Vie 20.06.2003

SOCIEDAD  › OTRA CIUDAD LEVANTADA POR LA INSEGURIDAD A PARTIR DE UNA MUERTE

Arrecifes se despertó de la siesta

El hijo de un productor agropecuario fue asesinado en un robo. Y los vecinos siguieron el ejemplo de Arequito: se reunieron frente a la comisaría para exigir mayor seguridad. Llovieron piedras y naranjazos. El comisario renunció en público. Hay tres detenidos.

El brote de protesta pasó de la santafesina Arequito a la bonaerense Arrecifes. Otra provincia, otras características, pero el mismo reclamo. El hijo de un productor agropecuario, Eduardo Alfredo Vesprini, de 41 años, fue asesinado de un tiro en la cabeza cuando intentó desprenderse de dos delincuentes que lo amenazaban para asaltarlo en la puerta del campo de su padre. El hecho ocurrió el miércoles por la noche, y durante la tarde de ayer la policía había detenido a un sospechoso. No fue suficiente. La gente del pueblo, durante el sepelio, convocó a una marcha de reclamo. Anoche se concentraron frente a la comisaría donde creían que se encontraba el detenido, que ya había sido trasladado a San Nicolás. Con el mismo tono de indignación de Arequito, con ánimo de linchamiento, alabando y cuestionando a la policía, sin otro hilo que el de la reacción espontánea, la protesta se transformó en una nueva pueblada, aunque esta vez limitada a naranjazos y pedradas contra la comisaría. En Arequito corrieron tras el jefe comunal. En Arrecifes la mejoraron: renunciaron al comisario. Por la noche hubo otros dos detenidos.
Alrededor de las 21.30 del miércoles, el ingeniero agrónomo Eduardo Vesprini llegó en su camioneta Toyota al campo de su padre, ubicado en el kilómetro 66 de la Ruta 51, a unos 4 kilómetros del centro de Arrecifes.
Junto a él viajaba su pareja, Silvina Goymil, de 36 años. Adentro lo esperaban su padre, Pedro, de 75 años; su madre, Mabel Gladys Monteverde, de 63; y un tío, Vicente Vesprini, de 72. Silvina bajó de la Toyota y entró en la casa, y Eduardo se dirigió al garaje para guardar la camioneta. Pero, cuando salió, se topó con al menos dos hombres –algunas versiones mencionan tres– que lo amenazaron con armas, pretendiendo entrar a la casa. A partir de allí el relato es confuso.
Aparentemente, el ingeniero intentó zafar de los delincuentes y recibió un disparo en la cabeza. “¡Papi! ¡Papi!”, alcanzaron a oír desde adentro, además del disparo. El padre de Eduardo, con una escopeta, y su novia con un revólver, salieron de la casa y dispararon contra los asaltantes, quienes a su vez respondieron el fuego antes de escapar.
Durante la tarde, la policía local realizó cinco allanamientos, sin resultado, mientras el velorio primero y el sepelio después fueron los escenarios de una sorpresa que fue dando paso, paulatinamente, a la bronca. No es lo mismo Arequito que Arrecifes. Esta última es una ciudad de importancia en el norte bonaerense, zona de ganaderos y estancieros. Pero es muy probable que de golpe, aquello que el día anterior habían visto en las pantallas ahora les cayera como una cruda identificación. Tema: la inseguridad. “La policía trabaja bien, pero van a la Justicia y salen como entran”, se escuchaba decir en los corrillos que iban levantando temperatura. Lentamente, los comentarios comenzaron a girar su objetivo. “A mi madre la secuestraron hace tres meses”, dijo otro. Se fue aclarando con el pasar de los minutos: “Ellos (la policía) los conocen a todos. ¿Qué esperan para detenerlos”, decía una mujer indignada. Y terminaron por anunciar lo que se venía: “Esta no es una ciudad tranquila como quieren hacer creer”, destapaba otro vecino.
Curiosamente, a esa misma hora, mientras el clima bajaba en el termómetro y subía en las cabezas de la gente, la Bonaerense lograba asestar un definitivo golpe al hampa. Dos testigos de identidad reservada aparecieron no se sabe de dónde, y describieron a uno de los asaltantes. Lo detuvieron en la avenida Molina al 1100. Conducía un Renault 21 gris, según la policía, semejante al que vieron los testigos. Dentro del vehículo encontraron un revólver calibre 32 que fue secuestrado y seguramente será el arma del homicidio. Con la velocidad de los reflejos, fuentes anónimas pero policiales deslizaron con pelos y señales los datos del detenido: José Alberto Vargas, de 24 años, más conocido como “Papucho”. Para dejar un manto de dudas sobre la oportuna resolución del caso, Mónica, hermana del detenido, gritaba: “¡Vargas es inocente. Los milicos lo detuvieron sin testigos. Ellos le pusieron el arma!”. “Papucho”fue enviado prontamente a San Nicolás, y quedó a disposición del fiscal Vicente Botteri.
Se ve que la gente no se dio por aludida porque alrededor de las siete de la tarde ya se había concentrado en forma nutrida en la plaza de Arrecifes, frente a la puerta misma de la comisaría. Nadie sabe si la multitud ya no era capaz de escuchar, o si iba por más. Lo cierto es que prendieron fuego a unos neumáticos y mientras reclamaban por altavoz la renuncia del comisario Horacio Ferrari y del jefe de la Departamental de San Nicolás, Luis Castro, comenzaban a llover escupitajos, piedras y, por último, los frutos de la Madre Tierra más típicos de la zona: naranjazos.
Ferrari discó a la Departamental, habló con el jefe Castro, y le dio una reseña. Después fue rodeado por cronistas. “¿Va a renunciar?”, le preguntó uno. “Yo he hecho todo lo que pude, lo mejor posible, pero si el deseo de la comunidad de Arrecifes es que yo dé un paso al costado, yo voy a renunciar”, dijo solemne Ferrari. A todo esto, una guardia policial, con escudos, cubría la puerta de la comisaría sobre la que llovían piedras y naranjazos. Ferrari supo interpretar el mensaje: presentó la renuncia indeclinable. Preocupados, desde el Ministerio de Seguridad anunciaban a última hora de anoche que ya eran tres los detenidos.

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