SOCIEDAD
› SIMON ARMITAGE, POETA INGLES
Los usos de la palabra
A los cuarenta años, es una de las voces consolidadas de la poesía en inglés. Comenzó a escribir cuando era nada menos que oficial de Justicia dedicado a conceder o negar libertad condicional. Es uno de los raros poetas en su país con inquietudes sociales e inventó un peculiar estilo de documentales donde filma y escucha a sus sujetos, para luego escribir canciones o poemas que ellos leerán en cámara.
Por Andrew Graham-Yooll
–Su carrera de escritor comenzó cuando usted era funcionario en el Departamento de Libertad Condicional. ¿Cómo pudo conciliar dos mundos tan diferentes?
–Yo era funcionario del Departamento de Libertad Condicional en Manchester, me entrené para el puesto después de la facultad. Es un trabajo que dejé hace siete años cuando mi carrera crecía y me di cuenta de que podría vivir de lo que escribo. Antes de esa época yo tenía un interés bastante limitado por la lectura, pero como consecuencia de empezar a leer mucha poesía decidí eventualmente comenzar a escribirla. Empecé a ir a talleres literarios cuando era un veinteañero. De allí creció mi poesía. Hoy tengo cuarenta años... ¿Cómo conciliaba poemas y prisiones? Bueno, el de libertad condicional es un trabajo bastante regular. Cuando lo dejé estaba asignado a una corte en Manchester y entraba bastante temprano a la mañana, como a las siete, para entrevistar a los arrestados de la noche anterior. Lo que se esperaba era que yo conversara con ellos y determinara su situación respecto de la posibilidad de fianza. Yo tenía que presentar al tribunal la información sobre si debían o no recibir la posibilidad de salir bajo fianza o debían quedar presos. A la tarde me tocaba acusar en nombre del Departamento de Libertad Condicional a personas que habían quebrado las reglas de sus fianzas o libertades bajo palabra. Como ve, a la mañana yo ayudaba a liberar personas y a la tarde me encargaba de ponerlas en prisión. En esos días, escribir era un lujo que me daba en ratos robados a mi trabajo. En la hora del almuerzo, a la noche, los fines de semana. Así también se puede ser poeta, se pueden escribir poemas mientras se tiene todo tipo de actividades. Es muy diferente en estos términos a ser un novelista, que tiene como condición sentarse una cierta cantidad de horas cada día a escribir.
–Y usted iba a sus talleres literarios.
–Hasta poder producir un poema del tamaño de un libro, “Haciendo tiempo”, que fue escrito para el Proyecto Milenio del Channel 4 y fue publicado por Faber, en Londres.
–Publicar con Faber es llegar a algo en el mundo de la poesía inglesa, ¿no?
–Faber tiene una larga tradición de publicar poesía, es una buena editorial, una buena marca. Antes publicaba en una pequeña editorial de Newcastle, Bloodaxe, que sacó mi primer libro, ¡Zoom!, en 1989. Es un sello muy dedicado a la poesía que sostiene solito Neil Astley. Es muy bueno con autores nuevos que crecen, con las caras frescas. Tuvieron cierto éxito y no están recibiendo manuscritos porque ya tienen mucho para publicar.
–Usted escribió un poema sobre su visita a Brasil, específicamente al Amazonas, que muestra más comentario social del que es habitual en la poesía inglesa. ¿Es algo nuevo en la poesía inglesa?
–En general, el comentario social o político es bastante raro en la poesía inglesa. Mi poema “Haciendo tiempo” es, sin embargo, más bien un comentario social. Fue una obra por encargo, para una ocasión pública, el milenio, y fue un poema que tenía que ser presentado en un medio tan público como es la televisión. Se me ocurrió que era la ocasión perfecta para discutir asuntos políticos del día. El milenio, con todas sus características inventadas, fue un momento en que la gente estaba pensando sobre quiénes son, qué lograron como sociedad en estos años, qué van a hacer en el futuro. Parecía un buen momento para decir algo sobre esos temas. Pero yo no tiendo a ser un crítico social en mi trabajo, prefiero escribir sobre asuntos cotidianos, domésticos, a veces personales, haciendo públicos asuntos privados. Pero “Haciendo tiempo” fue casi como trabajar en la dirección contraria, en la que los asuntos públicos reciben una visión personal. A mí me molesta personalmente mucho de lo que aparece como noticias en los medios y la cobertura a la que estamos expuestos día a día, y quería discutir eso en mi poema.
