PSICOLOGíA › VIOLENCIAS SOBRE LA SEXUALIDAD INFANTIL
El autor presenta el caso de un adolescente rotulado como “abusador” de su propio hermanito y muestra cómo, sobre la base de un reordenamiento de la situación familiar que padecía, su posición personal pudo modificarse. Al hacerlo, examina la relación entre el denominado “abuso sexual infantil”, el deseo sexual infantil y la responsabilidad del adulto.
› Por Alejandro del Carril *
Los trabajos sobre abuso sexual ejercido sobre niños o adolescentes suelen ser abordados de forma dificultosa, tan dificultosa como puede resultarle, a quien se mete con estos temas, el abordaje de los rasgos perversos de su propio fantasma. La dificultad con la que se suelen abordar estos temas se muestra sintomáticamente en la ambigüedad del sintagma que suele usarse para presentarlo: “abuso sexual infantil”. En él se puede leer que el que abusa es el infante y/o que abusar sexualmente es cosa de infantes. Esa ambigüedad enunciativa revela la cercanía a la que pueden arribar el discurso psi y el decir de los abusadores. Muchos de ellos, al ser detenidos, declaran, respecto del menor abusado, que él o ella querían, se insinuaban, lo pedían... Tanto el decir del inconsciente de algunos que intentan prevenir los abusos y tratar sus efectos, como el de los abusadores, testimonian una verdad. Lo hacen de forma enrevesada. La verdad fue dicha por Freud hace más de un siglo y hoy se la supone superada, pero estos hechos demuestran que no es así. La verdad es que hay deseo sexual infantil.
¿Esto supone entonces, como pretenden algunos, que no existiría el abuso ejercido sobre los niños? De ninguna manera. Como el deseo sexual es un deseo y no una necesidad, se constituye a partir de la erotización materna del cuerpo del bebé en su articulación con quien ejerce la función llamada nombre-del-padre. Esta última es la que hace de límite al goce de la madre, y este límite es el que va a funcionar como posibilitador de la estructuración del deseo inconsciente. Es decir, que hay deseo en el infante porque el adulto materno encuentra un límite, algo que le dice que no al ejercicio de ciertos goces con el hijo. Una madre se constituye como tal en tanto que, luego de haber erotizado al hijo, le dice que no a su demanda sexual. A partir de aquí es posible intentar definir al abusador: un abusador, la mayoría de las veces, es aquel que no puede decirle que no a la demanda sexual del niño, porque él ya tiene pervertida su estructuración sexual.
Es por eso que la mayoría de los abusadores suelen ser familiares o cercanos al abusado, ya que es en esa cercanía donde el niño produce las demandas. El uso del sintagma “abuso sexual infantil” devela el temor que sienten los adultos respecto del deseo sexual de los niños, es decir, que lo viven como un abuso, producto de proyectar en ellos sus propios deseos reprimidos. Es el temor al retorno, vivido como extraño, de aquello que han promovido íntimamente, al modo en que el monstruo indomable se le rebela al doctor Frankenstein. Freud lo llamaba lo siniestro y Lacan inventó el neologismo “éxtimo”, condensando lo extraño y lo íntimo, para referirse a lo nuclear del goce.
La adolescencia es la segunda etapa, luego de la infancia, en la que la estructura real, simbólica e imaginaria del hablante se consolida, debido a que en esa época de la vida, cuando las cosas han marchado más o menos bien, existe una plasticidad neuronal y significante de gran importancia. De lo que allí suceda depende, en gran medida, que el adolescente quede o no fijado a una posición sádica de goce, que lo lleve a desear partenaires con una fijación fuertemente masoquista o niños/as que no se encuentren en condiciones psicofísicas de elaborar los efectos de un encuentro sexual.
Tuve la oportunidad de trabajar con algunos pacientes adolescentes derivados bajo el mote de que habían abusado sexualmente de algún hermano menor. Uno, cuya familia, luego de la intervención judicial, había concurrido a un centro de tratamiento especializado en esa problemática, fue rechazado porque allí “sólo se atendía a las víctimas”: tomaron en tratamiento al hermanito menor, pero no a él.
Los colegas que rechazaron tratar al adolescente en cuestión repetían en acto la fractura familiar que había de fondo y que había saltado a la superficie luego de la muerte del padre. Este sostenía una relación homosexual tapada y había muerto víctima del sida. La esposa se enteró luego del fallecimiento, aunque su inconsciente la desmintió el día que dijo que ella “supuestamente” no lo sabía. Ella misma había contraído el HIV, de lo que se enteró cuatro años más tarde, a partir de unos análisis realizados por el desarrollo de una toxoplasmosis que le había dejado secuelas neurológicas de las que no terminaba de recuperarse. Su hija menor había nacido con el virus. En este contexto de derrumbe de las figuras paterna y materna, este hijo mayor comienza con algunas actuaciones homosexuales junto a unos amigos del barrio, tomando como objeto a otro unos años menor. Más tarde lleva a cabo los episodios de toqueteos con uno de sus hermanitos.
