SOCIEDAD
› OTRA MUERTE EN EL ENTORNO DEL MEDICO PRESO POR EL CRIMEN DEL CARDIOLOGO
El misterio de la amante apuñalada
Néstor Morelli, el cardiólogo procesado por el homicidio de Martínez Martínez, tenía una novia oculta. Era peruana. Primero sufrió un robo. Luego de haber cortado la relación, fue asesinada. Morelli declaró como testigo. Página/12 revela la historia del caso.
› Por Horacio Cecchi
No fue una, ni dos, sino tres las muertes que coincidieron –por ahora, habrá que decir por puro y curioso azar– con la trayectoria del ahora procesado y detenido doctor Néstor Ramón Morelli. La primera, el asesinato del cardiólogo José Martínez Martínez, es la causa en la que Morelli aparece directamente vinculado por la Justicia y que colocó su nombre en todas las primeras planas. La segunda ya fue anticipada en forma exclusiva por Página/12: Enrique Flores Guerra, médico pediatra peruano, fue asesinado en su casa de Caballito el 18 de diciembre pasado. Habrá que decir que de pura casualidad, Flores Guerra cubría guardias en una clínica de González Catán donde también cubría guardias Morelli. La tercera muerte tuvo lugar en diciembre de 2000 y ahora este diario revela sus detalles. Una médica, también pediatra y también peruana, Zulema Luz Rojas González, de 29 años, murió apuñalada en el hall de ingreso del edificio donde vivía. Cuatro meses antes, alguien entró en su casa y robó un sobre oculto en una caja de herramientas, al fondo de un placard. El sobre contenía más de 10 mil dólares y fue lo único que le robaron. ¿Cuál es la curiosa coincidencia? Que, según quienes la conocieron, Zulema Rojas era la novia oculta de Morelli.
Fue necesario rearmar un intrincado rompecabezas cuyas piezas se habían diseminado a lo largo y ancho del mundillo hospitalario para orientar la investigación sobre el caso de Zulema Luz Rojas González. La distancia en el tiempo, las malas pasadas del olvido, los remisos a remover la memoria y la pausa en la investigación judicial –”la causa está fría”, reconoció una fuente de la fiscalía–, conspiraron en contra. El punto de partida fue una voz médica que dos días después de que Morelli fuera un apellido público arrojó un dato al cronista: “Morelli tenía una novia, era peruana. Un día la asaltaron en la puerta de su departamento y la apuñalaron. Estuvo internada en el Ramos Mejía unos días y murió”.
Nada más. Ni nombre ni apellido. Ni fecha ni lugar donde ocurrió. Si era su novia, no era oficial: Morelli está casado y es padre de tres chicos. Pero había un dato que se transformó en la punta del ovillo: la novia era peruana. Desenredar ese ovillo permitió saber que Zulema Luz Rojas González tenía un hermano, Gildo, y una hermana, Liliana. Los tres se habían instalado en Córdoba, donde Zulema cursó la carrera de Medicina en la Universidad Nacional. En 1996, el rastro de Zulema la señala ya instalada en Buenos Aires, como médica. Para esa fecha se casó con Fernando, también médico. Con dinero ahorrado y en parte prestado por Marina González Galdión, madre de Zulema, compraron un auto. Después lo vendieron y se lanzaron a un departamento. Al principio no tuvieron suerte: fueron uno más entre los aproximadamente 200 ahorristas que entre el ‘98 y el ‘99 cayeron dentro del escándalo Prato Murphy, una estafa por seis millones de dólares en la que estuvo envuelto el famoso escribano de “Feliz Domingo”. El departamento, a nombre de Fernando, ubicado en el 4º piso de la calle México 3631, será una pieza clave en la historia trágica de la pediatra peruana.
Alrededor del ‘99, Fernando y Zulema se separaron. Durante unos días, la mujer fue invitada a vivir en la casa donde se alojaba una amiga de un curso nocturno de inglés. La amiga se llama María. Durante unos diez días, Zulema vivió en Virrey Liniers al 500, hasta que llegó a un acuerdo con su ex y se trasladó, temporalmente, al departamento de México. También en México vivió durante un tiempo su hermano Gildo.
Quienes la conocieron aseguraron que Zulema era una chica “muy laboriosa”. De su corto pero agitado currículum surge que trabajó en una clínica en Avellaneda, donde renunció porque le adeudaban sueldos. Trabajó en el Hospital Lucio Meléndez, de Adrogué, donde se formó como pediatra. También en el Sanatorio Modelo, de la misma localidad. En junio de 2000 se incorporó al Hospital Santa Marina de Monte Grande, donde ya había obtenido la promesa de nombramiento para el 1º de enero de 2001.
