PSICOLOGíA › TRABAJO CON UN NIñO, SUS PADRES Y LA ESCUELA DESDE UN CENTRO DE SALUD
Al narrar –casi con fuerza de mito– la parábola de un chico y su padre, la autora muestra cómo su trabajo como psicóloga en un centro de salud comunitaria articula distintas instituciones –la escuela, la familia, el sistema de salud– y escucha a todos los personajes –los padres, los maestros, la empleada administrativa–, para el tratamiento de un niño.
› Por Adriana Montobbio *
Alejandro llegó a la consulta en el Centro de Salud cuando tenía diez años, derivado por otra institución en la que se le había diagnosticado retraso mental leve a moderado, posiblemente causado por sufrimiento fetal pero fuertemente determinado por causas emocionales y sociales. Lo que motivó la consulta de la familia fue el problema de conducta del niño en la escuela (un establecimiento de educación especial). Tanto en las entrevistas con los padres como en la comunicación que mantuve con esa institución, sobresalió el clima de violencia entre los padres: por esa razón había intervenido un juzgado, que dictó una orden de exclusión del hogar para el papá. Con el tiempo averigüé que el eje de la disputa parental no sólo era el niño, sino la propiedad de una casa en la villa, que servía como fuente de ingresos mediante el alquiler de varias habitaciones.
El era el menor de sus hermanos; ambos padres tenían hijos mucho mayores, de matrimonios anteriores. El parto de Alejandro había sido complicado: se había producido un desprendimiento de placenta, ante lo cual los médicos le habían transmitido a la mamá: “Tu hijo no va a vivir”. Esas palabras resultaron ser el inicio de un vínculo en el que Alejandro iba a tener serias dificultades para correrse del lugar del hijo enfermo.
Este niño ocasionaba problemas en la escuela: se peleaba con sus compañeros, contestaba muy mal a los docentes, pegaba. Me hice cargo del tratamiento psicoterapéutico. Desde el comienzo, fue necesario el trabajo interinstitucional: con un servicio de neurología infantil; con la escuela especial; con el taller de arte y apoyo escolar donde Alejandro pasaba parte de sus tardes; con los papás, juntos o por separado según el clima del vínculo entre ellos. Fue importante la colaboración de los profesionales de los talleres de la tarde: ellos notaron en Alejandro la posibilidad de relacionarse con los chicos de un modo menos violento. También fue central que el niño empezara a manifestar en las sesiones un marcado interés por la lectura, a raíz de lo cual advertí que tenía un nivel muy bueno de lectura comprensiva y muchísimo interés por leer, al punto de que se empezó a conmover su diagnóstico de retraso mental. Luego de numerosos llamados telefónicos, reuniones e informes, y gracias al constante contacto entre las instituciones, se decide el pase de Alejandro de la escuela especial a una escuela de recuperación. Si bien las conductas impulsivas subsistían, había fluctuaciones: por momentos, la situación mejoraba o aumentaba la dificultad.
En casos como el de Alejandro, las circunstancias que intervienen y que podrían tomarse como causantes de estos vaivenes son tantas y tan complejas que resulta vano intentar una explicación concluyente que haga luz sobre los síntomas. Antes bien, se trata de encontrar líneas posibles de intervención allí donde parece que el campo se abre a nuevas posibilidades: donde aparece –como decía el psicoanalista Donald Winnicott– cierta posibilidad de enriquecer la experiencia. Además de la dificultad de Alejandro para despegarse del lugar del “discapacitado”, que es reafirmado por la madre de diferentes modos, hay que tener en cuenta múltiples factores, entre ellos las vicisitudes del vínculo entre los padres, que se separan y vuelven a juntarse en medio de escenas de violencia pero también logran períodos de contacto pacífico y hasta armonioso. También hay que considerar la situación de la familia ampliada, con la que Alejandro convive alternativamente según las mudanzas; los cambios de vivienda hacen que, de ser el único niño de la casa, pase a vivir con sobrinos de su misma edad, lo cual es complicado para él, ya que tiene dificultades para manejarse en el vínculo con los pares. Las ausencias de alguno de los padres son repentinas: su madre viaja a veces de improviso, o bien, a raíz de las peleas conyugales la madre no permite que el niño vea a su padre.
El tratamiento de Alejandro lleva más de tres años, durante los cuales se plantearon interrupciones por diferentes motivos (desde abandono hasta altas provisorias). De todo este tiempo de trabajo, recortaré dos situaciones que no tienen nada de extraordinarias e ilustran el modo particular de presencia del profesional de salud mental en la vida de los chicos, como hilo conductor de esta clínica.
