Dom 14.03.2004

SOCIEDAD  › EL AVANCE DE LOS EVANGELICOS EN LAS CARCELES BONAERENSES

El Cristo de los presos

Casi la mitad de los detenidos en Olmos son evangélicos. En casi todas las unidades hay pabellones especiales. O iglesias. Y hasta tienen una cárcel propia, la U25 Cristo, la única esperanza, donde incluso el director es evangélico. Hay 250 pastores diseminados en los penales. Cómo viven los presos evangélicos. El pastor que se hizo guardiacárcel para evangelizar las cárceles.

Por Alejandro Seselovsky

En silencio y sin levantar mucho el perfil para no despertar el lobby católico, la iglesia evangélica argentina ha venido creciendo en proporción geométrica durante los últimos veinte años. Y las cárceles de la provincia de Buenos Aires son el territorio donde esta avanzada se puede constatar más claramente.
En 1983, el penal de Olmos no registraba actividad religiosa evangélica. Hoy, de sus 3200 reclusos, 1500 viven en los llamados pabellones evangélicos, más precisamente en el tercer y cuarto piso del Penal, que hasta fines de los ‘80 eran los pisos “pesados”, pero que hoy están bajo control de los pastores. Para ponerlo en foco: el 48 por ciento de la cárcel más grande de la Argentina se declara evangelista.
Pero si bien Olmos es la expresión más visible del fenómeno, no es la única: la Melchor Romero para presos psiquiátricos cuenta con dos iglesias dentro de la misma cárcel. La Unidad 33, el Penal de mujeres de Los Hornos, tiene unas noventa internas repartidas en tres pabellones evangélicos, que de todas maneras son pocos comparados con los doce que tiene la unidad 35 de Magdalena, donde en total hay unos 600 “hermanitos”, como llaman los pastores a los presos convertidos. En la Unidad 2 de Sierra Chica, donde sólo hay presos con condena firme, los pabellones evangélicos son cuatro y otros tantos hay en la Unidad 30 de Gral. Alvear. No hay números oficiales, pero es posible estimar que de los 24.500 presos del Sistema Penitenciario Bonaerense (SPB), seis mil son presos evangélicos.
Ahora bien, ni Olmos ni ningún otro penal de los 40 que se reparten por la Provincia ha llegado tan lejos como la Unidad 25 Cristo la única esperanza, la única cárcel de América latina enteramente evangélica, con presos evangélicos, guardiacárceles evangélicos y director evangélico, unos rapados y en remerita, otros de fajina y borceguíes, todos juntos cada mañana cantando alabanzas en el salón grande de la planta baja (ver aparte).
Actualmente hay 250 pastores diseminados por todas las cárceles del SPB. Todos responden a un solo hombre, el pastor Juan Zuccarelli, de La Plata, el tipo que en 1983 se hizo guardiacárcel porque quería predicar en los pabellones de Olmos y no le permitían el ingreso.
Desde cero
El primero de noviembre del aquel año, 2600 internos de Olmos, convencidos de que la democracia les llegaba también a ellos, se amotinaron para exigir mejores condiciones penitenciarias. Mientras adentro los reclusos colgaban de la torre de agua una bandera con la frase “fuera los jueces del Proceso”, afuera las autoridades le informaban a Zuccarelli que de ninguna manera, podía ingresar a hablar con los amotinados. Dos días tardó la policía en entrar metiendo bala. Dos muertos y varios heridos después, las fuerzas de seguridad dieron por concluido el motín. Zuccarelli se lo perdió, pero fue y llenó los formularios para ingresar como guardiacárcel. Empezó desde cero susurrando los salmos por las celdas sin que sus jefes lo advirtieran. Luego hizo entrar a un pastor amigo. Después se hizo un espacio en la radio interna del penal. Luego empezó a diseñar campañas evangélicas para los presos. Mas tarde pidió pabellón propio.
En veinte años lleva evangelizado medio Olmos y buena parte del SPB. “Si hemos cosechado algún éxito es porque entendimos que, más allá de la Biblia, el culto y la alabanza, el preso no necesita otra institución, el preso lo que necesita es que uno se le siente adelante y lo escuche. Yo he visto presos de los malos, de los más pesados, tipos que inspiraban terror entre sus compañeros, largarse a llorar como nenes porque en un culto lescantamos el feliz cumpleaños”, dice Zuccarelli y agrega el dato: “En estos años, por los pabellones evangélicos de Olmos pasaron unos veinte mil muchachos”.
En octubre de 2003, Beliz visitó la U25. En las fotos que el prefecto mayor Daniel Tejeda guarda en su despacho de director se lo ve al ministro de Seguridad y Justicia con esa sonrisa protocolar de visita oficial. “Luego me llamaron de la oficina de Beliz para coordinar un asesoramiento y hablar de la posibilidad de trasladar nuestro modelo a las cárceles federales”, explica Zuccarelli, y así termina de completar una escalada que va de la conversión del preso bonaerense a un proyecto de expansión federal.
