SOCIEDAD › LA DISCUSIóN DE FONDO, EN COPENHAGUE, ES QUIéN PAGA, CUáNTO Y A QUIéN POR LA EMISIóN DE CARBONO
El G77 de países subdesarrollados logró impedir la iniciativa de los industrializados de bloquear la extensión del Protocolo de Kioto como salida alternativa de la cumbre. Antes de partir, Taiana hizo pública la posición de Argentina en la reunión de Copenhague.
› Por Cledis Candelaresi
El G-77, grupo de países subdesarrollados que también integra Argentina, consiguió ayer bloquear las negociaciones al entender que la conducción de esta cumbre trabaja a favor de la posición de los desarrollados, que quieren abortar una de las dos vías de negociación en curso: la que plantea prorrogar el Protocolo de Kioto, como opción a un pacto íntegramente nuevo. Para las naciones más pobres, esta alternativa es mejor que nada. Para las más ricas implica dejar afuera a los Estados Unidos y, al mismo tiempo, liberar de obligaciones a los grandes emergentes como Brasil, China o Sudáfrica, entre otros. Poco antes de que las discusiones se tensaran hasta este punto dramático, una multitud se agolpaba en las puertas del Bella Center con el afán de ingresar a este cónclave, cuyos organizadores analizaban restringir desde hoy el ingreso del 30 por ciento de los observadores, y eludir así el colapso que se avecina en la medida que comiencen a llegar las comitivas presidenciales. Pero por ahora, el espacioso predio aún sirve para que los jóvenes ambientalistas tributen esta nueva forma de religión moderna con pintorescos e inofensivos sketches, que poco inciden en el contenido de un debate cuyo núcleo es el dinero, pero que capturan rápido la atención de los fotógrafos: osos polares que lloran de la ONG Oxfam o las protestas verdes en tono de villancicos navideños de un coro de Cafod. Como respaldando la apelación ecologista, Naciones Unidas informó ayer que en el 2009 murieron 7000 personas como consecuencia del calentamiento que genera la contaminación.
No es la primera vez que los subdesarrollados hacen valer su peso relativo en las discusiones sobre un nuevo acuerdo para descontaminar el planeta y evitar que la suba de temperatura siga alterando la geografía y las condiciones para producir. Pero a sólo cuatro días de la reunión de presidentes, la jugada tiene un valor adicional. Tampoco es nueva la tensión en Copenhague, donde hubo episodios hasta melodramáticos, como cuando el primer ministro de una pequeña isla con riesgo de ser sepultada por las aguas denunció este hecho a llanto partido. O cuando, sin que se hubiera invocado razón suficiente, los efectivos de seguridad le impidieron al ministro de Medio Ambiente chino ingresar a un plenario y le retiraron la acreditación. Quizás tan alterados por el cansancio como por la codicia, en la madrugada de días pasados los representantes de los países subdesarrollados perdieron los estribos en una discusión a los gritos sobre cómo prorratear los millones de dólares que deberían girarles como ayuda las naciones industrializadas. Para colmo, un botín que todavía no existe.
Los debates con el fin de permitir un acuerdo internacional para cuidar el clima del planeta se desarrollan, simultáneamente, por dos carriles alternativos. Una negociación está centrada en prolongar la duración del Protocolo de Kioto para después del 2012, cuando este acuerdo expira. Por el momento, el único instrumento legal que generaron las discusiones acerca de cómo evitar que la contaminación siga vulnerando la capa de ozono y haciendo subir la temperatura del planeta. La otra consiste en elaborar un acuerdo de largo plazo totalmente nuevo.
Prorrogar Kioto implicaría renovar y profundizar los compromisos de recortar la emisión de gases contaminantes, naturalmente, pero con dos limitaciones claras. Estados Unidos no adhirió y tampoco estaría en la extensión de este pacto, con lo que las promesas de uno de los principales contaminantes del planeta a moderar esta actitud quedarían libradas a lo que disponga fronteras adentro. La otra es que todo el resto de naciones que no integra “el anexo 1” (listado de países ricos y obligados a un recorte de emisiones del 5 por ciento según aquel protocolo) podrían quedar libres de compromiso, incluyendo a otros grandes contaminadores como México, Brasil, China, Sudáfrica o India.