La primera situación se presentó cuando Alejandro, que ya tenía doce años, empezó a viajar solo en colectivo, desde la escuela hasta la salita, para su sesión semanal de psicoterapia. Poco después, una de las personas que trabaja en la limpieza del centro de salud me dice: “Adriana, a ese chico que es paciente tuyo lo vi en el colectivo, a la salida del colegio; estaba con un chico y los dos venían amenazando y pegándole a otro. Se la pasaban subiendo y bajando de los colectivos. Yo quería decirle a la mamá porque es peligroso, se van a caer y pueden tener un accidente”. Ante este comentario recuerdo que un par de veces Alejandro había llegado más tarde que de costumbre a su sesión. Luego de pensarlo, resuelvo incorporar a esta señora como parte del trabajo en red que realizamos en el Cesac; le agradezco la información y le comunico que la voy a tener en cuenta. Hablo con Alejandro y le transmito lo que me contaron. Le aclaro que, si bien no puedo revelarle la fuente, se trata de una persona de mucha confianza para mí; y le expreso mi preocupación por lo sucedido. Le aclaro, además, que si ahora viaja solo es porque todos creemos que él puede hacerlo. Y le digo que no entiendo cómo un chico que pudo resolver situaciones tan difíciles como la de adaptarse muy bien a un exigente cambio de escuela, hace cosas que lo ponen en peligro a él y a sus compañeros.
Ante mis palabras, él niega los hechos, aunque admite que una vez se perdió porque fue en otro colectivo (justamente en el que lo habían visto) y no se dio cuenta dónde debía bajarse. Le propongo que lo dejemos así, pero le advierto que voy a tener que comentar esto a sus padres.
En la entrevista con ellos, acordamos en que, si Alejandro llegara tarde a la salita, yo les avisaré en el momento; además les sugiero que de vez en cuando lo acompañen a sesión y lo vayan a buscar a la escuela. Quien se compromete a hacerlo es el padre. Y, de ahí en más, él empieza a tener una presencia mucho mayor en el tratamiento de su hijo y en las reuniones en la escuela cuando son citados.
La segunda situación que quiero comentar tiene lugar cuando se le comunica a Alejandro que a fines de ese ciclo lectivo saldrá de la escuela de recuperación, ya que, por su edad y por los contenidos que maneja, se considera que está preparado para finalizar la primaria e ingresar en otro tipo de escuela (también dependiente de educación especial), que trabaja parte de los contenidos correspondientes a la enseñanza media y a la vez prepara a los chicos para el desempeño en diversos oficios. El vínculo de Alejandro con compañeros y docentes empieza a empeorar, lo cual complica la decisión de llevarlo de viaje de estudios junto con otros alumnos. “El chico se porta cada vez peor”, por lo que durante la segunda mitad del año nos comunicamos casi semanalmente con la psicóloga de la escuela, siempre poniendo este contacto en conocimiento de Alejandro y de sus padres. El papá acude a entrevistas conmigo: con el niño, sin el niño y con la madre. La escuela realiza varias reuniones con los padres, y buena parte de mis encuentros con Alejandro transcurre conversando acerca de todo este movimiento: discutimos los puntos de vista de la maestra y de los padres, intento poner en cuestión cuáles son los posibles modos de responder cuando siente que se está cometiendo una injusticia hacia él y qué consecuencias tiene el efecto de la acción de cada uno. También subrayo cuándo sus reclamos son legítimos y, al mismo tiempo, tratamos de pensar modos no violentos para demandar y para ser escuchado por los docentes. Hacia el mes de noviembre se realiza una reunión en la escuela con la participación de los padres, la psicóloga del gabinete, la conducción, Alejandro y yo.
Considero que para Alejandro fue muy importante que el papá, que había sido excluido del hogar a causa de su comportamiento violento (tal como fue calificado desde lo institucional por la Justicia), interviniese de otro modo y tomara un lugar diferente respecto de las instituciones del Estado –escuela, centro de salud, Justicia– que funcionan de algún modo como terceridad, esto es, como lugar de la ley. Se hizo habitual que tanto la psicóloga del gabinete como yo nos apoyáramos en las palabras del papá cuando comentábamos con el chico lo ocurrido en las reuniones o en la escuela. El padre le recomendaba una y otra vez a Alejandro que intentara resolver los conflictos sin pegar, y él mismo, al hacerse presente en la escuela, se mostraba por fin coherente con lo que predicaba. Creo que las idas y venidas de este proceso, que nos tuvieron a la familia, la escuela y el Cesac trabajando en conjunto para hacer frente a los problemas que generaba la conducta de Alejandro, le dieron al papá la oportunidad de ocupar un lugar que antes no había tenido para el chico. Hay que recordar que se trata de un niño que desde los inicios fue ubicado como quien no es capaz de terminar de nacer, incapaz de advenir como sujeto separado de su madre, apenas sostenido como hijo discapacitado para no quedar desprendido como resto junto con la placenta.
Luego de una reunión en noviembre, en la que estuvimos todos los que participábamos en el manejo del caso, la escuela decide llevarlo al viaje de egresados, al cabo del cual todos coincidieron en que fue una experiencia muy favorable. Hubo conflictos entre algunos chicos pero Alejandro no participó en ellos, su comportamiento no ocasionó ningún tipo de problemas y él la pasó muy bien.
* Texto extractado de Cuando la clínica desborda el consultorio. Salud mental y atención primaria con niños y adolescentes, que distribuye en estos días ed. Noveduc. La autora se desempeña desde hace 20 años como psicóloga de planta en el Cesac Nº 19, Centro de Salud y Acción Comunitaria del GCBA.
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