El juego de moda del verano es una aplicación para conocer gente y entablar relaciones casuales o no tanto a través del smartphone. Un toque en la pantalla determinará si hay o no coincidencia. Luego el chateo y la posible cita.
› Por Soledad Vallejos
Quizá por efectos del verano, es el juego de moda. Y resulta tan sencillo que, en su ligereza, aplica las reglas clásicas de la playa a la ciudad, pero a la vez es tan moderno que recurre a la geolocalización para ayudar a los participantes. En tiempos en que ya no hay dudas de que Internet no es a prueba de espías y que los datos privados, en fin, quizá no lo sean tanto aunque los afectados muchas veces lo ignoren, el chiche del verano es una aplicación que se usa en el celular y pide poco: abrir la puerta de Facebook y saber dónde, exacta, geográficamente, está el usuario en ese momento. Las fotos de desconocidos se pasan como figuritas. Un corazoncito marca interés; una crucecita, lo contrario. Si el corazoncito es recíproco, podría haber una cita, algo más. En este caso, la seducción es instantánea o nada. Un pequeño algoritmo, un par de coincidencias y listo. Este juego de las coincidencias, que desde hace años tiene público cautivo en el mercado gay, tomó envión en los últimos meses, quizá de la mano de un recambio de teléfonos celulares y sistemas operativos que facilitan el acceso a la aplicación. De un tiempo a esta parte, entre quienes usan smartphones se puso de moda conocer gente con esas aplicaciones, tan a años luz del modo en que los usuarios se relacionan en redes sociales de derivas más diversas. Claro: esta aplicación estará de moda pero no es la primera, tampoco la única, seguramente no será la última.
Se llama Tinder, que en inglés es algo así como “mecha”. Lisa y llanamente: lo que enciende el fuego, que, por otra parte, es el icono de la aplicación que se baja al teléfono celular. Una vez instalado, el programita pide poco: que el usuario se conecte con su perfil de Facebook y vea fotos. La pantalla de entrada explica las reglas: “elige ‘me gusta’ o ‘paso’ de forma anónima”. Y empieza el show. Cada foto viene con algunos pocos datos, más bien un resumen brevísimo de lo que se supone es el perfil de Facebook de esa persona: nombre de pila, edad, cantidad de amigos en común, intereses, cantidad de fotos de perfil disponibles para husmear. La aplicación, supuestamente, sólo mostrará información de quienes cumplan con tres parámetros previamente indicados: hombre o mujer, distancia máxima de rastreo (para eso el teléfono usa el GPS), rango de edad. Lo demás es azar. Como se usa desde el celular, se puede encender donde sea, cuando sea: la casa, la calle, el trabajo, un bar, una ciudad ajena, a la mañana, la medianoche, la hora del té. Es tirar el anzuelo para probar si resulta en una cita inesperada.
Los descartados nunca saben quién los descartó. Pero si quien husmea y el husmeado se eligieron mutuamente, corazoncito mediante, la aplicación lo anuncia con una pantalla amorosa: las fotos de la feliz pareja, indicando que ambos “se gustaron” y que podrían chatear. Ahí el juego pasa a otra etapa.
“En realidad, estas aplicaciones existen hace mucho, pero en Argentina se usan hace poco”, sentencia Juan, 30 y pocos, editor. Habla de Tinder, pero también de Bender y de Grindr, las aplicaciones de pago (a diferencia de Tinder, que es gratuita, al menos de momento) que le abrieron el camino y se especializan en el público gay. En Europa, dice Juan, “se usa mucho”. “Estás en la playa, lo prendés y te aparece enseguida que hay 250 tipos alrededor que la tienen”, recuerda, y acota que él conoció que estas cosas existían por un novio, en París, que usaba iPhone. El detalle no es menor, porque algunos teléfonos celulares no pueden bajar estos programas, algo que va cambiando de la mano de smartphones más económicos y veloces y con otros sistemas operativos.
