SOCIEDAD › EL BUFFET DEL CARLOS PELLEGRINI ES ATENDIDO POR UN GRUPO DE CHICOS DISCAPACITADOS
Desde el año pasado, el bar del Pellegrini había sido motivo de conflicto. Los alumnos habían tomado el colegio para reclamar su gratuidad. Una propuesta de Desarrollo Social trajo una ONG que trabaja con chicos discapacitados, que ahora atienden el bar.
Erik abre la tapa del horno y saca con cuidado tres empanadas humeantes. Las sirve en una bandeja cuadrada de telgopor sobre una servilleta de papel y avisa que el pedido ya está listo. En tiempo y forma, las empanadas saldrán de la cocina y llegarán a destino, del otro lado del mostrador. Son apenas pasadas las doce del mediodía y el buffet del colegio Carlos Pellegrini desborda de alumnos. Luego de estar abandonado durante todo el año pasado, una organización social que trabaja con jóvenes con discapacidad se hizo cargo del servicio gastronómico y la atención del buffet ubicado en el histórico colegio porteño. Una propuesta del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación logró destrabar un conflicto que se había desatado en 2012 sobre la administración del bar, y hoy finalmente el lugar se encuentra en pleno funcionamiento.
En la cocina, Erik y otros siete chicos con discapacidad preparan cada uno de los pedidos que hacen los estudiantes. Una larga fila de alumnos serpentea delante de la caja y otros tantos, ya atendidos, esperan acodados sobre el mostrador.
“Yo me encargo del horno, de que todo esté bien en ese sector”, dice Erik –quien tiene una discapacidad intelectual y es padre de una nena y de un nene– en un descanso que se toma para charlar con este diario. “Estoy muy contento de poder estar acá. Me siento recómodo trabajando junto a todos ellos.” Erik, de 28 años, de pronto se ríe y busca complicidad: levanta el brazo para llamar a uno de sus compañeros. El que se acerca es Héctor, un chico sordo que todos conocen como Tito. Entre los dos empiezan a intercambiar señas: Tito levanta el pulgar de su mano, se ríe; Erik se toca la sien con un dedo, mueve las manos para todos lados. Por el sector de las mesas, recogiendo las bandejas y los restos, pasa Diego, un joven con discapacidad intelectual: “Me gustó mucho la idea de venir acá y de atender a los chicos, y por suerte los chicos están muy conformes”, dice. En total son 16 los jóvenes con diferentes discapacidades que participan de la experiencia, supervisados permanentemente por un grupo de profesionales.
“Lo que estamos generando es un proceso de inclusión social, donde chicos con discapacidad intervienen en la elaboración de los productos y en la atención al público. Participan en todas las instancias. Y están siempre acompañados por un grupo de profesionales en gastronomía y otras personas que se encargan de la logística y la compra de los productos. Esto es un gran desafío para todos nosotros”, explica Martín Lucero, de Granja Andar, la asociación que desde marzo de este año administra el buffet del colegio que depende de la UBA.
Granja Andar es una organización social con sede en Moreno, provincia de Buenos Aires, que impulsa desde hace 25 años todo tipo de oportunidades para el desarrollo laboral, social y cultural de las personas con discapacidad. Una panadería, un servicio de catering, una huerta y ahora el bar del Carlos Pellegrini se incluyen entre sus emprendimientos. A su vez, la asociación organiza una liga de fútbol especial y una serie de talleres artísticos y culturales, todos ellos con la intención de integrar a los chicos.
“Lo que genera esta experiencia con el Pellegrini es, por un lado, la inclusión de las personas con discapacidad, y por otro lado la articulación con el colegio para concientizar a la comunidad sobre la temática. Nosotros consideramos que el trabajo es una herramienta genuina de inclusión social. Cuando las personas tienen acceso al trabajo y reciben una remuneración, pueden vivir dignamente. Apuntamos a generar una actitud proactiva de las personas con discapacidad. Muchas veces el discurso médico le entrega a la madre o al padre de un chico con discapacidad un panorama de infinitos no: no va a poder caminar, no va a poder estudiar, no va a poder trabajar. Nosotros nos paramos desde otro lado. Visualizamos la discapacidad, pero también sabemos que hay mucho potencial por desarrollar. Hay muchas actividades y tareas que van a poder realizar. Y este bar es una demostración de eso”, sostiene Lucero.
Más allá de este presente estimulante, la historia del bar no está exenta de tensiones y polémicas: en julio de 2012, tras el vencimiento, a fines del año anterior, de la concesión privada, los estudiantes del Pellegrini tomaron la escuela en reclamo de un bar institucional, financiado por la UBA y no privatizado. Las autoridades de la universidad rechazaron la propuesta de los alumnos y ofrecieron como alternativa un bar gestionado por la cooperadora del colegio o concesionado a un tercero. En ese contexto, y mientras el conflicto no encontraba solución, el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación acercó al rectorado de la UBA la propuesta de Granja Andar. El 11 de marzo de este año, con el inicio de las clases, el buffet finalmente pudo reabrir sus puertas a la comunidad educativa, gestionado por la asociación civil. Para cubrir la extensa jornada, los chicos con discapacidad que trabajan en el bar se reparten en dos turnos: un grupo de ocho está desde la mañana hasta las dos de la tarde y otro grupo de la misma cantidad lo releva hasta la noche.
Faltan 20 minutos para el cambio de turno y, en una de las mesas del buffet, tres chicos comparten una pizza grande. Erik atraviesa caminando la cocina y en el trayecto charla con sus compañeros. Un grupo de chicas escribe nombres de países de Europa sobre una cartulina. A tres meses de su apertura, el bar del Carlos Pellegrini pareciera estar ya perfectamente mimetizado con la rutina diaria de la escuela.
Informe: Nicolás Andrada.
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