SOCIEDAD › UN INFORME DE UNICEF MUESTRA CORRELACIóN ENTRE POBREZA, SOBREPESO Y OBESIDAD
Por cada diez chicos ricos con problemas de peso por mala alimentación, hay trece chicos pobres, asegura un estudio que revela que la gordura es una epidemia que afecta sobre
todo a los más desfavorecidos. Unicef propone un enfoque conjunto para encararla.
Los chicos de bajo nivel socioeconómico tienen un 31 por ciento más de posibilidades de tener sobrepeso que los de alto nivel socioeconómico, según un estudio realizado por Unicef y la Fundación Interamericana del Corazón Argentina (FIC). La investigación también señala que los adolescentes con sobrepeso tienen un 25 por ciento más de probabilidades de consumir tabaco.
“El principal aporte de la investigación es que corrobora que la obesidad y el sobrepeso en la Argentina son un problema con un mayor riesgo asociado a la pobreza, como también muestran estudios realizados en otros países, y desmitifica la idea de que la obesidad está asociada principalmente a los sectores de mayores ingresos”, afirmó Lorena Allemandi, directora del área de políticas de alimentación saludable de FIC Argentina. “Además de traer aparejadas graves consecuencias para la salud física, el sobrepeso y la obesidad están asociados a problemas psicosociales e implican una barrera para el desarrollo integral de niños, niñas y adolescentes. Es por eso que la problemática se debe abordar a una edad temprana con políticas públicas diseñadas con una perspectiva integral con especial énfasis en la reducción de las brechas de inequidad social y la protección del derecho a la salud de los grupos más vulnerables”, agregó la especialista.
“Los diversos condicionantes que determinan la obesidad están asociados a la poca accesibilidad que tienen los sectores populares a los alimentos de calidad, con mayor contenido de fibras, menor densidad calórica y menor contenido de sal y azúcares refinados”, destacó Fernando Zingman, especialista en salud de Unicef.
Entre las recomendaciones del estudio para prevenir la obesidad infanto-juvenil y garantizar el derecho a la salud de niños, niñas y adolescentes, se encuentra la promoción de políticas para mejorar el entorno escolar; políticas económicas tendientes a reducir el consumo de alimentos altos en azúcares, grasas y sal e incentivar el consumo y facilitar el acceso a alimentos saludables, como frutas y verduras; y medidas para restringir la publicidad de alimentos no saludables dirigida a niños.
El médico Zingman señaló que hay varios aspectos a destacar en el estudio. Uno de ellos, detalló, es la correlación entre pobreza, obesidad y desnutrición. El informe “demuestra que si bien en algunas regiones de nuestro país aparecen casos de desnutrición con consunción –N. de R.: desnutrición extrema–, esos cuerpos emaciados”, es decir, flacos y consumidos, no son lo más frecuente, explicó. “Entre nosotros predomina la malnutrición con obesidad, esos chicos gordos a los que les faltan nutrientes esenciales para su desarrollo armónico, nenes con sobrepeso y al mismo tiempo déficit de vitaminas o proteínas. La obesidad infanto-juvenil crea trastornos físicos (diabetes, hipertensión, problemas cardiovasculares) y psicosociales (de autoestima, de morbilidad) graves, que deben ser abordados con un enfoque intersectorial”.
“Hay muchos factores a tener en cuenta. Los chicos están casi inmersos en entornos obesogénicos, es decir que casi todo lo que los rodea favorece la obesidad”, describió Zingman. “La responsabilidad primaria de la alimentación pasa por las madres (sigue siendo una tarea con una marcada desigualdad de género), que muchas veces están limitadas por el presupuesto. En general, los alimentos más sanos son más caros. En un contexto de pobreza, sólo es posible alimentar a una familia numerosa con hidratos de carbono y grasas.”
Por otra parte, el especialista puso en foco el rol de comedores y kioscos escolares. “Los comedores escolares son necesarios (y en algunos casos imprescindibles). Por eso no hay que sacarlos sino controlar la calidad de lo que ofrecen”, dijo. A ello, agregó, se suma la poca frecuencia de ejercicio físico. De todas maneras, aseguró Zingman, “por más actividad física que los chicos hagan, no hay cantidad suficiente de ejercitación que contrarrestre los efectos de una mala alimentación, gaseosas, golosinas, productos llenos de químicos y grasas. El mayor problema es que estos alimentos generan acostumbramiento”, explicó. “Y a esto debemos sumar la cuestión de la publicidad. Los chicos no deberían ser sujetos de publicidad. Debería ser como con el alcohol o el tabaco.”
La campaña, insistió Zingman, intenta “romper el statu quo, porque la alimentación es una cuestión cultural. Lo que nos parece más rico y apetitoso es lo que contiene más azúcares, más grasas, más productos químicos que realzan los sabores. Queremos cambiar esa idea, a través de una acción conjunta de todos los sectores”.
El especialista recordó que Unicef y la FIC tuvieron contacto con los ministerios de Salud y de Educación y que el informe y sus planteos fueron bien recibidos. Por ello se mostró optimista respecto de un trabajo en conjunto con estas áreas para ampliar el margen de eficacia, de acuerdo con las políticas incluidas en el “Plan de acción para la prevención de la obesidad en la niñez y adolescencia”, aprobado en octubre de 2014 en la 66ª sesión del Comité Regional de la Organización Mundial de la Salud para las Américas.
De acuerdo con el estudio realizado por Unicef y FIC Argentina, por cada 10 adolescentes de NSE (nivel socioeconómico) alto con sobrepeso, hay 13 de NSE bajo en las mismas condiciones. “Como casi siempre, como en todas las epidemias, los más afectados son los más desfavorecidos, porque el acceso a los alimentos es muy desigual”, denunció Zingman.
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