SOCIEDAD • SUBNOTA › INGRID SARCHMAN, DOCENTE E INVESTIGADORA
› Por Soledad Vallejos
Ya está claro que la exhibición de la intimidad es algo más que una moda, dice Ingrid Sarchman, docente e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales, de la UBA. Con la evidencia cotidiana de que los caminos de Internet son imprevisibles, pero que los públicos y usuarios pueden doblar la apuesta para incorporarse, probar, colaborar, está claro que el temor a perder privacidad no asusta a nadie. Por el contrario: personas anónimas no dudan en completar formularios que hasta pueden incluir números de teléfono celular, en aras de la seguridad de, por ejemplo, una cuenta de correo electrónico. “La intimidad ya no es ese gran valor que había sido en la modernidad, y eso es algo que cambia a partir de Facebook”, agrega.
“A partir de cierto momento, ese ciudadano común y anónimo, que mantenía bajo siete llaves su privacidad, que tenía su correspondencia a salvo, amparado incluso por leyes, y cuyos asuntos íntimos eran, a lo sumo, confesados al cura o al terapeuta, de pronto se volvió conocido para todos los integrantes de su red social”, escribió Sarchman en “Face- book y el declive del hombre privado. Una aproximación a los nuevos modos de construcción autobiográfica” (publicado en la revista de la Facultad de Ciencias Sociales). A diferencia de la lógica de la celebrity, cuya información privada trasciende por ser robada, “aquí, la comunicación del acto más íntimo se transforma en voluntaria”.
“Es claro que la idea de preservar la intimidad a toda costa no existe ya. Ahora vos mostrás tu vida, al menos determinadas cosas. Yo planteaba esto en algunas charlas, en las clases de la Facultad, y enseguida alguien saltaba: ‘Yo uso Facebook pero para promocionar mi negocio’. Hay vergüenza en reconocer que existe esa especie de necesidad de mostrarse. Antes era algo que se hacía en la intimidad del consultorio y ahora está expuesto”, dice Sarchman a Página/12.
–¿Pueden leerse consecuencias del uso de redes sociales, como Facebook y Twitter, en estas aplicaciones para conseguir citas rápidas?
–Decididamente sí. Si el resguardo entre público y privado se abandona con las redes sociales, esto lleva a abandonar la ceremonia del cortejo. ¿En qué consiste, tradicionalmente, el emparejamiento? ¿Cómo era la ceremonia del cortejo? Conocías a alguien, hablaban por teléfono, había una invitación a salir, coqueteo. Con las redes empiezan a cambiar los códigos y es como si quedara de lado esa ceremonia. Con Tinder en particular, los dos que entran en contacto tienen claro que es una cita rápida. Pero a la vez hay otra lógica, porque usa como información el perfil de Facebook, con sus intereses. Pero sin embargo es claro que si a uno le gustan las mismas cinco películas, cuatro libros y tres bandas que al otro, con eso no se arma compatibilidad. Pero el código es otro, hay otro proceso: todo está a la vista, se elige más rápido, con menos vueltas, menos cortejo. No hay acá esa ceremonia de seducción donde uno nunca está seguro de lo que piensa el otro.
–¿Un quiebre en esas prácticas?
–Hay algo que tiene que ver con la subjetividad del siglo XX, y está vinculado al espesor de la conciencia: esa idea de que somos atravesados por el lenguaje, lo complejo de lo reprimido. Con ese discurso se inauguró el siglo XX, con ese espesor del sujeto. En cambio, lo propio del siglo XXI es la subjetividad atravesada por las tecnologías. Es como si se intentara suponer que lo que está, es. Lo que sos es lo que vos mostrás. En algún sentido, es suponer que las relaciones son más sinceras porque no hay espesor.
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