Martes, 18 de noviembre de 2014 | Hoy
SOCIEDAD › DíA CLAVE PARA EL CASO DE JUSTO ILARRAZ, EL SACERDOTE ACUSADO DE ABUSAR DE SEMINARISTAS EN PARANá
La Cámara de Casación Penal decide hoy si cierra por prescripción o eleva a juicio la causa. La historia de los abusos y la investigación secreta de la Iglesia. Los antecedentes ultranacionalistas del Arzobispado de Paraná. El doble juego de Karlic.
Por Julián Maradeo
“Cuando ingresábamos al seminario, el cura Ilarraz seleccionaba las casas con las que seguía manteniendo contacto. Había familias que no visitaba nunca más y familias que visitaba muy seguido. Las visitaba muy seguido porque ya había puesto el ojo en esos chicos. Eran familias en situación de vulnerabilidad, muy religiosas o hasta de padres violentos. Se presentaba ante los chicos como un papá y frente a los padres casi como un dios. Después de eso, se hacía muy amigo de los chicos con los que quería tener algo. Se sentaba en todas las camas, pero en algunas se demoraba mucho más tiempo. El hacía sus primeros acercamientos en las camas, con ciertos toques, besos, abrazos en altas horas de las noches. Incluso en algunas de las camas se quedaba a dormir un rato. (...) El segundo paso que daba era invitar a los chicos a su habitación. Una vez que accedías a ese lugar, empezabas a recibir muchos premios. (...) En ese momento, el chico estaba captado del todo. Incluso, cuando te ibas a tu pueblo, te encontrabas a Ilarraz cenando con tu familia. El se anticipaba a todos esos movimientos. Lo hacía para que su palabra fuera indiscutible en el seno familiar. Obviamente que lo lograba. En la casa de uno lo elogiaban diciendo cuán bueno era el padre, hasta el punto de que había fotos de él en la mesita de luz de nuestros padres. Muchas de nuestras madres rezaban a la imagen de la Virgen, la imagen del Papa y al lado la imagen del cura Ilarraz” (testimonio de una de las víctimas que denunciaron al sacerdote Justo José Ilarraz por abusos en el Seminario Menor de Paraná).
En julio de 1995, el arzobispo de Paraná, Estanislao Karlic, ordenó, por decreto, una investigación sobre la conducta de Justo José Ilarraz. El actual cardenal tomó especial cuidado en señalar que la investigación debía ser realizada “con el mayor sigilo, una vez terminada y resuelto cómo actuar, según prescribe el c. 1718, se guarde en el archivo secreto de la curia (...)”. Y así fue por casi veinte años.
Hasta que en 2012 la revista local Análisis quitó el velo. De inmediato, el Arzobispado de Paraná emitió un comunicado en el que, luego de señalar que la difusión del caso reavivó “nuestra profunda vergüenza e inmenso dolor por faltas gravísimas cometidas”, aseguró que “cuando por primera vez se conocieron los hechos se realizaron todas las medidas tendientes al esclarecimiento de la verdad, siempre preservando el derecho a la intimidad y el debido proceso, y conforme a nuestro conocimiento sobre la legislación entonces vigente”. En ese momento, enviaron los relatos de los jóvenes a la iglesia San Juan de Letrán, donde funciona el obispado de Roma. Sitio ideal para que la supuesta investigación interna del arzobispado quedara congelada.
Acto seguido, el procurador general de Entre Ríos, Jorge García, abrió, de oficio, una investigación judicial, que, posteriormente, quedó en manos del juez de Instrucción Alejandro Grippo. Siete víctimas –se estima que serían medio centenar– denunciaron de qué modo Ilarraz abusó de ellos mientras estuvieron como pupilos en el Seminario Arquidiocesano de Paraná, entre finales de los ’80 y principios de los ’90.
Ilarraz fue prefecto de disciplina en el Seminario Menor desde 1985 hasta 1993. Y fue también director espiritual de los chicos que cursaban el secundario en el internado, camino a su formación sacerdotal en el Seminario Mayor. Por medio de un decreto, procurando que el silencio impusiera el olvido, Karlic autorizó a Ilarraz para que fuera a estudiar a la Pontificia Universidad Urbaniana, en Roma, donde permaneció hasta los primeros meses de 1997, año en que volvió al país. En el 2000 se calzó nuevamente la sotana para oficiar misa en Monteros, Tucumán.
Los abogados defensores del cura, Jorge Muñoz y Juan Angel Fornerón, pidieron la prescripción del caso, a lo que accedieron en la Sala Primera del Crimen de Paraná. En noviembre del año pasado, la Sala Penal del Superior Tribunal de Justicia anuló esa decisión. La causa recayó en la Sala II de la Cámara Penal de la capital entrerriana, la cual el 11 de junio de este año rechazó el planteo de prescripción. Pero a principios de julio, la defensa de Ilarraz volvió a apelar, por lo que ahora todo quedó en manos de la Cámara de Casación Penal, que tomará hoy una resolución.
El periodista paranaense Ricardo Leguizamón, autor de Karlic, las dos vidas del cardenal, fue directo a la nuez: “Además de cautela, Karlic pidió silencio: las víctimas hicieron un doble juramento, decir la verdad y no comentar nada de los hechos fuera del ámbito de la Iglesia. Otra vez la política de Karlic, evitar el escándalo. Sólo que ahora estaba frente a un delito. Nadie denunció a Ilarraz, ningún juez actuó, las víctimas no fueron acompañadas ni contenidas y no hubo intervención del Tribunal Eclesiástico: Ilarraz sólo recibió una sanción simbólica. Lo mandaron al destierro, pero siguió siendo cura”.
