SOCIEDAD › GERMAN BERGER, CINEASTA, 28 AÑOS
“Me encanta traer Hollywood a mi pueblo”
Está terminando un largo en el pequeño Pueblo Liebig, Entre Ríos. Aprendió a hacer cine leyendo libros y viendo películas. Con un presupuesto ínfimo, equipos caseros y una cámara regalada, terminó dirigiendo a 40 actores y 200 extras.
Por Andrew Graham-Yooll
–¿Cómo se lanzan a hacer una película aquí en un pueblo tan chico de Entre Ríos?
–¿Cómo nos animamos? No sé. Andamos desde hace dos años con la idea de hacer esta película, Todo para mí. Pero antes empezamos a elaborar un guión para nuestra primera película, un corto, que fue la adaptación de un cuento de Alejandro Dolina, Azufre de bares, que él incluyó en El libro del fantasma. La filmamos con una cámara que nos prestó un médico de Colón. Le secuestramos la cámara durante dos meses y filmamos. Para los movimientos de cámara, los aparatos los fabricamos nosotros. La grúa la construimos nosotros, de madera. El carro, el “travelling”, lo hicimos con unos caños de PVC para la vía y unos patines que le confiscamos a una prima para las ruedas. Un chico que ha estudiado cine nos aconsejó en lo técnico y al final dijo: “Pasame los planos de la grúa y el carro, que son buenos”. Estamos fabricando una especie de steadycam, pero eso viene complicado.
–El corto es una especie de Fausto criollo de ahora, ¿no?
–Sí, Azufre de bares es algo por ese estilo. Filmamos ese corto y estrenamos en el Teatro Centenario, de Colón (Entre Ríos), el 11 de abril de este año. La repercusión que tuvo en la zona fue impresionante. Desde ya, esto es una actividad bastante rara, eso de andar haciendo cine en una ciudad del interior. Pero se dio bien, se pudo llenar el teatro en la ciudad de Colón, que desde hacía cinco años que no conocía la sala llena. Y ahí surgió de inmediato la idea de desarrollar un guión propio y empezar a trabajar en lo que estamos haciendo ahora aquí en Pueblo Liebig, con mi hermano Guillermo, que está a cargo de fotografía y producción.
–¿Se sienten parte del cine independiente argentino, actividad que ya tiene un movimiento propio? Un artículo reciente describía problemas serios para progresar en esta área. Pregunto porque parecería útil poder tener referentes en un grupo de apoyo, un circuito, o por lo menos poder intercambiar ideas similares.
–Lo más serio es la guita, pero no hemos visto ninguna nota al respecto, si bien nos interesa. Pero hemos estado bastante complicados con lo que venimos queriendo hacer. Tampoco nos queda muy claro si podemos, desde aquí, entrar en circuito alguno, para hablar con otra gente igual con preocupaciones similares. Nosotros nos lanzamos a hacer cine aquí, en Colón y en Pueblo Liebig, y logramos hacer un primer corto. Una vez que lo hicimos buscamos posicionarnos para mostrarlo. El corto, que en realidad es de media hora, Azufre de bares, fue una primera experiencia para saber dónde estábamos parados, y si nos sentíamos capacitados para hacer cine un poco más complejo. Esa prueba piloto nos salió bien artísticamente, tenía la línea de cine, una estética linda. La parte técnica fue más difícil. En un principio la idea fue nada más que hacerla, proyectarla, decir esto es lo que hacemos y ver si alguna puerta se abría. Ahora, buscamos quien nos apoye para ver cómo financiamos la próxima etapa. En eso no hemos tenido mucha suerte, por eso somos El Buey Solo Producciones.
–¿Qué tipo de cámara están usando?
–Una Panasonic AG-DVC15, y una segunda cámara, Sony VX1000, de un amigo, Sebastián Canel, que nos está ayudando. Ambas graban en formato video digital. Estamos trabajando con la gama baja de una cámara profesional, que es hasta donde pudimos acceder. La Panasonic es producto de aportes de un particular, un empresario que conocimos por casualidad en Colón que tiene contacto con una empresa en Europa, que dijo que le había gustado lo que hicimos en el corto, que los encuadres estaban bien, la fotografía y la historia, y nos consiguió la cámara. De nunca haber estudiado cine, excepto por libros y catálogos de equipo, es maravilloso llegar a la situación en que alguien decide apoyarnos con semejante regalo.
–Eso de “nunca haber estudiado cine” está muy bien, pero deja el interrogante de cómo se largaron a hacer algo así.
