SOCIEDAD › OPINION
› Por Marta Dillon
No es fácil escribir cuando los ojos quedan anegados intermitentemente. Da temor no poder hacerle justicia a la mezcla de emociones que se hace agua empañando el iris. Es necesario tomar distancia para contar, me digo, pero un día ni dos alcanzan para tomar dimensión del hecho histórico: lo que sucedió el viernes no fue conmemorativo, no se trató de un aniversario “a un año del #NiUnaMenos”; no. Fue la inscripción de una fecha en el calendario popular que enlaza el compromiso con los Derechos Humanos que supimos construir en este país a lo largo de décadas con las demandas del movimiento feminista, de mujeres y de las disidencias sexuales que no deja de mostrar vitalidad, creatividad, persistencia. Así, ajustando esos nudos se marchó el viernes, siguiendo la histórica trayectoria desde Congreso hacia Plaza de Mayo, una sola columna que mantuvo ocupada la traza entera del itinerario porque cuando la cabecera intentaba avanzar, las calles ya estaban tomadas hacia adelante por quienes no pertenecían a ninguna organización. Porque mientras algunas llegábamos a la pirámide de Mayo, todavía quedaban columnas que no habían podido salir de Congreso. “Como un 24 de marzo, es tal cual un 24”, me dijo al oído una amiga con la que alguna vez compartimos la sorpresa, hace 20 años, de estar en una marcha masiva citada a las 3 de la mañana para llevar, a la hora exacta del golpe, habeas corpus a la Justicia por cada uno y cada una de nuestros padres y madres desaparecidos. Y sí, el espíritu de las movilizaciones de cada 24 estuvo presente el viernes, por la variedad de fuerzas políticas, sindicales, sociales, estudiantiles y de derechos humanos que llenaron las calles, por esa mezcla de dolor por quienes ya no están con la alegría de constatar que juntos y juntas, tomando la calle, apropiándonos del espacio público, generando una voz colectiva que se articula con cada presencia, nuestro poder es insoslayable.
En la cabecera de la marcha, la bandera de arrastre fue sostenida por las manos de familiares de víctimas de femicidio y sobrevivientes de la violencia machista. Esa tela que tapa las piernas de quienes caminan adelante –aunque nunca la huella de sus pasos–, tenía impres as tres consignas: Ni Una Menos, Vivas nos queremos, El estado es responsable. Más de cien organizaciones en tres asambleas abiertas consecutivas las discutimos y las acordamos. Esa posibilidad ya habla de un triunfo, de una consolidación. Si el primer 3 de junio fue una sorpresa por la cantidad de gente que se apiñó en la Plaza de los dos Congresos y cientos de lugares en todo el país con una consigna lo suficientemente amplia como para que participaran grupos pro vida y militantes feministas, este 3 de junio dio cuenta de que es posible ajustar sentidos sin perder masividad. Que es posible que muchas banderas se agiten sin que se expulse a quienes no se quieren embanderar. Si el año pasado, la palabra aborto no pudo expresarse por el temor de que sea expulsiva, este año el acuerdo también fue que inmediatamente después de familiares y sobrevivientes marcharan la campaña contra la violencia hacia las mujeres y la Campaña Nacional por el aborto legal, seguro y gratuito; inmensas columnas que nuclean a muchas otras organizaciones haciendo visibles no sólo esos reclamos sino también lo fundamental de generar articulaciones. Los colores de estas campañas, violeta en el primer caso y verde en el segundo, se impusieron en la calle dando cuenta de que nuestra libertad y nuestra autonomía sólo es posible sin violencia machista y sin la violencia institucional que significa convertirnos en criminales cuando queremos decidir sobre nuestros cuerpos.
La emoción es la foto de un niño de siete años con un cartel que decía: “Ninguna mujer que entre a mi vida será menos que yo. Así me enseñaron”, la emoción es la mano de la madre de plaza de Mayo Mirta Baravalle sosteniendo la del padre de Carolina Alo, la joven muerta por las 113 puñaladas que le aplicó su novio cuando ella quiso terminar la relación. La emoción es ese “presente” que se repitió mil veces después de enumerar los nombres de tantas ausentes. Lo que abriga el corazón es ese bebe colgado de la teta de su madre con su propio cartel en su enterito: “A mí me crían antipatriarcal”. Las voces de las más jóvenes que no quieren ser valientes sino circular por la calle sin miedo, la mujer que se bancó toda la marcha con sus muletas, las que necesita desde que su ex marido la baleó en la puerta de la escuela de sus hijas, las polleras que se lucían en la columna de la Colectiva Lohana Berkins y que se levantaban para mostrar la inscripción que tenían en el reverso: “Mi cuerpo, mi deseo”, el sol que calentó los ánimos desde temprano después de un jueves de lluvia y un sábado también mojado que volvieron increíble el intervalo de cielo celeste y feminista que nos albergó a todas, a todos. Las fotos aéreas que no dejan mentir la masividad de la convocatoria, la música que se instaló en la plaza mientras seguía llegando las columnas, un restorán entero cantando a voz en cuello “Ni una menos, vivas nos queremos”. De todo esto y más, se trata la emoción que perdura.
