Mar 04.11.2003

SOCIEDAD  › EL PRINCIPE FELIPE Y SU NOVIA PERIODISTA SE PRESENTARON EN PUBLICO

La pareja que llevó a España al éxtasis

El anuncio oficial del noviazgo de quien será el próximo rey de España sumió a todo el país en una excitación colectiva que ayer alcanzó el clímax: los novios se mostraron ante la prensa y en un concierto. La historia de los noviazgos bochados de Felipe y la de Letizia, la plebeya que al final logró el sí (de los reyes).

› Por Susana Viau

Después de haber mantenido oculta la relación durante varios meses, ayer compensaron la curiosidad de los españoles y la avidez de las revistas del corazón que, ante el anuncio del domingo, le dedicaron a la noticia ediciones especiales: por dos veces la futura pareja real se mostró ante los periodistas. La primera, breve, apenas cinco minutos, tuvo lugar en la residencia familiar del Palacio de la Zarzuela; la segunda, durante el concierto del celista Mstislav Rostropovich, amigo de doña Sofía. Así, el benjamín Felipe de Borbón y Grecia, príncipe de Asturias, daba un paso decisivo en el abandono de la soltería. El premio mayor se lo llevó Letizia Ortiz Rocasolano, presentadora del noticiero de Televisión Española, una asturiana plebeya que tal vez por cansancio logró la aprobación de los monarcas.
Es que Felipe llegaba invicto a los 35, una edad preocupante, sobre todo cuando lo que se dirime es la línea sucesoria que lo tiene como número uno en la lista, a la muerte o abdicación del rey Juan Carlos. De ahora en más, sus descendientes ocuparán el segundo puesto. Es probable que el celibato no haya sido una elección principesca: antes que apareciera Letizia a Felipe le habían bochado un puñado de romances con mujeres bonitas. Luego de un escarceo adolescente con Victoria Carbajal, una niña “pija” perteneciente al entorno de los Borbón (se afirmaba que don Juan Carlos ponía en cabeza de Alfonso Prado y Colón de Carbajal algunos de sus negocios), el delfín mantuvo un largo amorío con Isabel Sartorius, una joven de alcurnia, hija de Vicente Sartorius, marqués de Mariñas, y de Isabel Zarraluqui, una argentina sin títulos nobiliarios. Si bien los Sartorius forman parte de ese pequeño grupo social al que identifican como “grandes de España”, tan grandes que hasta han dado un dirigente al Partido Comunista, Isabel no fue del agrado real y en la actualidad es una madre soltera buscada afanosamente por las cámaras de “Corazón, Corazón”, el programa de chismes más antiguo. Después le tocó el turno a una estudiante norteamericana, aunque la cosa no prosperó. La penúltima intentona hizo de Felipe la versión masculina de Audrey Hepburn en La princesa que quería vivir: Eva Sannum, nórdica, hija de obreros y mannequin, había iniciado su carrera como modelo de ropa interior y la semidesnudez era un obstáculo casi inexpugnable. Con tanto barullo, el heredero de la corona entró en razones y, si bien la relación jamás había sido oficializada, hizo público su final.
A todo esto el tiempo pasaba, Felipe concurría a la Academia del Aire y se hacía piloto de helicópteros, a la Academia Militar de Zaragoza, a la Academia Naval, estudiaba Derecho y Económicas y lograba un master en la universidad católica de Georgetown. Mientras tanto, veía con emoción cómo se casaban otros miembros de la realeza europea y, una a una, sus hermanas. La mayor, Elena, estudiante de idiomas y amazona, pescó a un personaje de esos que responden a las proporciones de uno por diez que se les atribuyen a los afilados rostros de El Greco: Jaime de Marichalar, hijo de los condes de Ripalda; la menor, Cristina, radicada en Barcelona y empleada como maestra jardinera, fue flechada por el jugador de balonmano Iñaki Urdangarin, descendiente de una elegante familia donostiarra. Sólo quedaba por ubicar al más importante de acuerdo a la Constitución: Felipe Juan y Alfonso de Todos los Santos. El Todos los Santos es un clásico de esta rama de los borbones: Juan Froilán de Todos los Santos bautizaron al hijo mayor de Elena y Juan Valentín de Todos los Santos al primogénito de Cristina.
Con su anuncio, Felipe le quita a Alfonso XII el mérito de ser el único monarca español casado con una compatriota. Y si aquél había optado por María Mercedes de Orleans, éste prefirió a Letizia Ortiz Rocasolano, periodista, hija de un hombre de la radio y de una enfermera que, además, es delegada gremial. El origen social de Letizia no es sólo plebeyo: es modesto. Su familia vive en el extrarradio, en Riva Vaciamadrid, una zonaque la ciudad ha convertido en vaciadero de su basura, en la Carretera de Valencia, donde se extienden las barriadas obreras de San Blas y Vicálvaro. Y en Vicálvaro tiene su piso la próxima reina. Por si fuera poco, Letizia es divorciada, aunque la fortuna quiso que no cumpliera con el matrimonio religioso, una omisión que le permitirá entrar con toda la pompa, a fines de junio, a la catedral de la Almudena, en Madrid, una construcción como ella, sin solera, muy cercana al Palacio Real y a la Plaza de Oriente hacia la que el rey Juan Carlos, su suegro, solía escaparse a tomar café. Muy cerca también del Teatro Real, donde anoche la rubia de ojos claros afrontó su primer compromiso protocolar. Los reyes se resignan al noviazgo y la prensa sale a mejorar el panorama: muestran cómo los niños de la escuela a la que asistió de chica le desean a coro felicidades en tanto la maestra les explica que esta Letizia es con “z”; la madre ya no es enfermera sino “coordinadora laboral de los profesionales de enfermería”, la casa paterna de Riva Vaciamadrid “tiene 250 metros cuadrados” y Vicálvaro es un asentamiento de “clase media”. Nadie dice lo que todo el mundo piensa: que la chica dio el “braguetazo”.

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