Jue 22.11.2012

PSICOLOGíA • SUBNOTA

“¿¡Dónde estuviste!?”

Es sabido que el pequeño Edipo se convierte por la fuerza de las cosas en un pequeño investigador. La “pulsión de saber” es la que participa en el asunto, en la medida en que lo sexual es el aguijón mayor de la curiosidad. Ahora bien, esta dimensión es la que encontramos en los celos, o sea, esa voluntad frenética y fanática de poner de manifiesto cierto secreto del otro. El celoso es un investigador impenitente y un investigador en todos los instantes: quiere saber. Por eso mismo mantiene la excitación de permanecer al acecho de la “falta”, como si estudiara en estado eréctil. Lo que investiga son los llamados secretos de alcoba, los derivados de la alcoba originaria, los de la habitación de los padres. El gusto de saber y la pasión de los celos, que impulsan hacia el mismo humus, se recortan debido a la curiosidad.

Es la “pasión por la verdad” que Proust detecta en los celos, aunque hay que precisar que en este caso el sujeto permanece en el desconocimiento del resorte de este impulso, lo que lo condena a la ilusión. El goce mórbido está más en el querer-saber que en el descubrimiento. Sería equivocado, pues, reducir los celos a un drama afectivo: son una locura por saber.

Nota madre

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