PLACER

SOBRE GUSTOS... : El viernes

 Por Sandra Russo

Es un placer de los de esta época; como dirían los analistas, más ligado al goce que al placer propiamente dicho. Un placer fisurado por algo que se cuela, entreabierto a algo oscuro. Un placer, en fin y además, del que participan los no-desocupados, que ya no son simplemente ocupados, sino hiperocupados, alienados, agotados, gente sin respiro que encima debe sentirse sin derecho a la queja porque, ¿de qué te vas a quejar? ¿de tener tanto trabajo? Ay, querida, no escupas contra el viento.
Ese placer se llama viernes. Y es en sí mismo un placer porque preanuncia sábado y domingo, pero también porque no es ni sábado ni domingo. Y aquí conviene hacer una disección pormenorizada del cubito de caldo en el que se nos han convertido esos dos días. El sábado, glorioso porque todavía entre él y el lunes se acomoda acolchado el domingo, pasa siempre demasiado rápido. Uno quisiera, por la mañana, dormir hasta tarde, leer el diario, ir al supermercado, ir al Once a comprar remeras baratas, ir a la plaza con los chicos, cocinar algo rico para freezar, hacer gimnasia, ir a la peluquería, ir a tomar un café con una amiga y –ay, no, pero si no, ¿cuándo?– llevar a arreglar la aspiradora. Todo eso no cabe en una simple mañana. Pero lo que no entre en la mañana del sábado tampoco cabrá a la tarde, porque en la tarde del sábado nos gustaría dormir la siesta, intercambiar unos mimos, hacer una torta para la merienda, ordenar el placard, tejer, ir al cine, leer un buen libro, alquilar un video, etc.. El sábado es chico, mini, no alcanza.
Y el domingo... la mañana del domingo: leer los diarios en el bar la consumen prácticamente entera. A la tarde, ir al club, llevar a los chicos al teatro, caminar, ir a una muestra, oh, no, tampoco alcanza. Y los domingos, a eso de las cinco de la tarde, cinco y media, algo empieza a flamear como una bandera extranjera en el territorio de nuestras almas: mañana es lunes, faltan horas, ya pasó, ¿ya hay que empezar todo de nuevo? Por eso el viernes tiene lo suyo y lo suyo es insustituible. El placer por adelantado, por anticipación, la fantasía de que esta vez cabrá todo lo que tiene que caber en dos días. Lo mágico del viernes, en realidad, es que está embarazado de los dos días que le siguen. El viernes es un día estrictamente placentero, porque más que el placer, lo que trae, es la idea misma del placer.

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