Contacto en la guardia
También empezó con guardias los domingos en el Centro de Salud Norte Olivos, ubicado cerca de Panamericana y Pelliza. El Norte Olivos se llamaba Panamericano y pertenecía a otros dueños cuando quedó envuelto en un escándalo por un caso de venta de un bebé. El sanatorio cambió de dueños y de nombre. Fue en el Norte Olivos, en sus guardias de domingo, donde Zulema conoció a un médico. Se llamaba Néstor, ahora más conocido como doctor Morelli.
“Hablaba todos los días de ese tipo”, dijo a Página/12 Matilde, dueña de la casa de Virrey Liniers. “Estaba muy enamorada, aunque nosotros estábamos en desacuerdo”, recordó Gildo, que se volvió a Lima tras la muerte de su hermana. Página/12 dialogó con él telefónicamente.
–¿Sabía Zulema que Morelli estaba casado?
–No, al principio no sabía nada –respondió–. Pero después él le confesó que estaba casado. Pero le aseguró que se iba a separar. Le dijo que se llevaba mal con la mujer, que ella tenía vicios...
–¿Vicios?
–Sí, según le dijo, su mujer fumaba mucho. Le prometió a mi hermana que se separaría y que se irían a vivir juntos al exterior.
Zulema ahorraba para comprar un departamento. A su prometido llegó a prestarle una suma desconocida de dinero. Una parte parece haberla devuelto, aunque esto es tema que quedó perdido en el misterio. De todos modos, no fue el préstamo sino lo que ocurrió con los ahorros de Zulema lo que se transformó en una curiosa coincidencia. Zulema los guardaba prolijamente en un envoltorio plástico que colocaba dentro de un sobre. Ese paquetito luego lo ocultaba en el último de cuatro cajones de una vieja cajonera del placard. Era el cajón de las herramientas. El fondo de ese cajón era su caja fuerte.
En agosto de 2000, mientras Zulema se encontraba en una guardia, su hermano Gildo haciendo un curso, y no había nadie en el departamento de México, una mano misteriosa entró sin violentar la cerradura, y con las aberturas cerradas por dentro. No se detuvo en minucias. Sabía dónde apuntar. Abrió la puerta del placard, el último cajón, sacó el sobre con el dinero y desapareció. La denuncia fue formalizada ante la policía.
Le resultó muy difícil a Zulema determinar quién había sido. Alguien que conociera sus menores movimientos y secretos. Llegó a sospechar de su por entonces novio de las guardias del Norte Olivos. Alguna vez lo había llevado al departamento. Ella supuso que le habría dado algún sedante para dormirla y tomar una copia de la llave. Después descartó todo como una idea descabellada. “Estaba ciegamente enamorada”, aseguró Gildo. Quienes rodeaban a Zulema por aquella época aseguran que después del robo, el novio dejó de llamarla tan asiduamente como lo venía haciendo.
Pero la fecha trágica fue el miércoles 20 de diciembre de 2000. Alrededor de las 6 de la mañana, Zulema salía de su departamento hacia la parada del 96, justo frente a la puerta del edificio. Un día antes había llegado de Perú su madre, que se había alojado en la casa de su hija. Zulema no tuvo tiempo de llegar a la parada. Dos hombres, que aparentemente se habían ocultado en un pequeño depósito, ubicado en un recodo junto a la escalera, la atacaron. Zulema se resistió, y la apuñalaron. Escaparon con la cartera que contenía el celular y su agenda.
Nada tendría por qué vincular el misterioso robo del dinero, en agosto, con el asalto. Sólo un pequeño detalle llama la atención. Quince minutos antes del ataque, la hija de un matrimonio que vive en el tercer piso del edificio pasó por el mismo lugar. Alguien había desenroscado la bombita del plafón. Estaba a oscuras, pero a la joven nadie le hizo nada. Todo hace pensar que buscaban a la médica.
A Zulema la internaron de gravedad en la terapia intensiva del Ramos Mejía. La fiscalía 37 de Horacio Amelotti inició la investigación. Entre los testigos declaró Morelli. Sostuvo que ese día estuvo de guardia en laClínica Catán (ver aparte) hasta después de las siete de la mañana. Efectivamente, durante el mes de diciembre de 2000, Morelli cubrió guardias los miércoles en esa clínica. Supuestamente, desde las 8 de la mañana del martes y durante 24 horas. Página/12 chequeó esa información: “Nunca se fue después de las 6 –señaló una enfermera de la terapia de Catán–. En general se iba a las 5, o 5.30. Decía que tenía otra guardia que cubrir”. Zulema permaneció internada un par de días, hasta su muerte. Su prometido llamó preguntando por el velorio y el sepelio. Nadie lo vio ni en uno ni en otro.
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