SOCIEDAD
Dealers que cobran en patacones y relojes
La cocaína y el éxtasis duplicaron su valor, dicen los que consumen. El mundo
clandestino de la droga busca sobrevivir a la crisis y al corralito: los dealers toman desde Lecops a viejas licuadoras como pago, y los consumidores enojados proponen hacerles cacerolazos
por el aumento.
Son las tres de la mañana. Joaquín J. prende su portátil y llama al número de siempre. “Aguantame que paso por el cajero y voy”, le dice al dealer. Joaquín J. necesita 600 pesos con urgencia. Hasta la semana pasada con sólo trescientos se llevaba seis bolsitas de cocaína. Ahora es el doble. Joaquín J. se para frente al cajero automático, mete la tarjeta, marca el pin desesperado, pero no recibe efectivo. Comienza a pegarle a esa pantalla verde que le pregunta indiferente “¿quiere realizar otra operación?” Obtiene un comprobante de saldo, en rojo, como sus ojos. “¡La reputamadre...!”, balbucea Joaquín J., quien no tiene un peso hasta el lunes. Pero su cuerpo no puede esperar el fin de semana. Va a tener que inventar algo. La historia de Joaquín J. es una de las tantas que se consume con la insoportable realidad de estos días. Sobre todo en la clase media, la crisis se nota: la devaluación encareció la importación de estupefacientes y se compra fraccionada, cada vez más. Página/12 habló con dealers y consumidores para saber cómo cambió la falta de efectivo y la devaluación el mundo de las drogas. Aunque, si bien algunas reglas cambiaron de momento, el mercado –¿cuál más libre que éste?– se adecuó rápidamente al consumidor.
En un barrio de Sarandí, el almacén de la “Mamita” vende fideos y lentejas pero también ravioles y yerba (sin palo). Sobre la medianoche, cuatro hombres fuman marihuana en la puerta. José Luis V. dice no sentir la escasez de faso, ni siquiera está preocupado. Pero sí, confiesa, ha reducido la cantidad habitual que compra. En los últimos años el precio se mantuvo. Incluso, aumentó la cantidad y la cantidad que circula. “Acá no se acaba nunca, pero los pibes fraccionan más. Buscan porros por $ 5, por $ 2. Hasta por $ 1”. Lo que pasa, cuenta, es que todavía hay marihuana en el país, pero en marzo o abril, cuando cambie la cosecha de Paraguay, van a subir los precios. Los paraguayos, que viven aquí, aceptan patacones. Pero los de allá no. En la villa, están vendiendo una línea de cocaína por un peso, cuenta José Luis V. Aunque la calidad es malísima. La buena buena no llega más aunque, eso sí, han aumentado los empeños, reflexiona. “Muchos dealers aceptan cualquier cosa como pago: una licuadora vieja o los lentes de la abuela. El otro día trajeron un marcapasos.” En el almacén se acepta de todo: patacones, Lecops, pasacasetes, pesos, cámaras de foto, dólares.
“Ahora, lo peor es cuando se queja un cliente. Porque están entregando merca cortada”, dice M. M. dealer de cocaína que le empolva la cara a varios ricos y famosos en los barrios vipes de zona norte. Días atrás, M.M. empujó a un cliente por la ventana cuando le quiso pagar con dólares a $ 1,50. Está entrando al país cocaína peruana (U$S 8.000 el kg) rebajada, asegura, para no aumentar el precio. La colombiana (U$S 10.000 el kg) no llega y la boliviana (U$S 4.000) se mantiene. Los clientes de M.M. se están dando cuenta del corte. “Está como lijosa, che”, le dicen. Y es cierto. Su credibilidad como dealer está en juego. Por eso hace poco intentó renegociar con narcos y le dijeron “OK, quieres buena: entonces paga en dólares’. Entre narcos y dealers todo se maneja en cash. El, en cambio, sabe que tiene que aceptar de todo. “Recibo patacones, Lecops y cheques, pero de gente muy confiable. Si no después nos engancha el banco.” Los papeles van al mercado negro y allí se cambia por dólares. Hace una semana M.M. vendió unas píldoras de cocaína de alta calidad con urgencia. Era un cargamento que iba para Europa, pero los extranjeros depositaron el cheque desde afuera y quedaron atrapados. La merca no pudo salir y circuló rápidamente en el ambiente. “También hemos aumentado el grosor de las bolsitas. Si la balanza marca 2,5 gramos igual ¿quién va a desconfiar? Antes vendía los fines de semana. Con el corralito, M.M. vende más los lunes. “Un tipo que toma merca es un plazo fijo en el banco”, confiesa.
En el mundo de las pastillas se observa bien el aumento. El éxtasis “se mantiene”: sigue a U$S 50 cada pastilla. Ahora, en verdad, valen 100pesos. En la puerta de una disco vernácula, atiborrada de raros peinados nuevos, un joven se queja “¡está todo mal...! salen el doble. Si las pastillas de mk3 costaban 10 o 15 mangos, ahora cobran $ 20 o $ 30. Se va todo a la mierda”. Otro interrumpe y pregunta “¿y si salimos de acá y vamos a la casa del dealer a hacerle un cacerolazo?” Entonces interrumpe un gordito: “Che, yo conozco una web con instrucciones para usar pastillas de farmacia. Si las tomás en cantidad hacen el mismo efecto”. Adentro de la disco Cristian L., un hombre deseoso de volar cabezas a $ 20 asegura: “Mirá, el negocio se está yendo al recarajo. Esta noche hay una sola calidad y está aumentada al doble. Antes salían $ 10, ahora son $ 20 y más vale que te apures en comprar”. En ese momento interrumpe otro con una primicia: “¡Conseguí un tipo que tiene! Llegó un cargamento nuevo, vamos a verlo mañana. ¿Me das una pastilla ahora?” Cristian L. le pasa una de mk3 que le cae en la mano y va a parar al bolsillo posterior. “No te las pongas ahí chabón –aconseja el amigo–. No están para perderlas.”