SOCIEDAD › INTENSO DEBATE EN EL PARLAMENTO POR EL MATRIMONIO ENTRE PERSONAS HOMOSEXUALES
En la segunda reunión de comisiones por el proyecto para instaurar el casamiento gay hubo discusiones fuertes y testimonios emotivos. También hubo presencia de sectores fundamentalistas. El martes hay nueva sesión.
› Por Soledad Vallejos
“Soy un hombre sano, soy homosexual, estoy felizmente casado desde hace cuatro años con Jesús Santos, que así se llama mi marido”, se presentó el activista Pedro Zerolo, al iniciar su intervención como invitado del plenario de comisiones de Diputados en el que, contra los pronósticos arriesgados la semana pasada, no se firmó el dictamen para que el matrimonio gay llegara a ser debatido en el recinto en el corto plazo. Que Zerolo diera esa definición de sí mismo, y que un bullicio escandalizado amenazara con interrumpirlo en cuanto dio el nombre de su esposo (“¡no se puede llamar así!”) puede dar una pauta de cuánto se hizo sentir la presencia fundamentalista durante las cerca de cinco horas de una reunión teñida de tensión, pero también de emotividad por lo que podría conseguirse. Entre la mañana y el principio de la tarde, en la sala del Anexo de Diputados convivieron consignas de respeto a la tradición y panfletos que instaban a rechazar “las uniones de putos”, militantes de la CHA, de la Falgbt, feministas, políticos conocidos y del montón, en una sala repleta que el martes por la mañana dará continuidad al debate, con la esperanza de acercarse finalmente al dictamen.
Aun cuando la tensión podía palparse en el aire, el plenario tuvo un intenso clima de militancia y celebración. Parte de esa alegría de los activistas y quienes apoyan el proyecto de ley nacía de la posibilidad de contar con la presencia, y las palabras, de Antonio Poveda y Pedro Zerolo, llegados especialmente desde España para exponer como invitados del plenario y dar su aval al proceso de los proyectos de ley y aportar detalles de la experiencia española, habida cuenta de que en España el matrimonio gay es legal desde hace cuatro años. Estadísticas sobre la cantidad de bodas, la tasas de divorcio (notablemente menores entre las parejas homosexuales que entre las heterosexuales), la creciente aceptación social que fue cosechando el matrimonio gay luego de la sanción de la ley y, a la vez, la lentitud que es propia de todo cambio cultural fueron algunos de los ejes que pudieron contar de lo que ha sucedido en suelo español en los últimos años.
Una hora antes del plenario, algunos legisladores e invitados habían participado de un desayuno con Zerolo y Poveda, quienes anticipaban que, aun cuando el dictamen no pudiera dictarse ayer, el proceso podía darse por iniciado. “Hay que vivirlo como una aventura”, dijo Zerolo. En un pasillo, en pleno tránsito de una sala a la otra, se veía llegar a un público notablemente más numeroso que el que, la semana anterior, había presenciado la primera sesión del plenario. La convocatoria que, desde principios de la semana, había lanzado la revista ultrafundamentalista Cabildo y la distribución de volantes de la agrupación Custodia permitían explicar parte de la concurrencia. La lista de invitados a aportar opiniones sobre los proyectos de ley estuvo, también en consecuencia, mucho más nutrida, al punto de haber tenido quince invitados distintos. En el inicio, María José Lubertino, presidenta del Inadi, quien recordó que su gestión había presentado un proyecto sobre matrimonio gay el año pasado, insistió sobre la importancia del nombre que vaya a dársele a la institución. “Si hay equiparación de derechos, no puede haber denominaciones distintas para las mismas figuras jurídicas. Los mismos derechos tienen que tener los mismos nombres.”
Luego, César Cigliutti, presidente de la CHA, anunció que hablaría “como activista”: recordó al Frente de Liberación Homosexual (FLH), que insistía sobre la necesidad de visibilizar a la comunidad homosexual en la década del ’70, cuando “ser ‘maricón’ era un síntoma de la alienación burguesa, pero el Frente de todas maneras creía en la liberación”. “Entramos por la ventana a los años ’70”, graficó, y luego agregó que “antes éramos una nueva militancia urbana en busca de su identidad” y, ahora, en los inicios del siglo XXI, “somos sujetos de derechos humanos y derechos civiles”, aun cuando subsistan homofobias y desigualdades. “Vivir y amar libremente en un país liberado” eran metas del FLH que la CHA y los activistas presentes en la sala retomaban, agregó, con lo que ganó uno de los aplausos más extensos del encuentro. A continuación, Antonio Poveda recordó que aquí, como sucedió en España, se trata de “legislar aquello que la sociedad ya ha reconocido”. El 70 por ciento de apoyo que el matrimonio homosexual cosecha actualmente en Argentina supera, ya, al 65 por ciento que acompañaba el proyecto en España al momento de su sanción, explicó. Cuatro años y 20 mil bodas después, “va en aumento el número de personas que apoyan este matrimonio”.
Luego de una extensísima lista de apoyos que distintas personalidades, ONG y entidades profesionales hicieron llegar a las comisiones de Legislación General y de Familia, Mujer y Niñez, Vilma Ibarra cedió la palabra a Carlos Vidal Taquini y Alejandro Bulacio, ambos abogados, aunque el primero especializado en derecho patrimonial y el segundo en derecho de familia. “Para tener hijos hace falta un hombre y una mujer”, dijo Vidal Taquini ganando los aplausos de la tribuna cabildista (oportunamente ubicada a la derecha de la mesa de expositores); el temor al seguro “descalabro social”, el riesgo de poner “en juego el fundamento de la sociedad: la familia”, fueron los ejes de Bulacio.
Que el orador siguiente fuera Zerolo sólo agudizó la euforia tensa del ambiente. El cambio de ley procura ampliar una “institución civil” basada en “presupuestos patriarcales”, dijo, y con una sencillez apabullante resumió los cambios que las instituciones culturales necesariamente atraviesan con el correr del tiempo, por lo que actualmente el matrimonio “es un derecho que se contrae, y se rompe cuando es preciso romperlo”, una flexibilidad que “lo único que ha hecho es fortalecerlo”. “Somos sus hijos, sus hermanos, sus amigos, sus compañeros de trabajo, no somos extraterrestres –agregó–, los gobiernos deben buscar la dignidad del pueblo, un pueblo del que nosotros formamos parte.”
Luego, el debate se encendió aún más: al fundamentalismo lleno de afirmaciones pseudocientíficas de la abogada Ursula Bassett (a quien las presidencias de las Comisiones debieron solicitarle que especificara sus fuentes para afirmar la mayor infidelidad, infelicidad y menor duración de las parejas gays) siguió el abogado y sociólogo Roberto Gargarella, que no dudó en afirmar que “el argumento de la tradición es insostenible”. A otra exposición contraria a los proyectos (Diego Sebastián Saba, quien propuso terapias para “curar la homosexualidad”), siguió el psicólogo Alfredo Grande, quien propuso terapias para “curar la heterosexualidad” y dijo que “ésta es una batalla cultural hermosa: no cedamos nunca la palabra: hagamos de esto un matrimonio cultural de la humanidad”.
El periodista Osvaldo Bazán pidió que se dejara de tratar la homosexualidad desde la religión, que la considera pecado, la ciencia que alguna vez la consideró enfermedad y el Estado que la consideró delito. José Miguel Onaindia, luego, recordó a Manuel Puig: “Lo que asusta es la diferencia, por eso buscan someternos y no comprendernos”.
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