El trabajo analítico fue revelando algunos detalles. A los seis años, una prima de quince lo había obligado a introducirle los dedos en el ano. Allí aparece una escena sexual de una adolescente aprovechándose de un niño. El detalle es que ella no usó su vagina sino el ano, agujero del cuerpo preferido por el padre para gozar sexualmente, y él no usó el pene sino el dedo. ¿Habrá sido ésta una puesta en acto de la renegación de la castración en su anudamiento con la diferencia sexual? ¿Habrá sido este encuentro con la prima una actuación, por lo contrario, del goce sexual de los padres: una mujer que usa la vagina sólo para producir hijos y un hombre que usa el pene para matar y matarse? Esta lógica indicaría que, para disfrutar del sexo sin correr peligro, habría que abstenerse de usar vagina y pene.
¿Fue la práctica homosexual con el hermanito una defensa contra el deseo por una mujer, temido por peligroso? ¿Es su práctica sexual un abuso activo de lo que sufrió pasivamente? ¿De qué abuso fue objeto éste y otros adolescentes?
Para intentar dar una respuesta voy a comenzar analizando la modalidad de goce sexual entre los padres. La falta de cuidado del padre para evitar el contagio, sobre sí y luego sobre su esposa y su futura hija, reveló la cuota de pulsión de muerte jugada tanto en forma sádica como masoquista. Este goce mortífero quedó en primer plano, e imposible de ser velado ficcionalmente, con el agravante de que la muerte del padre y la enfermedad de la madre desarticularon la poca ficción existente. La madre no pudo sostener su función y el padre no se prestó a jugar la función de rival, que pueda dejarse matar simbólicamente –como planteaba Donald Winnicott– oponiéndole resistencia al adolescente. Esta operación le habría permitido al adolescente contar con un padre que facilite el corte con la madre y se ofrezca como polo identificatorio, desde el cual intentar el abordaje del objeto deseado y no quedar arrasado por el goce del Otro. En esto consiste la perversión, en ofrecerse a sostener el goce del Otro, en este caso, la versión sádica del padre.
La enfermedad de la madre lo convocó al lugar que no ocupó su padre y que no pudo sostener ella: hacerse cargo de la familia. De esta forma se ve llevado a ocupar el lugar del padre. No ha habido tiempos lógicos que permitieran llegar al momento de concluir el asesinato simbólico del mismo. El asesinato se torna real. La forma sintomática de evitarlo y realizarlo a la vez es ocupar el lugar del padre en el mismo momento que no se lo ocupa. Se convierte sobreadaptativamente en adulto, cuidando a sus hermanos y organizando el hogar, a la vez que se produce en él una regresión sexual. Sigue siendo niño en lo que al goce sexual se refiere, ya que ocupar realmente el lugar del padre lo llevaría a tener que acostarse con su madre. Careciendo de padre que le ponga un límite al goce, a la vez que le facilite la identificación con la cual afrontar la exogamia, los objetos privilegiados pasaron a ser sus hermanos, sobre todo el varón, que servía para mantener la renegación de la castración y aportar la identificación imaginaria al rasgo homosexual del padre.
El tratamiento con este adolescente basculó principalmente sobre los temas referidos. A eso se sumó el trabajo con la madre, que le sirvió para ir orientándose en su rol, ya que al momento de la consulta se hallaba absolutamente desbordada, habiendo desplazado la responsabilidad familiar sobre su hijo mayor. Comenzó a hacerse cargo con responsabilidad de sus hijos menores. En un primer momento se trabajó con otros familiares, principalmente una tía, que se acercaron preocupados y que habían intervenido antes poniendo límite a lo que venía ocurriendo, haciendo intervenir a la Justicia y mandando al chico a vivir unos meses a la casa de unos familiares en otra ciudad.
Una vez lograda cierta reorganización familiar, se pudo trabajar más a fondo con Damián. Un efecto importante del análisis fue la desarticulación de la renegación de la homosexualidad del padre, que había actuado primero con los amigos y luego con el hermanito, y que funcionaba en consonancia con la renegación materna. Retomó el colegio, comenzó a colaborar en un emprendimiento de la madre para cocinar y vender lo producido, y retomó e hizo nuevas relaciones amistosas. De a poco, la familia le fue levantando las prohibiciones y limitaciones que se le habían impuesto. Pudo colaborar ocupándose responsablemente de sus hermanos y gozar de cosas más simples, como el tipo de remera o de peinado a usar, la complicidad de su hermana adolescente para organizar salidas y canalizar sus inquietudes sexuales con chicas de su edad.
Estigmatizar con un rótulo a un paciente, y sobre todo a un adolescente, puede servir para fijarlo al goce experimentado y retroalimentar así la cadena de abusos.
* Psicoanalista. Texto extractado de un trabajo presentado en el V Congreso de Salud Mental, organizado por la Asociación Argentina de Salud Mental, Buenos Aires, mayo de 2010, y publicado en www.psychenavegante.com
Nº 92.
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