SOCIEDAD › OPINION
› Por Carlos Funes *
Difícil no referenciar en estos días una de las escenas culminantes de la película Luna de Avellaneda –filmada en gran parte en mi propio club– donde en una asamblea en el gimnasio, los socios decidían el doloroso remate a cambio de trabajo.
Sin duda la reciente movilización de los dirigentes que representamos a los clubes de barrio ha sido fenomenal, sumada al sorprendente apoyo de hasta cierta prensa “ocultadora” de realidades, que ha puesto en el tapete la delicada situación que atravesamos con este tarifazo inusual y desmedido –especialmente en los servicios públicos y esenciales–, y que ha forzado al gobierno nacional a comunicar, a través de su secretario de Deportes, la instrumentación en menos de tres semanas de una tarifa diferenciada (en realidad se refirió a un subsidio), y de un decreto que se firmaría a tal fin.
Pero lo que necesitamos no es una foto de Macri firmando un decreto rodeado de dirigentes de clubes de barrio agradecidos, sino simplemente que reglamente la Ley 27098 sancionada en el transcurso del gobierno anterior, y que hace referencia clara a una tarifa social en los servicios para este tipo de entidades.
Este gobierno viene prometiendo muchas “alegrías” que luego terminan en tristezas, por eso debemos reforzar y sostener el reclamo hasta que efectivamente se instrumente y se materialice realmente en nuestros costos. De ser así representaría un logro muy valioso obtenido con nuestra lucha, sin embargo necesitamos seguir mirando hacia adelante, sin olvidar que con estas políticas de ajuste hemos visto desaparecer decenas de clubes de barrio como los nuestros, en la dictadura y en los noventa.
Digo mirar para adelante, sabiendo que solo habríamos logrado hasta acá algo importante en la emergencia que se nos impone, que es reducir gastos.
Pero no podemos ignorar que, con este rumbo y las demoledoras medidas económicas que toma el gobierno de Cambiemos, nuestro destino estará marcado por lo mismo que se está ofreciendo con “la zanahoria” de bajar la inflación, la temida e incipiente recesión, representada en nuestro caso por la dramática foto de gimnasios, salones y salitas de nuestros clubes en penumbras durante muchas horas del día, sin actividad ante la fuga de socios y socias que no puedan pagar las cuotas y aranceles imposibles de actualizar y que deberemos cobrar para sostener abiertas nuestras puertas, pagar profesores de deportes, mantenimiento de edificios e instalaciones, etcétera.
Y no debemos soslayar, como dirigentes comunitarios, que estamos hoy visibles en la punta del iceberg. Pero abajo están los pibes y las pibas que en muchos casos becamos, los padres que no podrán enfrentar gastos que no sean imprescindibles, los empleados que deberemos reemplazar con más de nuestro propio esfuerzo y la vida social-cultural-deportiva hipotecada con la esperanza de que no desaparezcamos. Sí. Esto ya lo viví. Ya lo vivimos.
Por eso, pensar en nosotros como comunidad y como ciudadanos, y no como un centro de costos se vuelve esencial. Por eso, pensar en los otros con quienes nos integramos y somos, nuestros socios y socias, sus dificultades y ausencias que ya aparecen, y las “tarifas sociales” que ellos no tendrán, es una responsabilidad fuerte para enfrentar –juntos– lo que viene.
“Hay otras lunas, y están en ésta”, diría un querido amigo. No sé cómo harán para “disciplinarlas”, para que no brillen ante las carencias y los ajustes de la vida cotidiana. Lo que sí sé es cómo lo intentarán con nosotros: la ruin acta de inspección integral del Gobierno de la Ciudad que está arriba del mostrador del buffet desde el mismo día que nos reunimos en mi club con otros dirigentes, indicaría cuál es su estilo. El nuestro, ante este tarifazo brutal y despiadado, será irremediablemente pensar siempre en los Otros. O sea, en los Nuestros.
Aguante la Luna. Salú con Pineral y soda.
* Presidente del Club Deportivo y Social Colegiales.
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