Mié 10.10.2012

SOCIEDAD  › EL SUBJEFE DE CRIMINALíSTICA SANTIAGUEñA MATó A BALAZOS A SU JEFE

A los tiros en la jefatura

Daniel Cascio, subjefe de la División de Criminalística de la policía de Santiago del Estero, mató a tiros a su jefe, Héctor Bravo, luego de una discusión. Hirió a otros dos uniformados y se atrincheró hasta que lo detuvieron.

› Por Horacio Cecchi

La noticia por única vez quedó enmarcada pura y exclusivamente en el ámbito de la sección de policiales. Tan policial como absurda. El jefe de Criminalística de la policía santiagueña murió de varios disparos, uno de ellos en la cabeza. No se trató de un asalto sino más bien lo que pareció un arrebato. Lo mató el subjefe. Todo ocurrió en la propia división, lo que parece poner en duda la misma idea de prevención y el origen de la inseguridad. Ante los primeros requerimientos periodísticos, el juez que se hizo cargo, de II Nominación, Ramón Tarchini Saavedra, sostuvo que “es todo muy primitivo”, sin aclarar si se refería a una cuestión temporal o a un análisis ontológico del suceso.

La discusión se desató en el edificio de la División Criminalística de la policía de Santiago del Estero, también denominada D6, ubicada en Andes y Milburg, en la capital santiagueña, poco antes del mediodía de ayer. El cruce que subió de tono en cuestión de segundos tuvo lugar entre el jefe de la división, el comisario Héctor Bravo, y el subjefe, Daniel Cascio, ambos de 45 años.

Según testigos, es decir, fuentes policiales, en medio de la discusión Cascio sacó su arma reglamentaria y disparó varias veces contra Bravo, que ocupaba el cargo de jefe desde hacía un lustro. Los proyectiles impactaron en su cabeza y en el tórax. Ensangrentado, Bravo alcanzó a salir caminando, bamboleándose, hacia la calle, para desplomarse a escasos metros del jardín de infantes Nº 72, Bambi, ante la aterrorizada mirada de niños y maestras.

Mientras ocurría esto, Cascio se desataba contra otros uniformados, colegas o ex colegas. El subjefe llegó a herir a Ledesma y a Ponce –dos integrantes conocidos por las mismas fuentes– en sus piernas, lo que podría significar que no buscaba hacer daño sino alertar que no se le acercaran, o que estaba fuera de sí o que intentó mejorar el impacto y no pudo –todo es motivo de análisis para los investigadores–, provocándoles lesiones consideradas por fuentes hospitalarias como fuera de gravedad.

No conforme, Cascio arremetió luego contra varias peritos policiales que, a los gritos y en completo desorden, corrieron y lograron encerrarse en una oficina contigua. El subjefe buscó entonces un lugar seguro y se atrincheró en una oficina del primer piso de la D6. A los segundos, Ledesma o Ponce lograron pedir ayuda y al salir alertaron a los gritos a los del Bambi para que se guarecieran en el jardín 72, en cuyo interior se verificaron situaciones de lo más inusuales –las maestras no lograban que los niños entendieran de una de qué se trataba eso de protegerse de la policía.

Cuando llegó la plana mayor, el comisario Mario Giménez caminó hacia el frente del edificio, sereno, manos en alto, imponiendo calma, tal como se hace en las películas, pero lo sacó a los tiros. Al tiro, en realidad. Le quedaba una bala. También como en las películas, los del Getoar calcularon que no tenía más balas, entraron, y con mucha más suavidad que de costumbre, lograron detener al ya ex subjefe. Según dijo una hermana de Cascio a los medios presentes, “mi hermano es honesto y me dijo que le hicieron una cama en la policía”. Quizá esa versión se acomodaba a otra que rumoreaba que, al llegar a la oficina, Cascio se había enterado de que lo habían pasado a disponibilidad.

A todo esto, alrededor del Bambi se congregaban angustiados padres que habían acudido desesperados a retirar a sus hijos de lo que suponían un ataque de un ex jardincista a lo Columbine.

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