SOCIEDAD › GOLPES Y AMENAZAS A INTEGRANTES DEL MOVIMIENTO CHICOS DEL PUEBLO Y PELOTA DE TRAPO
Comandos organizados amenazan a integrantes del Movimiento Chicos del Pueblo desde abril. El último ataque tuvo lugar el viernes pasado. En la comisaría de Avellaneda no querían tomar la denuncia. Aníbal Fernández admitió la gravedad de la situación.
› Por Pedro Lipcovich
Grupos de tareas: comandos de seis a ocho personas, entrenados y organizados, irrumpen en locales de organizaciones civiles, secuestran militantes, los golpean, los amenazan, incluso a menores de edad; circulan en camionetas, vigilan, intimidan, usan capuchas. Actúan una, dos, tres veces, con impunidad. Estas acciones no toman mucha difusión; no son muchos los que pueden o quieren creer que esto esté pasando, y menos aún que pueda haber implicación de organismos del Estado. El relato parece surgido de un siniestro túnel del tiempo, pero los hechos sucedieron en los últimos meses, son investigados por una fiscalía de Avellaneda y han suscitado la atención directa del ministro de Justicia de la Nación. Las últimas denuncias provienen del Hogar de Niños y Adolescentes Juan XXIII, de la orden de Don Orione: el viernes pasado, un educador fue secuestrado y golpeado durante 40 minutos; poco antes, un chico de 15 años, del mismo hogar, fue amenazado, y en julio un chico de 16 había sido secuestrado e intimidado. En abril, un grupo comando de ocho personas con armas cortas y handies había copado una imprenta de la Fundación Pelota de Trapo. El Hogar y la Fundación participan en la campaña “El hambre es un crimen”, que denuncia la vigencia de la desnutrición infantil en la Argentina. “El mensaje que les daban los secuestradores a sus víctimas era: que terminen con esa campaña”, precisó una fuente judicial. El último episodio tuvo lugar el viernes pasado, cuando una maestra del Juan XXIII fue seguida y amenazada desde un auto.
“Usted no se imagina la culpa que sentía ese joven, por no haber avisado antes”, contó el hermano Ramón Correa, subdirector del Hogar Juan XXIII, de la Obra de Don Orione. La culpa –esa típica culpa que afecta a las víctimas– la padecía un chico de 15 años: “El miércoles 24 de septiembre, cuando él llegaba al Hogar, había una camioneta estacionada, con cinco hombres, y uno de ellos le hizo un gesto como diciendo ‘Ojito..., tené cuidado’. El chico pudo contarlo después de que desde esa misma camioneta, o desde una igual, el viernes 26 secuestraron a nuestro educador”.
Fue a las ocho de la noche. El educador del Juan XXIII, de 23 años, fue interpelado por su nombre: “Cuando iba para el hogar, vi una camioneta que ya habíamos visto por el barrio. Salió un tipo, me llamó por mi nombre y me pegó una piña”, cuenta el joven, que, por razones familiares, prefiere no hacer público su nombre. Le ligaron las manos con un precinto y lo arrastraron a la camioneta. “Me hicieron subir atrás, entremedio de dos; me empezaron a pegar, me decían que nos dejemos de joder con la campaña. ‘Vos sos un pendejo, mirá en lo que te estás metiendo, sos un pelotudo’. Yo, con los nervios, empecé a discutir. Y más me pegaron, y yo dije algo fuerte, no sé, y el que estaba adelante sacó un arma de la guantera y me la puso en la cabeza y me dijo: ‘Tenemos todo el campo para dejarte tirado’.” Cuarenta minutos duró hasta que lo abandonaron cerca de Gerli. “Yo estaba atado todavía y uno dijo ‘Cortale el precinto’. Me lastimaron la mano al cortarlo. Ya me sangraba la boca, también.”
El padre Luis Espósito, director del Hogar Juan XXIII, observa que “el hecho de que conozcan datos como el nombre del educador, y otros, hace pensar que han hecho un trabajo de inteligencia, y hasta sentimos que pueden haber interceptado nuestros teléfonos”.
El anterior secuestro en esta serie había sido el 24 de julio. La víctima fue un chico de 16 años del Hogar Juan XXIII: “Fue a las seis y media de la mañana –cuenta Espósito–; él salía del Hogar para ir a su trabajo. A tres cuadras lo interceptó un vehículo con cuatro personas; tres estaban encapuchadas. Uno se bajó del auto y lo metió adentro. Anduvieron una media hora. ‘Deciles que se dejen de hacer pelotudeces, porque si no les vamos a quemar la imprenta y la panadería’, le dijeron. Después lo dejaron en la estación Remedios de Escalada, muerto de miedo. A él no lo golpearon”.
La imprenta y la panadería pertenecen en realidad a la Fundación Pelota de Trapo, que, como el Hogar Juan XXIII, participa en el Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo. En la imprenta se registró el primero de estos actos de intimidación. Gustavo Arnaiz, abogado de la Fundación, lo recuerda así: “Yo venía de Tribunales. Cuando entro, me aborda un sujeto muy alto, a cara descubierta. Tenía un handy, igual que todos los demás; eran unos ocho tipos, todos con pelo corto; todos con armas iguales, pistolas Browning; todos llevaban la misma ropa, camisas de trabajo nuevas; todos obedecían a uno solo. Me palparon de armas pero no me ‘bolsillearon’, como suelen hacer los ladrones para robar lo que uno tenga; no venían a robar, aunque, de paso, robaron unos mil pesos que había en la caja. Iban reduciendo a las personas, las hacían sentarse en el piso y tomaban distancia, con sus armas; recorrían todo pero sin tocar nada, no querían dejar rastros. Eran callados, obedientes, respetuosos. Eran un comando calificado”.
Aquella vez “no dijeron nada, no pidieron nada –prosigue Arnaiz–. Después, tres oficiales de la comisaría 2ª de Avellaneda nos recomendaron que no hiciéramos la denuncia: decían que seguramente había un entregador adentro y que, si teníamos chicos judicializados, podíamos tener problemas. Yo contesté que con nuestros chicos no tenemos ningún problema pero insistían. Hice la denuncia igual”.
Espósito, el director del Juan XXIII, se pregunta “a quién le puede molestar tanto que digamos que, en la Argentina, un montón de pibes se mueren por hambre; además de esta campaña, no tenemos ninguna actividad externa a la vida del Hogar”. Alberto Morlachetti, titular de Pelota de Trapo y coordinador nacional del Movimiento Chicos del Pueblo, observa que “Don Orione y Pelota de Trapo dan alimento, cuidado y atención médica a muchos chicos de la zona: son respetadas y queridas, no hay conflictos locales”. En la reflexión del abogado Arnaiz, hablar del hambre de los chicos “puede molestar al Poder: mientras algunos funcionarios andan por Europa diciendo que podemos producir alimentos para 500 millones, acá no se puede resolver la malnutrición de millones de chicos”.
El jueves, Aníbal Fernández, ministro de Justicia de la Nación, recibió a Alberto Morlachetti: “El ministro admitió que lo sucedido es muy grave y dijo que ponía las cuatro fuerzas de seguridad a disposición del fiscal –contó el titular de Pelota de Trapo–: si es así, debería ser fácil resolver esto”. Una fuente judicial vinculada con el caso consideró “positiva la disposición manifestada por el ministro”.
Pero el viernes pasado, un día después de la entrevista con Aníbal Fernández, una maestra del Juan XXIII fue amenazada: “Esta vez no fue cerca del hogar: la habían seguido –advirtió Espósito–. Era un auto con dos personas: se le acercaron como si fueran a preguntarle por una calle y le mostraron uno de los afiches de nuestra campaña: ‘Tengan cuidado. Siguen los pibes’, le dijeron”. “Ese es nuestro miedo –explica Morlachetti–: que le pase algo a alguno de los pibes, en alguna esquina; que después digan que fue un intento de robo...”
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