La segunda vía de negociación consiste en formular un tratado completamente nuevo, que incluya a Washington pero que también fuerce a los emergentes grandes a hacer un aporte en términos de recortar sus emisiones. En la medida que otros también se obliguen –en particular los chinos–, la Casa Blanca podría dar su aval a un texto que surja de este andarivel. Justamente, éste es el que prefiere el bando de desarrollados y por el que, se presume, milita la actual presidencia de esta Conferencia, a cargo de la ministra de Medio Ambiente de Dinamarca, Connie Hedegaard. Según interpretaban ayer fuentes del G77, el temario del día directamente excluía puntos referidos a la prórroga de Kioto, lo que generó el malhumor de este bloque de países emergentes, grandes y chicos. No todos estuvieron de acuerdo con retirarse de las discusiones, pero sí la mayoría.
Sólo un capítulo más en los escarceos negociadores por un acuerdo, cuyo texto final podría alumbrarse si hubiese una definición en la última instancia de los poderes políticos, para que el centenar de presidentes que están por llegar a esta fría capital tengan algo para anunciar. Ni el G77 se permitiría abortar las discusiones a cuatro días ni los otros países permitirían que eso ocurra. Amén que este bloque está lejos de ser homogéneo. Los africanos fueron los más convencidos en romper –posición que acompañó Argentina–, mientras que otros latinoamericanos como Colombia pujaron por evitar ese quiebre. Las fisuras son mucho más nítidas a la hora de hablar del dinero o de encuadrar a los “emergentes grandes” para definir sus derechos y obligaciones.
Finalmente, hasta los técnicos y políticos más comprometidos con estas arduas rondas de debate saben que las decisiones de máximo nivel no se toman por el clima sino por cuestiones mucho más inmediatas y ligadas a la agenda política de los mandatarios de turno, como acuerdos comerciales o reparto de mercado.
Los molinos generadores de energía eólica sembrados a lo largo de la costa danesa, que se ven apenas el avión se aproxima al aeropuerto, pintan el perfil presuntamente verde de esta nación nórdica, que atiende por esta fuente inocua el 20 por ciento de la demanda doméstica de electricidad. Quizás Dinamarca se esmera ahora por reparar el daño que provocó su historia industrial, y que la ubicó en la posición 30ª del ranking mundial por sus altas emisiones de carbono per capita. Paradójicamente, ser sede de un evento de esta envergadura implica que por estos días Copenhague reforzara drásticamente esas emisiones tóxicas. Para evitarlo, la organización tomó una serie de medidas emparentadas con el afán ecologista.
Los participantes de este cónclave organizado por la ONU reciben un folleto en el que las autoridades danesas intentan destacar sus esfuerzos depuradores. Una prueba es que invitan a tomar agua de cualquier grifo del predio con la certeza de que está en buenas condiciones de potabilización. Según se promete en el texto, el 65 por ciento de la comida que puede consumirse en la ciudad es orgánica, incluidas las infusiones.
Pero más importante aún, la organización de esta cumbre supuso un especial sistema de gerenciamiento de la basura para reciclar íntegramente todo lo que se pueda: papel, plástico, vasos y otra materia orgánica. Para evitar el agolpamiento de asistentes, se reservaron cien lugares para participantes que se sumen vía teleconferencia. Buen intento, aunque modesto en relación con las decenas de miles de personas que optaron por venir a la congestionada capital danesa.
Otro esfuerzo para moderar la acción contaminante de esta propia cumbre es que decidieron no entregar bolsas con regalos a los participantes (básicamente folletería), tal como se estila en casi todos los congresos del mundo. Según explican los responsables de la Cop15 –tal el nombre técnico de esta cumbre–, los fondos que eso hubiera demandado serán entregados como becas a los once mejores estudiantes del Hemisferio Norte, sin aclarar de qué nivel de enseñanza ni el porqué se exceptúa a los del Sur.
Cuando se comenzó la organización de este cónclave, el gobierno dinamarqués prometió “compensar” de un modo no precisado el daño que este evento le producirá al planeta, aclarando que esa decisión se emparienta con la estrategia de compensar las emisiones que producen aquellas acciones a cargo de funcionarios públicos. No hay por qué dudar de la palabra de una gestión de un país que aunque está en un lugar alto del ranking de contaminadores (30º entre casi 200), apenas aporta el 0,18 por ciento de los dañinos gases que genera la quema de combustibles fósiles, la agroganadería o la deforestación.
Finalmente, los daneses están muy por debajo del 21,4 por ciento de los Estados Unidos, pero por encima de Argentina, a la que le corresponde el 0,53 por ciento de ese negativo aporte.
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