Juan, que conoce Tinder pero es más afecto a Bender y Grindr, insinúa que con estas aplicaciones el universo heterosexual copia algunos modos propios de lo que llama “el mundo gay”. “El mundo gay, por su propia historia, tiene una cultura distinta para las relaciones casuales. En la cultura gay, estás más habituado a poner la cara. Estás acostumbrado. Por ejemplo, en las webs de contactos, como Manhunt, no es raro que alguien plantee explícitamente: ‘quiero salir con tales chicos, hacer una fiesta con tal’. En las fichas te piden que aclares cuánto medís, cuánto pesás, qué rol preferís en la relación sexual”, explica.
En Argentina, dos millones de personas se conectan a una página web para facilitar el trabajo de Cupido. Por lo general, se conectan a la noche, y más en fin de semana. La vocera del sitio match.com., Mariela Barreira, dice que el número no se divide en partes iguales, al igual que sucede en la región: “El 58 por ciento del público es masculino y el 42, femenino, excepto en México, donde el público masculino es el 70 por ciento”. Se trata, además, de usuarios que pagan entre 80 y 160 pesos mensuales por ese servicio, que al ritmo de la tecnología fue dejando de ser accesible sólo por computadora (la web existe desde mediados de los ’90, cuando los smartphones eran apenas sueños de geeks) para sumar versiones de dispositivos móviles, como tabletas o celulares.
A diferencia de Tinder, tan pegado a lo inmediato y lo visible en algunas fotos, dice Barreira, match.com atrae a un público menos interesado en los chispazos de una noche cualquiera. “Hacemos muchas encuestas a nuestra audiencia, y uno de esos estudios dice que entre el 75 y el 80 por ciento de nuestros usuarios busca una relación seria, estable, a largo plazo. No está para lo casual. Ese es nuestro posicionamiento. Va bien con edades más maduras, que son personas a las que les cuesta conocer gente.” Por eso, agrega Barreira, esos usuarios no tienen problemas en completar formularios detallados para contar quiénes son: qué les gusta, qué no, edades, trabajos, proyectos posibles. Y suman fotos, claro. Con eso “armamos el algoritmo de matcheo, que es muy preciso, y vamos proponiendo candidatos que podrían matchear con el perfil del usuario”. Como si fuera un delivery digital, el servicio propone menú diario, en forma de correo electrónico con cinco posibles candidatos.
“Todo es estadística”, dice Barreira, quizá aniquilando algo de misterio. Pero esa misma perspectiva, agrega, es lo que busca este otro público, que de todos modos cada año parece comportarse con más desenfado, “porque las redes sociales, a pesar de que son diferentes, ayudan a estar más desinhibidos y no está tan mal visto poner fotos de uno, decir que uno está soltero, buscando a alguien. La idea de exposición en Internet cambió”.
Mariana se enteró de Tinder “por unas conocidas que decían que estaba bueno para conocer gente porque es discreto, no quedás expuesto”. Entonces lo instaló y empezó a usarlo. Eso creía. “La verdad es que hice todo mal, porque la app es tan básica que no vi el corazón y la equis dibujados, no vi que deslizar una foto para la derecha o para la izquierda era aprobar o desaprobar a un posible candidato. Así que yo pasaba las fotos indistintamente.” Es “un stress”, dice, y se ríe, porque “cada vez que te muestra una foto, vos tenés que decidir. No podés dejarlo para más tarde”.
Por eso Mariana terminó conociendo a alguien, pero sólo virtualmente y un poco con tinte de comedia de enredo. El único señor con el que chateó, explica, “es uno al que le había dado un ‘me gusta’ por error. Y nuestro diálogo fue sobre si él sabía cómo hacer para deshacer el desmán que yo había hecho”. El señor de marras averiguó que la única manera de deshacer virtualmente la “pareja” era que uno de los dos bloqueara al otro. “‘¿No será muy agresivo bloquear?’, le pregunto y él me dice ‘Y, parece que no, pero yo prefiero que no me bloqueen’”. Entonces no nos bloqueamos pero tampoco hablamos nunca más, aunque la ‘pareja formada’ sigue estando. Es buena esa: juntos para siempre.”
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