–Carol Ann Duffy, que como usted es miembro del directorio de la Sociedad Poética, hace comentario social. A su manera, también lo hacen Derek Walcott y Fleur Adcock, y supongo que hasta Andrew Motion es un poeta social a la manera inglesa. Motion, como poeta oficial del reino, tiene que escribir para grandes ocasiones... Pero podemos decir que el comentario social no es un característica prominente de la poesía inglesa.
–Hay comentario social y discusión de temas sociológicos y políticos en nuestra poesía, pero tiende a ser indirecta. Creo que hay una sensación en la poesía británica contemporánea de que la sutileza es esencial, absoluta, y que las ideas se discuten en un par de líneas y con una metáfora, no batiendo el parche con el tema. La sensación es que lo peor que se puede hacer en un poema es intentar una declaración grandilocuente sobre algo. De alguna manera, eso parece incorrecto. La poesía se siente más ágil y mejor estructurada desde la sutileza. La poesía gira sobre una actitud, un estilo. El estilo del tono de un poema puede, en un sentido, ser una declaración poética, más que el tema o asunto del poema. Paul Muldoon, presidente de la Sociedad Poética, y tal vez Seamus Heaney, un miembro, son buenos ejemplos de lo que digo. Ellos son poetas que tratan la situación y las circunstancias de haber nacido y crecido en Irlanda del Norte. Pero no son poetas que hagan ondear banderas en su poesía, no son personas que hagan campañas políticas con su obra. Son más indirectos.
–Lo que estoy tratando de hacer es comparar los usos de la poesía en distintos lugares...
–Yo tendría mucho cuidado en escribir cosas directamente políticas, porque entre las personas que menos admiro hay políticos y siento que los recursos retóricos que se usan en la política son muchas veces casi lo opuesto a la poesía. Asociarse al lenguaje del acto político, de la campaña, la cruzada, el llamado a las armas, sería en un sentido una contradicción. En ciertos países, como los de Europa oriental en tiempos soviéticos, cuando la libertad de expresión era todo un tema, la poesía fue un modo muy importante de comunicación que requería metáforas muy estilizadas. Pero también hay que considerar que el fondo es para quién se escribe, la audiencia. Si el poeta está escribiendo para un pueblo en las barricadas, si quiere comunicar una idea a gente que está furiosa o quiere inflamarla más todavía, entonces va a escribir cierto tipo de poema. Si uno vive en una situación en la que la poesía es algo que existe en libros, en bibliotecas y universidades, entonces se tiene otro tipo de diálogo con la gente. Una vez escribí un poema sobre un tipo de impuesto que quería pasar Margaret Thatcher. Yo estaba en contra y escribí una polémica sobre el impuesto. Luego lo leí con distancia y no me gustó, no por lo que había escrito o por lo que decía, sino por cómo lo decía. El lenguaje era simplemente demasiado obvio, no había ningún desafío en las palabras. Se leía como un borrador de alguien tratando de adoptar una visión política, no había ninguna recompensa en el poema. Es un tipo de mensaje que puedo obtener en otras formas, no es algo que uno quiera en un poema. Lo que yo busco es algo que haga pensar un poco más, no un simple punto de vista.
–¿Qué está escribiendo ahora?
–Acabo de terminar una segunda novela, llamada The White Stuff, que se publica en febrero. Ya escribí un libro de memorias, All Points North, que fue mi primera obra en prosa, una colección de ensayos sobre el norte de Inglaterra. Luego escribí una novela, The Little Green Man, publicada en 2001. Y ahora estoy trabajando con poesía porque estoy embarcado en una nueva versión, selección o traducción, como quiera llamarlo, de Sir Gawayn y el Caballero Verde, el poema en inglés antiguo del siglo XIV. Me va a tomar probablemente un par de años. De hecho, en esta visita a Buenos Aires me traje trabajo. Fue una experiencia curiosa sentarme en el Hotel Emperador ante una ventana con vista a la estación de trenes y la Villa 31 y más allá el río, trabajando sobre un poema en inglés antiguo. El poema tiene 101 stanzas, con unas 2500 líneas.
