etiqueta es dejada en blanco para que cada artista estampe su firma y recién después se pone a la venta; y la idea es que la creatividad de cada artista marque el tono de las intervenciones. Nicola Constantino, por ejemplo, que trabajará con jabón hecho con grasa de su propio cuerpo, intervendrá las sillas con tetas en los respaldos y vaginas fruncidas en los asientos.
Hacer visible lo invisible
María Ester Joao, una arquitecta de 59 años, que en 1987 abandonó su profesión para dedicarse a su vocación, no supo que hacía mandalas hasta que se lo dijo su maestro Ricardo Crossa –un filósofo, sacerdote y poeta con el que tomó un taller de creatividad integral–. “Martín Corujo tiene la casa llena de mandalas pero nunca pensó sus obras así; juntaba basura en la calle, armaba algo y resulta que responden a las características de los mandalas”, dice Sánchez. Ernesto Pesce expone en Tono Rojo I king, Homenaje a J. L. Borges, una obra que es lo que se llama un mandala de totalidad porque está conformada por un cuadrado (la tierra, la materia) y un círculo (el cielo, el espíritu). Y como muestra de un mandala menos convencional, Sánchez eligió una segunda obra de Pesce que si bien es circular no está realizada alrededor de un centro, sino que tiene algunos mandalas pequeños dispersos. “Los mandalas son frecuentes en la India, el Tíbet y China, aunque se extienden por las culturas de todos los tiempos –explica Sánchez–. Se utilizan, entre otras cosas, para meditar, proteger hogares y en ceremonias de iniciación. Es una forma tan profunda y arcaica que se pierde en la memoria de la humanidad y en los orígenes del universo. Es una forma que no reconoce jerarquías, todos los mandalas son buenos per se.” ¿Qué significa esto? Sánchez hace mención a la cruz griega, la estrella de David, e incluso la esvástica como mandalas. “La esvástica es una cruz en movimiento que simboliza, como la cruz, lo femenino (horizontal) y lo masculino (vertical). Aparece en todas las culturas, después fue resignificada por los nazis. Lo mismo la cruz, de la que se apropiaron los cristianos. Fue Jung el primero que detectó a los mandalas como formas arquetípicas en el arte, los sueños, las danzas y las artesanías. Con él se recuperó una simbología que era consciente en las culturas antiguas. En cuanto a que todos los mandalas son buenos, tiene que ver con que fueron efectivos en el centramiento de una cultura en una época. En las mitologías, aparecen generalmente como revelaciones de los dioses, es darle visibilidad a algo que ya estaba, porque incluso la misma estructura del universo es mandálica. Y una de las circunstancias en las que más afloran es en momentos de crisis, porque hacer figuras geométricas con un centro tiene que ver con centrarse, si uno encuentra el propio centro todo lo demás se ordena alrededor. Dibujar y pintar mandalas es un proceso de curación, si entendemos la salud como una fraterna convivencia del espíritu y la materia. Es un recurso del que disponemos y que pocas veces atendemos. El mandala sirve para quien lo pintó, pero también para quien lo contempla.”
Caminos infinitos
La obra que expone María Ester Joao en Geometría sagrada se llama Moto perpetuo X y está hecha con acrílico blanco e hilo. Ambos elementos, iluminados con precisión, generan una sensación de profundidad y simpleza que inevitablemente sumergen en un universo espiritual abstracto pero tangible. Toda la obra de Joao tiende a las formas puras y primarias, es su camino de la heroína, hacia el centro. El año pasado presentó en el Museo Nacional de Bellas Artes la serie Halos: mandalas de sal que fueron tan efímeros como la muestra. “Mi trabajo suele leerse como parte del constructivismo, pero yo no pienso en un lenguaje formal determinado, trato de hacer en la tela lo que tengo en la cabeza. Cuando empecé pasé por el retrato, la naturaleza muerta, hasta que encontré esto, y no me quiero mover porque es inagotable. Me sigo encontrando con infinitos caminos. Una vez que trazaste dos o tres líneas empiezan a interrelacionarse y formar una estructura que es como que hubiera estado ahí desde siempre. Hay cosas que aparecen que te reaseguran que esa forma es buena. Yo digo que en el borde de lo visible trato de encontrar lo no visible. Y soy consciente de que se necesita mucha concentración del espectador para estas obras, lo obligás a detenerse.”
Joao escribió acerca de sus pinturas: “Reduzco la información visual a sólo unos pocos elementos y sumamente controlados para enriquecer el acto de ver. Así se demoran la percepción y el pensamiento. (...) El blanco es quieto, sereno, contenido, introvertido, puro, ascético. Itinerarios de líneas tejen el silencio. A medida que cambia la luz y el punto de vista del observador, sombras evanescentes emergen y desaparecen de las superficies suavemente moduladas: propongo sutilezas en lugar de excesos y esencias en lugar de ilusiones”.
Geometría sagrada se completa con obras de lo más diversas. La pureza de Joao no se repite. Aparece en cambio la exuberancia de colores y formas en Tachella; las figuras conocidas en Malena Quintar; la originalidad en Joaquín Molina; el trabajo lumínico en Martín Corujo; la referencia a la temática social en Floki Gauvry; la geometría intensa en Aida Kolodny; y el detallismo sutil en Pesce. Pero con mayor o menor énfasis, en todos la mirada del espectador se inclina inevitablemente hacia el centro, atraída por una especie de abismo intrínseco a la obra, un polo tan magnético como el centro de la tierra o la esfera radiante del sol.

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