PSICOLOGíA › EN UNA SESIóN, LA HISTORIA DE UNA VIDA
› Por Carlos D. Pérez *
Quiero contarte algo, Carlos –dijo la paciente–: algo especial que me ocurrió hace un par de semanas, cuando me iba a la noche después de cuidar a unos chicos. Sabés que lo hago a menudo, cuando me llaman padres porque tienen que salir. Pero esa noche no fue como otras, fue especial. Serían las diez y media, a los sumo las once, yo había llegado a la parada del colectivo, no había nadie en la calle, esperaba pensando en cualquier cosa cuando, de repente, me deslumbró una luz. Arriba, como encima de un edificio de departamentos vi un enorme disco, con luces de colores en los bordes, que se prendían y se apagaban. ¡Era un plato volador!
¿No decís nada? ¿No me discutís, como mi hijo, que cuando se lo conté se enojó y me dijo que estoy cada vez más loca y que ahora deliro? ¿Para eso le sirve su psicología, para atacarme cuando más lo necesito? Una amiga, sin ir más lejos, me había contado que otra gente lo vio, no soy la única. Y yo sé que lo vi, no sé los demás, de mí estoy segura. Estuvo ahí, no sé si un minuto, el tiempo se había detenido. Después hizo una comba como si fuera a trazar un círculo pero se alejó sin completarlo, dejó una cola de luz como un cometa y desapareció. Cuando llegué a casa estuve toda la noche desvelada. ¡Por fin lo había visto!
¿Que por qué por fin? Porque hace mucho lo esperaba, mucho, toda una vida. Y, mirá vos, unos días antes, en la clase de plástica, ¿te dije que voy a un taller de pintura que una fundación organiza para gente mayor?, unos días antes me dio por pintar algo, lo que saliera, hice una mancha, empecé a darle forma y al rato tenía un dragón. Era un dragón, nítidamente un dragón. Después dibujé una mujer, una bailarina con el brazo extendido y levantando un pie para iniciar un paso; tenía que agregarle su pareja, pero no quise que fuera un hombre, ya hice muchos dibujos así, y entonces me salió un extraterrestre: un ser alto de ojos saltones que estiraba los brazos, sus largos brazos hacia la mujer para cubrirla en un abrazo.
¿Que si es un tema amoroso? Era algo de amor. Lo extraordinario es que lo hice antes de ver el plato volador, no después; fue una especie de anuncio. ¡Por fin me visitarían! Te dije que hace mucho, mucho que espero la aparición de un extraterrestre. Su llegada. Siempre lo supe. Y estoy segura de que, cuando llegue, hablaremos. ¿En qué idioma? No seas descreído, no importa en qué idioma, yo diré “Hola”, él va a contestar y hablaremos. ¿De qué? No hay que apurarse, ya veremos. Aunque, desde que vi ese plato volador, cada mañana al despertarme me digo: ¿todavía estoy acá?
¿Si alguna vez vi algo sobrenatural? ¿Que cómo es que hace tanto lo espero? No sé qué decirte, pero acabo de recordar a mi abuela, creo que nunca te hablé de ella, la madre de mamá, hay una historia. Mamá murió antes de que yo cumpliera un año. Mi abuela me decía que era muy bondadosa. Tengo un retrato de mamá en casa. Mi abuela era trabajadora, cocinaba para los vecinos y con eso se sostenía. Era viuda. Sí, sí, ya sé, también yo cocino. Espero te gusten las empanaditas de queso que te traje. Las podés guardar en el freezer, pero cuando las vayas a comer ponelas al horno, que están crudas. Cuando mi padre se casó de nuevo, mi abuela no vino más a casa; no la quería a mi madrastra y yo tampoco, me pegaba, yo le contaba a mi abuela, ella lo increpaba a papá pero él nada, fue siempre así. Cuando la abuela no estuvo más, ya nadie me defendió. Yo la visitaba a mi abuela, vivía a media cuadra. Lo que quería decirte es que además de mamá mi abuela tuvo a mi tío Julián y a otra hija que murió muy joven, se llamaba Alcira. De esto me acordé: nadie hablaba de esa tía salvo el tío; él me decía que la abuela la veía a Alcira después de muerta, como si soñara pero sin soñar, estaba despierta cuando la veía. Cuando yo nací, cuentan mis hermanos mayores que mamá quiso ponerme ese nombre pero la abuela se negó; entonces me bautizaron Alicia, pero todos me decían Alcira, mis hermanos todavía hoy me llaman Alci, a pesar de que cuando empecé a crecer protesté. Vos me conocés como Alicia pero para la familia sigo siendo Alci.
Yo tenía cinco años y todos los lunes iba a visitar a la abuela. Ella me daba cinco centavos y yo me compraba caramelos mu-mu. Pero un día pasó algo, lo recuerdo con toda claridad, como si fuera hoy, a pesar de que pasaron... ¡setenta años pasaron! Fui a visitar a la abuela como cada lunes y la encontré acostada en el piso de la cocina. Yo, muy chiquita, no sabía qué le pasaba, me acerqué a ella y escuché que hablaba, que decía “Ya voy con vos, Alcira, ya voy...”. Pensé que me lo decía a mí: mucho después comprendí que le hablaba a esa hija. Fui a buscar a un vecino, vino una ambulancia, la internaron y unos días después la abuela murió. ¿Cómo puedo recordarlo con tanta claridad si tenía apenas cinco años? Porque nadie me lo contó, yo estaba sola cuando eso pasó. ¿Como cuando vi al plato volador? Sí, como cuando lo vi.
Y te digo algo: yo no tengo envidias, pero tengo una envidia; envidio a la gente que tuvo una mamá. Yo no pude y siempre pienso en ella cuando rezo, porque yo le rezo mucho al Señor. ¿A qué señor? No seas descreído, a Dios. ¿Qué decís? ¿Que Dios es un extraterrestre? Y sí, ¿por qué no?
¿Si pienso mucho en la muerte, en mi muerte? Todas las noches, pero no me asusto ni me angustio; cuando pienso en mi muerte estoy tranquila. Me preguntás por el nombre de mi abuela, se llamaba Estela... No, me equivoqué, Estela era mi mamá. ¿Por qué decís que era eso lo que esperabas escuchar? ¡Me equivoqué! Esperá un poco, no me apures que se me hizo un barullo.
Creo que te entiendo. Mi abuela yéndose con Alcira, que era su hija, que era yo. ¿Si espero al extraterrestre para que me lleve? Puede ser. Cuando le rezo a Dios le pido que no me lleve hasta ver realizado a mi hijo, que tiene muchos problemas. No seas malo, no me digas que entonces tengo garantizada una larga vida; lo espero, espero que mi hijo se realice y entonces que me lleve.
Tenés razón, si tanto esperé unirme a mi madre, debiera ser ella la que venga a buscarme, como cuando la abuela se fue con Alcira, y no un hombre, un extraterrestre como el que me salió en la pintura. No lo entiendo.
¿Qué decís? ¿Puede ser que quien venga alguna vez a abrazarme sea mi propio hijo? ¿En ese momento estará realizado, estaremos...? ¿Y entonces la madre soy yo? Pará un poco, dame un vaso de agua.
Gracias por esperarme, ahora seguí, parezco atolondrada pero no me siento mal; me siento rara, nada más. ¿Que secretamente espero que mi hijo deje de ser un extraterrestre y se humanice, me humanice para la vida? ¿Que más que morir me llega a mí, Alicia, el tiempo de despertar del sueño de Alcira? ¿Todo de golpe? No sé. De tan raro, hasta eso es posible, sí, como un plato volador vuelto del revés.
* Psicoanalista.
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