En la Argentina, la iglesia evangélica está esperando la modificación de la Ley de Cultos con una ansiedad que a veces le cuesta disimular. Cuando eso ocurra, espera quedar en un pie de igualdad con la iglesia católica. Por ejemplo, los pastores, hoy sin reconocimiento legal, pasarían a tener el mismo rango que la estructura normativa carcelaria les otorga a los capellanes católicos. Mientras tanto, y como para apuntalar la crecida de sus ministerios carcelarios, los evangélicos comienzan este año a profesionalizar sus equipos. En abril, la Facultad Internacional de Estudios Teológicos (Fiet arranca con la primera carrera corta destinada a pastores con orientación penitenciaria. En dos años esperan contar con 100 egresados listos para repartir por lo penales. “Cuando salga la ley de culto yo quiero tener un equipo listo para ir a las cárceles”, dice Zuccarelli y remata: “Necesito tipos con compromiso espiritual porque no quiero que nos pase como a otras religiones que mandan gente que viene por el suelo y después esa misma gente se duerme o termina desapareciendo”.
Cuando Cristo es el Estado
El crecimiento de la iglesia evangélica en los penales está sostenida en el reclutamiento masivo y el reclutamiento, a su vez, en la oferta de salud penitenciaria. Los pabellones evangélicos funcionan con un fuerte sistema de leyes internas: no está permitido fumar, ni mirar televisión, ni tomar alcohol, ni llevar el pelo largo. El cigarrillo y la bebida son los emblemas del vicio, la televisión quita cohesión espiritual y el pelo largo desafía la febril contracción a la higiene que, junto con la oración, es una de las obligaciones primarias que los pastores imponen. La violencia y el sexo entre internos, desde ya, es algo del todo inconcebible. Estas condiciones por un lado sujetan al preso en su vida diaria, lo ciñen, pero también producen un tentador estado de bienestar para los que huyen del hacinamiento, las torturas, las violaciones. La cuestión, en todo caso, es si eligen a Cristo por convicción espiritual o lo hacen corridos por la ausencia del Estado.
“Pueden suceder ambas cosas”, dice Elías Neuman, criminólogo, docente en la Facultad de Derecho de la UBA, autor de libros como La sociedad carcelaria (Ed. Depalma, 1968) y Las víctimas del sistema penal (Ed. Marcos Lerner, 1985). Según Neuman, que le dedicó buena parte de su vida el estudio del sentimiento religioso en las cárceles, todo sistema de creencias, aunque sea informal, es positivo si termina otorgándole alguna clase de fe a quienes nunca tuvieron fe en nada, ni siquiera en sí mismos. “Para la administración carcelaria, el tema es bienvenido, porque el sistema evangélico produce normas y opera como un control social informal, logra lo que quiere lograr el Servicio Penitenciario, que es la sumisión que facilita el control, o sea, es funcional al sistema. Sin embargo, también produce en el preso una atención sobre el otro, sobre la humanidad del otro y también la propia, que puede derivar en un respeto hacia adentro y hacia fuera de sí mismo”, dice Neuman.
La retórica de Cristo no admite contraposiciones. Todos repiten alabanzas parecidas: Cristo sana, salva, te aleja del pecado y ya. No haygrises ni matices en el discurso de la fe que cae, vertical, en un mandato que los iguala. Después de una vueltita por la U25, donde los pisos brillan y huelen a Espadol, todos los presos parecen el mismo preso, seriados, un poco anulados en su carácter individual. Para Neuman, esto no representa un inconveniente si así acceden a la verdadera fe. “El calabozo de castigo –dice Neuman– es la pérdida de la libertad dentro de la pérdida de la libertad, el último lugar dentro de una cárcel. Una vez, en un calabozo infecto de un penal de Venezuela, al lado del cual nuestras cárceles parecen hoteles, vi en una pared, escrito como si alguien lo hubiera rasgado con la uña, la palabra Dios. Si tuviera que creer en un Dios, creería en el Dios que encontré en aquel calabozo.”
Sin techo
Con una iglesia católica que perdió un poco el tren de las cárceles y un Estado históricamente incapacitado para asegurar condiciones dignas, seguridad y derechos humanos dentro de los penales, las congregaciones evangélicas tienen mucho terreno ganado y mucho por ganar. El conocimiento de los pastores sobre los presos se ha refinado tanto en todo este tiempo que hasta son capaces de establecer vínculos diferenciales según la cárcel. “Con los hermanos loquitos de Melchor Romero trabajamos de otra manera el acercamiento. Hacemos choriceadas, partidos de fútbol y relegamos un poco el culto y la Biblia porque entendimos que ellos valoran más el acercamiento humano, físico, que el espiritual. Hay dos unidades en Melchor Romero, la 10 y la 34, y en cada una funciona una iglesia nuestra”, explica Zuccarelli. El próximo paso será la formación de un consejo pastoral de la provincia de Buenos Aires capaz de coordinar y aglutinar el trabajo evangelizador en todo el territorio bonaerense. Con más pabellones propios, con pastores que se están formando en la especialización carcelaria, con un ojo del Ministerio de Seguridad y Justicia puesto sobre ellos, la iglesia evangélica crece, se multiplica y aún busca su techo.

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