–Bueno, las villas porteñas a veces tienen un aire y ciertamente una planta como las de un pueblo medieval... puede ser que sea una buena vista para su trabajo.
–En Florida me compré uno de esos escuditos de solapa, que tiene la bandera argentina con la inglesa cruzada. El hombre tenía prácticamente todas las banderas del planeta cruzadas con banderitas argentinas, por lo que en un espíritu de cooperación busqué la mía y la compré. O sea, ¿por qué no?
–¿Dónde y cuándo trabaja en su traducción?
–Hay algo muy confortable en traducir, en que uno no tiene que empezar y terminar un poema con plazo de entrega. Son las grandes dificultades de escribir poesía: pensar una idea nueva, después pensar el lenguaje que le corresponda, luego escribirlo y encontrarle un cierre, todo lo cual lo hace una pieza completa. Pero con este poema en particular, que obviamente tiene sus dificultades propias, el trabajo es más como tejer una bufanda muy larga. Uno puede agarrarlo, trabajar en una línea, o en cinco o seis, y después dejarlo. Tiene un tramado aliterativo muy complicado, y también una métrica de rima en cada sección. Otro trabajo que hago después de la experiencia en televisión de “Killing Time” es poner poesía en películas documentales. Trabajo con una compañía llamada Century Films y ya hicimos ocho películas con ellos. Lo que hacemos es un tipo de documental diferente. Un ejemplo es nuestra última película, Felthram Scenes, que transcurre en una instalación para delincuentes juveniles en Felthram, cerca del aeropuerto de Heathrow. En lugar de hacer un documental tradicional, en el que se entrevista a personas, yo escribí poemas y canciones por los detenidos, usando sus propios testimonios. Las escenas los muestran hablando sobre sus circunstancias y de pronto comenzando a cantar canciones cuyas letras son poemas basados en sus experiencias. Es, en cierto modo, un documental musical. También escribí comentarios poéticos para otras películas. Siempre tienen una veta de autor que va con las declaraciones de los sujetos entrevistados. Es la misma compañía que hizo “Killing Time” para el milenio. Acabamos de completar otro sobre mujeres que trabajan en pornografía y escribí poemas y canciones intentando reflejar cómo se sienten con su trabajo.
–En “Killing Time” usted coloca a personas de edades variadas a leer partes del poema. ¿Para eso crea un guión?
–Las entrevistamos, hablamos de sus historias y experiencias, como si fuera una entrevista para un diario. Entonces me siento a ver los videos y a escuchar lo que dicen, y construyo monólogos poéticos con lo que dijeron, usando sus propias frases, sus maneras de hablar y manerismos verbales. A veces salen canciones, a veces poemas. Luego trabajo con un compositor y eventualmente logro que el sujeto de la película cante la canción o recite el poema en cámara. Cada uno sale diferente. Ya hicimos cuatro películas con esta técnica, y otra sobre un poema mío llamado “The Tyre”. Después filmamos uno contra el tráfico de niños en Africa, para el que escribí un poema que leyó Robbie Williams. Tal vez hagamos uno en Texas, en un pabellón de condenados a muerte, en el que el plan es que los condenados leen poemas que yo les escriba. Pero es un proyecto complicado.
–Usted ya es un poeta establecido. ¿Qué le parece una institución como la del poeta oficial, que ahora ocupa Andrew Motion?