El abogado querellante Marcelo Baridón apuntó tanto al cardenal primado como al actual titular del arzobispado, Juan Alberto Puíggari, quien fue prefecto del Seminario Mayor entre 1984 y 1992: “Cuando el juez Grippo les pregunta cómo van a declarar, ellos ni siquiera responden, sino que dicen que van declarar después de que se defina si está prescripta la acción penal. No facilitaron información, no se han diferenciado del cura Ilarraz. Adeudan una explicación. Ilarraz era su secretario personal. Karlic tiene que explicarlo: cómo puede ser que, por un lado, convoque al diálogo argentino y, por el otro, tuviera en su séquito a un pedófilo”.
Sin embargo, no se alcanza a comprender la complejidad del caso si no se observa la conformación del Arzobispado de Paraná desde que en la década del ’60 desembarcaran los ultranacionalistas, como el líder de una de las facciones de Tacuara, Alberto Ezcurra Uriburu, a partir de que Adolfo Servando Tortolo fuera nombrado arzobispo de Paraná.
Allí, Tortolo, quien alojó al integrista Marcel Lefebvre, creador de la congregación San Pío X, que en la Argentina funciona en La Reja (Moreno), abrigó, entre otros, al sacerdote francés Jorge Grasset, líder de la Ciudad Católica y eficaz adoctrinador de los altos mandos de las Fuerzas Armadas. Por medio de la revista Verbo, en la que usaba el seudónimo Octavio Lauze, y durante los ejercicios ignacianos, el francés comparaba la guerra de Argelia con lo que sucedía en Argentina en los ’70, a la vez que argumentaba en favor de la utilización de los mecanismos de tortura que la Argentina importó de la Escuela Superior de Guerra francesa.
Tortolo situó al frente del Seminario a Ezcurra, quien depositó allí todo el antisemitismo de Tacuara e impuso el autoflagelamiento, por ejemplo a través del uso del cilicio. Sus laderos eran, entre otros, Rafael Sáenz y Silvestre Paul, mientras que uno de los asiduos visitantes era Carlos Miguel Buela, quien en ese momento era el capellán del Liceo Militar de San Martín. En el libro Abusos y pecados, Daniel Enz sostuvo que “el lema era claro: el seminarista, después de siete años de estudio, debía salir plenamente convencido de que la Edad Media era posible y que había que combatir con la predicación y las acciones cualquier intento de heterodoxia y Tercer Mundo”.
El propio Enz narró los abusos que sufrieron, en la década del ’60, los niños de entre 10 y 12 años que pasaron por el preseminario, entre los que estaba el cura Ilarraz. Esto también se calló.
Confesor de Jorge Rafael Videla, a quien conocía desde Mercedes, Tortolo perdió injerencia a partir de una grave enfermedad que lo dejó postrado entre 1981 y 1985, cuando falleció. En enero de 1983, Estanislao Karlic –hasta entonces mano derecha del arzobispo cordobés Francisco Primatesta– había sido nombrado arzobispo coadjutor de Paraná. Poco a poco, Karlic fue desactivando la desmembrada estructura integrista que dominaba el seminario, para lo cual consiguió que interviniera una comisión investigadora del Vaticano.
Muchos de los apartados partieron hacia San Rafael, Mendoza, donde fueron apañados por el obispo León Kruk. Allí, el cura Buela creó el Instituto Verbo Encarnado (IVE), a cuya titularidad tuvo que renunciar en 2010 luego de una investigación del Vaticano. Pero el IVE ya se había expandido a 38 países.
Los vestigios permanecen latentes. Así quedó demostrado, por ejemplo, cuando Puíggari bendijo a la facción local del Partido Popular de la Reconstrucción, creado por el carapintada Mohamed Alí Seineldín durante la década del ’90.
Cuando el caso estalló mediáticamente, en septiembre de 2012, Jorge Bergoglio, por entonces arzobispo de Buenos Aires, consideró, adhiriendo a rajatabla al comunicado de su par de Paraná, que las denuncias contra Ilarraz eran “faltas graves”. Sin embargo, desde su llegada al Vaticano no ha hecho mención alguna al respecto ni se dejó en evidencia la nula predisposición de Karlic y Puíggari.
Consultada sobre si hubo algún acercamiento por parte de Francisco, una de las víctimas manifestó que “bajo ningún aspecto. Sé que está al tanto del tema. Lo que también sé es que pidió que el caso Ilarraz se investigue. Más allá de esas expresiones públicas, no hemos tenido ningún contacto con él. Vemos que él habla, condena la pedofilia, pero a nosotros nunca se nos acercó ni nos llamó. Nos entristece que Bergoglio llame a la abuelita tal por su cumpleaños, lo que ya nos termina pareciendo marketinero. El nuncio apostólico recibió de nosotros dos cartas y en una de ellas estaba la investigación completa. Creo que le han filtrado las cartas, pero al tema lo conoce”.
Tanto Bergoglio como Karlic y Puíggari actuaron en consonancia: públicamente lo repudiaron, pero no aportaron ningún tipo de información para que la causa avanzara ni se excomulgó a Ilarraz, cuyo paradero es una incógnita. El último rastro fue cuando se presentó a votar, el año pasado, en Monteros.
Baridón tendió un inquietante manto de dudas: “En su momento, pedimos que se le prohíba la salida del país. A lo que nos hicieron lugar. Tiene doble ciudadanía, la argentina y la española. Su posición económica no coincide con los votos de pobreza que hacen los sacerdotes. Es una persona con mucha solvencia, al punto de que en Paraná él y su familia son dueños de una importante cantidad de propiedades. Por esto, tememos sobre su paradero. No estamos ante un sujeto marginal con incapacidad de moverse. Estamos ante alguien con experiencia en viajes al exterior y con capacidad económica”.
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