PSICOLOGíA › TAMBIEN PARA LOS “DEBILES MENTALES”

El sexo es para todos

El desarrollo sexual de las personas con déficit intelectual suele ser perturbado por los prejuicios y dificultades de los padres para relacionarse con estos hijos.

Por Cristina Oyarzabal *

La debilidad mental raramente ofrece por sí misma riesgos para una adecuada elaboración de la sexualidad. Los mayores riesgos provienen de la resistencia parental para hacer frente a la sexualidad del hijo. Para la cuestión de por qué aparecen frecuentemente problemas sexuales en los deficientes mentales, algunas de las respuestas posibles son:
n la presencia de este hijo “diferente” aparece como inquietante, amenazante para la madre de modo tal que su deseo hacia el niño queda perturbado o suspendido;
n el vínculo madre-hijo deja de ser placentero debido a la depresión materna y al dolor familiar motivados por la sensación de intrusión que causa este recién nacido que no concuerda con el niño esperado;
n las promesas de una realización sexual por-venir quedan anuladas.
Los genitales del bebé, que generalmente devienen objeto de interés y de chanzas familiares, en estos casos suelen ser desconocidos o enmudecidos en su significación.
El período o fase de curiosidad sexual y de las teorías sexuales infantiles, simultáneamente con la preocupación del niño por su origen, entre los cuatro y los siete años de edad, a veces no parece presentarse en los deficientes mentales: sin embargo, por lo menos en niños con niveles moderados de déficit mental, tal ausencia de curiosidad no puede justificarse por una “escasa inteligencia”, ya que esas cuestiones son pre-lógicas, es decir, corresponden a un nivel intuitivo elemental y no de nivel lógico. La ausencia de tales preguntas en los enunciados del niño podemos atribuirla a los reparos que ponen los padres para abordar esta cuestión.
Los aspectos más perturbadores para la familia están constituidos por imágenes inquietantes respecto del futuro del niño y por la frecuente confusión conceptual entre inteligencia y personalidad. Respecto del primer factor –la escasa inteligencia– se hacen presentes, en la mayoría de los casos, temores o sospechas de perversión sexual del hijo deficiente mental durante la adolescencia, atribuyéndole una peculiar naturaleza impulsiva, una incapacidad de control o, como contrapartida, una inocencia tal que lo convertirá en víctima fácil de abuso sexual.
Muchos padres consultan sobre la maduración sexual del hijo; el retardo en el control de esfínteres les resulta alarmante porque funciona muchas veces, por su evidente relación con las zonas erógenas, como un presagio inconsciente de temores asociados con el control sexual.
El segundo factor alarmante proviene de la confusión entre inteligencia y personalidad; se relaciona con las viejas concepciones de la psicología de la conciencia que contraponen razón a emoción. Los padres sienten temor de que la debilidad de la “razón” no resulte un freno suficiente ante los primitivos impulsos sexuales. Si bien es cierto que esos temores tienen que ver con la dimensión fantasmática de los propios padres, también podríamos afirmar que, por el mismo hecho de estar presentes, pueden llegar a tener una eficacia real. Pero es palmario que la contención de los impulsos sexuales no se subordina a la inteligencia sino que están asociados a procesos de identificación y simbolización y, para que éstos puedan desarrollarse adecuadamente, basta con una inteligencia intuitiva.
Si bien podemos afirmar que un déficit intelectual imposibilita en algunos casos y dificulta en otros el desplazamiento simbólico, sólo en los casos más graves de deficiencia mental profunda esto llega a niveles tales que impidan la elaboración de los impulsos sexuales. Y, en los hechos, la posibilidad social concreta del ejercicio sexual sólo se verifica para los moderados o leves, quienes pueden lograr una autonomía tal que les asegure una cierta circulación más allá de los vínculos familiares. Por lo tanto, los niveles de inteligencia raramente ofrecen, por sí mismos, riesgos para una respuesta adecuada de la sexualidad. Los mayores riesgos provienen de la resistencia parental a enfrentarse con la sexualidad del hijo. Esta resistencia opera como un cierre, que obtura el futuro personal del niño e induce a la familia a anticipar en él un bebé eterno; esto constituye un padecimiento intolerable tanto para los padres como para el hijo.
Las regresiones de tipo autístico, observables en muchos casos, pueden leerse como la expresión de una búsqueda de satisfacción en el autoestímulo, reproduciendo un circuito narcisístico que revela el impedimento de incluir a otro en su proyecto de placer.
No se nace sujeto
Un sujeto psíquico no nace, se hace. Al nacer, es primordial la presencia de un “otro” auxiliar que asista al niño, asistencia que va más allá de cubrir las necesidades biológicas. El Otro se constituirá como un sostén físico y psíquico; la función más elemental de ese Otro es la de sostener al bebé que, librado a su sola dotación biológica, cae.
Hablamos de sostén en un doble sentido: desde el físico más concreto hasta la idea psíquica de sostén. Este sostén es indispensable para que un sujeto se constituya como tal; es necesario y alguien debe encarnarlo.
Sin embargo, no podemos concebir la función materna aisladamente; la función paterna debe ser su soporte.
Tampoco podemos pensar que la función materna se constituya a partir del embarazo o del parto. Desde mucho antes que el niño advenga, la madre ya lo ha adoptado en su subjetividad; constituyendo lo que Piera Aulagnier denomina “cuerpo imaginado”, cuerpo que resulta ser una representación del hijo como ser unificado, sexuado y autónomo, convirtiéndose en el primer don libidinal; este narcisismo materno ubica al niño como objeto de su deseo. Es sólo a través de ese deseo como el bebé accede a la humanización.
Podemos afirmar que, con el nacimiento, el niño no se separa del cuerpo materno: la vivencia que tiene de su cuerpo cualquier niño (también si tiene déficit mental) se relaciona directamente con la presentación que de ese cuerpo haya hecho la función materna. Tanto es así que la madre inscribe en el cuerpo del niño hasta los ritmos biológicos: ella descifrará si el llanto de su bebé se debe a hambre, susto, dolor, y en correlación con ello dará al niño la respuesta que considere apropiada. De esta manera comienza a desplegarse un proceso fundamental de interpretación que, en caso de fracasar, tendrá gravísimas consecuencias en el psiquismo del niño.
Podemos ubicar aquí el comienzo de la historia de la sexualidad; y ésta tiene a su vez un papel fundamental en la estructura psíquica del sujeto.
La sexualidad está relacionada con el placer. Este placer se gesta con una madre gozosa de tener su hijo y con un padre que le abre al niño promesas de realización sexual futura fuera del estrecho vínculo familiar. El placer es el movilizador de gran parte de nuestro actuar en la vida. El deficiente mental no debe quedar rechazado, arrojado de este proceso, a menos que se pretenda excluirlo de toda circulación social y, en definitiva, de la condición de persona.

Bibliografía
Jerusalinsky, A., Psicoanálisis en problemas del desarrollo infantil, Buenos Aires, Nueva Visión, 1988.
Ortega, A., “Problemática del amor. Inicio de las relaciones sexuales”, en Clínica psicoanalítica con adolescentes, Homo Sapiens, Rosario, 2000.

* El texto integra las publicaciones de “Reuniones de la Biblioteca. Red de investigación en psicoanálisis”. www.reunionesdelabibliote ca.com

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