–No sé mucho sobre el rol del poeta oficial. Hasta donde yo sé no hace falta producir mucha poesía por encargo para las ocasiones especiales de la familia real. Cuando murió Ted Hughes, la gente percibió que era hora de revisar ese rol. Algunos sugirieron que había que adoptar el modelo norteamericano, por el que se tiene un poeta laureado por un año, con rotación. Lo que se decidió es que en Inglaterra fuera por diez años. Lo que todos decían en ese momento era que el puesto era una copa envenenada. No sé cuántos poetas hoy en día son realistas... La mayoría de los que conozco son de izquierda, por lo que tendrían que hacer algunos malabarismos para aceptar un nombramiento de la corona como poetas oficiales. Pero creo que Andrew es muy hábil, muy diplomático, y logró que el puesto funcionara. Creo que una de las razones por las que impresionó a tanta gente no es tanto su trabajo –aunque eso es siempre difícil, escribir por encargo sobre gente que uno no conoce– sino porque promovió el contacto entre la gente y la poesía. El puso una nota popular, lo que no es nada fácil cuando se piensa que tiene que escribir para eventos de la realeza. Ted Hughes escribió algunas cosas interesantes sobre la familia real, pero la mayoría de lo que hizo en el puesto son piezas de “eventismo”.
–¿Quiénes son los poetas mayores de su generación?
–Hace siete u ocho años, la Sociedad Poética, en colaboración con otras agencias por el estilo, promovió los llamados “poetas de nueva generación”. Yo fui uno de esos poetas y recuerdo que identificaron como a veinte y nos llamaron una nueva “escuela” de poesía. Todos tenemos unos cuarenta años ahora. (Los poetas de nueva generación eran Kathleen Jamie, David Dabydeen, Susan Wicks, Ian Duhig, Robert Crawford, Elizabeth Garrett, Jamie McKendrick, Michael Donaghty, Pauline Stainer, Moniza Alvi, Mick Imlah, W.N. Herbert, Glyn Maxwell, Carol Ann Duffy, Sarah Maguire, Simon Armitage, Lavinia Greenlaw, Michael Hofman, Don Paterson y John Burnside, que visitó Buenos Aires el año pasado y al que obviamente le gustó nuestra ciudad, ya que volvió dos veces.) Son todos escritores interesantes que, también de modo interesante, se consolidaron como autores en estos años, escribiendo más y continuando su afirmación como escritores. No sé qué pasa con los más jóvenes, porque uno tiende a asociarse con gente de su edad. Por lo tanto no puedo decirle quién es la próxima atracción, quién es el joven que va a encender los fuegos artificiales. Prefiero pensar en gente que admiro como poeta y no en grupos por edad. Por ejemplo, ya mencioné a Paul Muldoon, que es algo mayor que yo. Hay un tipo llamado Peter Redding, a quien le dedico mi tiempo. Y está James Fenton, también algo mayor que yo y que escribe mucho periodismo. Siento que Fenton y esos otros escritores que mencioné están en una tradición inglesa de forma y métrica de rima, hasta en una tradición anglosajona. Rompen las reglas para acomodar su vocabulario o su poética propia, pero están en esa tradición. Había una mujer joven que publicó el año pasado, Caroline Burke, que tenía apenas 15 años, y fue editada por Carcanet. Es una escritora muy interesante, hasta asombrosa para alguien tan joven.
–¿Usted enseña?
–Enseño en la Universidad Metropolitana de Manchester, en el Master de escritura creativa, la materia de poesía, y cada tanto doy un curso de guiones dramáticos en la escuela de graduados en literatura. Y enseñé en las universidades de Leeds y Iowa. Michael Schmidt, de la editorial Carcanet, enseña también en Manchester. Es mi jefe. Es que yo vivo en el Norte, en un pueblito de West Yorkshire, donde el pueblo más cercano es Huddersfield. Tengo mi familia en la zona, mi papi y mami, mi abuela a pocas millas. Vivo con mi mujer Sue y nuestra hija Emily. No nos fuimos, somos como campesinos.
–Usted vino a Buenos Aires para la tercera edición de “Words on Words”, la conferencia literaria organizada por el British Council. ¿Qué hacen ahí?
–En dos o tres encuentros, leí poemas. Pero creo que una de las razones por las que me invitaron este año tiene más que ver con el tema de la literatura en la televisión. Es que trabajo mucho con productoras de televisión y cine.
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