En Diagonal Norte, a metros del Obelisco, dos chicos de aproximadamente 9 y 15 años intentaron sacarle una cadenita a una señora. Esta, presa de un ataque de nervios, gritaba y temblaba mientras era asistida por circunstanciales transeúntes. En pocos minutos, veinte policías redujeron a los chicos y una multitud de gente que se agolpaba alrededor de la escena pedía a los gritos justicia y pena de muerte.

Al ver la situación, me acerqué a uno de los policías que participaban del operativo para saber qué había sucedido. Luego de haberme presentado como funcionaria del Consejo de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes, la mayoría de las casi cuarenta personas que estaban allí comenzaron a agredirme verbalmente con palabras tales como “ladrona”, “defensora de chorros”, “hija de puta”. El linchamiento verbal llegó a su clímax cuando una mujer me gritó: “Ojalá que te violen”.

En semejante contexto, resultaba imposible explicar a esos ciudadanos que los niños y adolescentes, como cualquier otra persona, son sujetos de derechos. Indudablemente la palabra “derechos” no era precisamente la que esta gente quería escuchar, sencillamente porque ellos estaban pidiendo de viva voz que fuesen violados.

No todo era gritos e insultos, también había educadas y calurosas felicitaciones para los policías por parte de estos ciudadanos enardecidos. Una señora de apellido Catena y dos asesores del diputado por la ciudad de Buenos Aires Rafael Gentili asistimos azorados a estas demostraciones de intolerancia.

Media hora más tarde llegó el patrullero. Uno de los señores que me habían insultado cobardemente estaba muy entusiasmado dando sus datos para que los chicos fuesen “debidamente condenados por el aberrante delito de intentar arrebatarle a la señora su cadenita”.

Mientras tanto, a nuestras espaldas, y como si estuviéramos en una película, se erigía la imponente escenografía del Bicentenario.

* Directora de Prensa del Consejo de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes.