Vie 01.02.2002

SOCIEDAD  › EN CAPITAL FEDERAL YA CERRARON 10 MIL NEGOCIOS DESDE QUE COMENZO LA CRISIS

La ciudad de las persianas bajas

En el último mes quebraron 55 locales del área céntrica de la avenida Corrientes. Sobre Santa Fe, las cortinas bajas suman decenas. Zonas comerciales como Balvanera parecen un pueblo fantasma. La brutal caída de las ventas hace insostenible cualquier emprendimiento. Los más afectados son los que trabajan con importados.

› Por Alejandra Dandan

El local de Lidia Magrabi será uno de los símbolos muertos de esta época. Ayer pasó el último día en su Todo x 2 pesos. Hace un rato sus hijos abandonaron el local de Corrientes 2261 para liquidar el contrato de alquiler. De este modo habrán puesto fin a los tres años de tráfico con China, Japón, España, Italia y hasta con Turquía. Pero no son los únicos que se van, y el panorama alrededor es francamente desesperante. Mientras todas las asociaciones de comerciantes consultadas por este diario denuncian una caída de hasta 80 por ciento en las ventas, los cierres van transformando a la urbe en pueblo fantasma. En los últimos treinta días en Corrientes desaparecieron 55 locales y a lo largo de la avenida Santa Fe las cortinas que empezaron a bajarse entre agosto y setiembre se derrumbaron del todo en estos últimas semanas: sólo ahí la caída en las ventas fue del 40 por ciento. Para los más pesimistas, las cifras son drásticas: la Capital habría perdido, dicen, 10 mil locales desde que comenzó esta crisis que se ha comido cuatro presidentes.
Jorge vive habitualmente en París y ahora está de paso por Buenos Aires y más de paso todavía por la avenida Corrientes. Todavía está sorprendido. Está al tanto de la crisis y de los cacerolazos pero desde que llegó es la primera vez que recorre la mítica avenida como cliente: “Esto nunca pasó: nunca vi tanta cantidad de cierres”. Esa sensación de sorpresa se vuelve espanto cuando los comerciantes empiezan con las quejas en medio de un panorama donde todo el mundo parece especular entre un cierre inmediato, la inmigración o la búsqueda de un nuevo rubro para salvarse.
Ayer, la Coordinadora de Actividades Mercantiles Empresarias (CAME) terminó un relevamiento minucioso en 16.755 locales de distintos barrios de la Capital. En el perímetro revisado contaron 2.668 negocios cerrados. Para contrastar los datos, tomaron los números del último censo económico disponible que es del año ‘94: la caída con respecto a ese período es del 15.9 por ciento. El conteo radiografía el consumo: en esos años, mientras las ventas de ropa caían, los locutorios crecieron un 278 por ciento y los locales de juegos de azar ahora son 46 por ciento más. En ese escenario, en Balvanera, que es uno de los barrios típicamente comerciales, las estadística son escandalosas: los cierres ahí llegan al 76 por ciento.
Aunque la muestra de CAME no tomó en cuenta “la parálisis ocasionada por la crisis sociopolítica y económica de los últimos sesenta días”, fuentes de la entidad creen que el 90 por ciento de los casos aparecieron en ese período.
De esa parálisis que va transformando a la ciudad en un gran cementerio de negocios hablan otros comerciantes. La Federación a Cielo Abierto de la Ciudad cuenta en unos diez mil los cierres de los últimos dos meses. Ese número es lapidario: es un poco más del 10 por ciento de los 118 mil comercios de la urbe. José Víctor Clavería, que representa a la Federación como presidente de la Asociación de Comerciantes de la avenida Santa Fe, está al borde del colapso: “Nunca en treinta años me escucharon hablar de esta forma”, dice mientras sigue peleando. “Nadie, pero nadie en este momento está vendiendo para ganar, acá solo se intentan salvar los gastos.”
Todos ya han probado de todo. A lo largo de Santa Fe y en el macrocentro de esa avenida, desde Pueyrredón hasta la plaza San Martín, gran parte de los comercios remarcó. Pero para abajo: “Estamos vendiendo a la mitad de lo que vendíamos antes”, sigue Clavería, vecino de la Asociación que preside Gerardo Garí hacia el norte de Santa Fe, donde la recesión todavía da un poco de respiro. Ahí las caídas en las ventas rondan un 30 por ciento, pero Garí está seguro de que los diagnósticos más certeros no aparecerán hasta marzo o abril. Los locales están usando el stock que no vendieron en diciembre: “Si tenías diez productos y vendiste sólo cinco -explica Garí–, vendés esos cinco y esperás; estamos trabajando con ese sobreestock pero nadie sabe si va a poder reponerlo.” A varias cuadras de ahí, Claudio González está libre y, como muchos, sin clientes. La casa de deportes que atiende es New Kona, la misma que hace un año tenía tres sucursales: “Eran tres con cuatro empleados cada una -dice–. Ahora quedan dos, y con dos empleados sobramos.” A media cuadra, Mario Goldín dormita al fondo de su marroquinería. Tal vez sus sueños le hablen de un paraíso perdido, de esa época que alguien entraba al local para llevarse una de las carteritas finas de cien dólares. Ahora ya ni las vende y eso que ni siquiera se atrevió a remarcar los precios después de la devaluación: “No se ha encarecido nada porque no hay ventas”, se queja, mientras cuenta que una parte de los productos subió 30 y 40 por ciento. Pero no todo, porque el proveedor de equipajes los subió 70 por ciento. De todos modos, Goldín no remarcó nada: “Si ni siquiera los compré, ¿a quién se los vendo?”.
Eduardo Dosisto da cuenta de lo que ocurre por la zona. Es el presidente de la Asociación de Amigos de Comerciantes de la Avenida Corrientes y no encuentra un sólo espacio próspero entre los locales que atienden en esa avenida desde Callao a Puerto Madero. Su diagnóstico parece una zaga de avisos fúnebres: “Mire –empieza–, las librerías están vendiendo un 50 por ciento menos que en enero del año pasado; los restaurantes 60 por ciento; las perfumerías 45 y en las sastrerías hay días donde ni siquiera se abre la facturación”.
El derrotero se hace cada vez más denso y profundo en los locales de una de las avenidas que en estos semanas ha pasado a convertirse en carril exclusivo de manifestantes: “Esto, más que una avenida es un ghetto. Todo cerrado, tapiado y atemorizado”, dice Manuel Pérez Amigo, capitán del equipo de la Asociación de Amigos de comerciantes de la Avenida de Mayo, donde las ventas en estos dos meses han bajado tanto que los locales, dicen, no pueden ni costear los gastos. A la caída general, ahí le suman marchas “cuatro días de los cinco de la semana y la gente tiene tanto miedo que se la pasa encerrada en los locales porque no quieren que los saqueen.” El reclamo principal de Pérez Amigo ya ni siquiera es contra el corralito: le pide intervención al gobierno de la ciudad para ordenar el nuevo tránsito de la avenida.

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