¡Vivas nos queremos! Es más que una consigna, es anclarnos con fuerza en nuestros derechos, es acompañar el duelo por las que ya no pueden gritar sin renunciar al deseo, a soñar otros mundos, a bailar, a perdernos en tantos abrazos porque esto que sucedió el viernes lo hicimos todas, lo hicimos todos. No estamos suplicando que no nos maten. Estamos afianzándonos en la vida, en nuestras elecciones, en nuestra particular manera de ser y de estar en el mundo por fuera de mandatos y juicios. Nos queremos vivas, nos queremos libres, nos queremos desafiantes de esa imposición de modelos asfixiantes de belleza, de familia, de un modo supuestamente correcto de amar o de gozar. Este deseo en movimiento que el viernes tomó la calle es todo un augurio: nuestros hijos y nuestras hijas, si persistimos, disfrutarán de horizontes mucho más amplios que los nuestros.
Fue la primera marcha verdaderamente unitaria de todo el arco político por fuera del oficialismo. El macrismo no marchó. Y no sólo eso: aunque en las estaciones de subte los carteles luminosos amanecieron con la consigna #NiUnaMenos y el mismo jefe de gobierno de la Ciudad se había sacado la foto con el hashtag, el tránsito no se cortó para proteger la seguridad de las más de cien mil personas que marcharon –¿O eran casi 200 mil?– y al cruzar la 9 de Julio la tensión se convirtió en peligro cuando un colectivo de la línea 17 quiso apurarse para cruzar por un pequeño hueco entre una columna y otra. Hubo mujeres poniendo el cuerpo para frenar el tránsito, llegaron también algunos varones en su ayuda; pero las fuerzas de seguridad no aseguraron casi nada. Queda claro a esta altura del gobierno de la Alianza Cambiemos que la desmovilización es uno de sus anhelos. El silencio de los medios hegemónicos suele ayudar en esta tarea, a modo de ejemplo basta enumerar el ninguneo, la indiferencia hacia la movilización en defensa de las universidades públicas que leyendo Clarín o La Nación pareció no existir. Con el 3 de junio pasó lo mismo hasta el último momento, ya no parecía conmover a todos y todas como el año pasado el asesinato de mujeres –y travestis y Trans, aunque esas vidas tengan menos peso todavía en la agenda emocional en general y en la de los medios en particular– por causas relacionadas con su género. Y, sin embargo, las calles se llenaron, las redes empujaron lo suyo y el boca a boca también. Si el 3 de junio de 2015 nos transformó de alguna manera a quienes estuvimos ahí, esa transformación quedó como un tatuaje en la piel y hasta rompió el cerco mediático. Ayer, todos los diarios tuvieron en tapa la masiva movilización.
“Acá estamos la Concha de tu hermana y la puta que te parió exigiendo respeto”, contundente, irreverente, certero como una flecha el cartelito. Hace alusión a esos insultos enquistados en donde está enquistada la violencia machista pero haciéndose invisible de tan repetida. Devolviendo el favor de mentar nuestras partes como insulto o aludir a la sexualidad de la madre para ofender el honor del hijo. Hubo muchos ejemplos de ese tono airado. “Puta pero no tuya”, decía otro cartel por ahí y se repitió aquel del “con pollera o pantalón, respeto cabrón”. La marcha fue pacífica, los cuidados de las y los manifestantes estuvieron en su gran mayoría en manos de mujeres de cada organización. Pero pacífica no quiere decir sumisa, pacífico no tiene nada que ver con pacatería ni con supuesta corrección política. La rabia también estuvo presente y es un gran antídoto contra el miedo y la victimización que suele abundar cuando se tratan estos temas y se pide, por ejemplo, a los varones que no golpeen porque las mujeres somos madres, hijas, hermanas. A ese supuesto el viernes se le dijo no, valemos por nosotras mismas, elijamos lo que elijamos, aún cuando no tengamos hijos, hijas o hermanos.
Es difícil abstraerse de mirar las fotos que circulan por las redes, difícil que las lágrimas emocionadas no acudan otra vez, para recordar las heridas propias, las que exhibieron los cuerpos que nos restan y que los medios suelen describir con más morbo que compromiso. El año pasado el NiUnaMenos redundó, entre otras cosas, en la movilización de decenas de miles de mujeres al Encuentro Nacional que sucedió en Mar del Plata. El final fue con represión y detenciones arbitrarias. A la vuelta de ese ENM una dirigente travesti fue asesinada, el nombre de Diana Sacayan se sumó al de las víctimas de violencia femicida o travesticida, como se nombró el viernes. Las tres nenas asesinadas en la última semana antes de la movilización ponen a fluir el agua de los ojos con más fuerza. Mucho se preguntó el viernes por qué los femicidios siguieron después de la histórica concentración del 3 de junio del año pasado. Y una respuesta en forma de repregunta acudió rápido: ¿Acaso el fin de la impunidad llegó después del primer 24 de marzo en democracia? Así de entroncados están los reclamos, los derechos humanos de las mujeres, travestis, Trans y lesbianas tienen ahora una fecha nueva. Persistir será nuestra tarea, por nosotras y por todxs. Por ese mundo otro que soñamos y al que no vamos a renunciar.
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