–Leímos muchos libros, apunte que veíamos lo leíamos. Los más útiles fueron Cómo escribir un guión de Espinosa y Montini, y después Introducción a la cinematografía de Rodolfo Denevi. Creo que hay cientos, no me animo a decir miles pero andaremos cerca, de apuntes que nos pasaron estudiantes, directores y productores. Sacamos mucho material educativo que se puede encontrar por Internet. Nos comíamos los libros. Guillermo tiene secundario hecho, que terminó el año pasado. Ahora está en esto. Pero ya en la escuela leía de todo sobre cómo hacer cine, especialmente cuando nos largamos a hacer el corto con el cuento de Dolina. Yo tengo el secundario hecho y una carrera en electrónica que dejé por la mitad, y me vine a hacer cine. Soy técnico en computación aquí en la zona, trabajo toda la semana, sábados también hasta las 14, para financiarme yo, ni pensar en la filmación. Pero vamos a la realidad, a la historia del siglo veinte. Los que empezaron en el cine, y no sólo los que empezaron, pero los que trabajaron en cine hasta, digamos, casi la mitad del siglo veinte, no iban a cursos que al fin y al cabo los dan docentes que han tenido más tiempo para leer o más tiempo para ver cine que los estudiantes. No había entonces, ni hay en Colón, como ahora en Buenos Aires, una proliferación de esos cursos que ofrecen “sea director o guionista en seis semanas”. Nosotros hemos leído durante años. Siempre tuvimos la idea dando vueltas, desde chicos, queríamos filmar algo. No teníamos idea de cómo ni de qué necesitábamos. A mediados de 2003 nos pusimos en serio decididos a hacer una película. No sabíamos si iba a ser un largo o un corto. Leímos dos textos más sobre cómo escribir un guión. Escribimos uno para el corto y lo circulamos entre gente que sabía algo de eso, aquí en Entre Ríos y en Buenos Aires. Algunos que saben sobre guiones nos dijeron qué había que corregir pero dijeron que tenía el desarrollo de un guión real, que era como se debía hacer. Encuadres de cámara y cosas así habíamos estudiado, en los libros. Yo creo que si uno tiene un poco de sentido común algo o algún sentido estético, un encuadre puede lograrse, practicando, sin haber estudiado en la escuela. Creo que una vez que se conoce el oficio, luego se imponen la humildad y mucha práctica para lograr un producto bien hecho. Ojo, no estoy diciendo que mi hermano y yo tenemos dones especiales. Pensamos que hacer cine, para el que quiere, es algo natural. Pero hay que trabajar mucho. El problema es el dinero.
–El equipo que tienen, ¿de dónde viene?
–Todo el equipo que estamos usando en la calle, con excepción de la cámara, es prestado. Los tachos son de una persona que los tenía en un galpón y nos dijo que los usáramos si queríamos. Hemos puesto plata nuestra, pero poca, por ejemplo para comprar seis lámparas, que son 600 pesos. Un amigo, en realidad el que era mi jefe en donde yo trabajé enBuenos Aires, nos regaló la parte de sonido. Toda la parte de cables la fuimos armando. Tenemos amigos que trabajan en sonido, entonces también nos prestaron algunas cosas. Cuando termine esta filmación, nos quedaremos con la cámara, algo de sonido, lo que nos regalaron, un poco de la iluminación, y nada más. Todo el equipo grande hay que devolverlo. Fue igual cuando hicimos el corto: todo lo que teníamos era prestado. Como dije, hasta la cámara había que devolverla la vez pasada.
–Bueno, esto que están haciendo ahora ya no es un corto. ¿Cómo lo van a llevar al público?
–A partir de la persona que nos consiguió la cámara hemos hecho buenos contactos. Por ejemplo, nos ha llegado una invitación a inscribirnos en un festival en Europa. La invitación vino de una fundación que promociona cine en países en desarrollo. Hemos conocido a gente que ya estuvo invitada. Claro es gente que, en la época del uno a uno, pudo poner 30.000 pesos, que eran dólares en ese momento, y pudo lanzarse a filmar. Es el caso de Lisandro Alonso (1975), que hizo La libertad (2001) y Los muertos (2004), y no sé qué más. Alonso dijo en una entrevista en Canal á que el padre le había dado ese dinero. Nosotros estamos vendiendo publicidad para un futuro folleto que se editará para el estreno, a cien pesos por aviso, para tener unos cien pesos por día de filmación. La gente sabe que con esa publicidad no va a vender nada, pero aporta como colaboración. Achicamos los costos en todo lo posible.
–¿Con quién van a competir con su película? Es decir, ¿cómo van a lograr que la gente vea la película de ustedes, en vez de cualquier otra?
–Vamos a hacer nuestra propia edición, y nuestra propia posproducción, para lograr algo que realmente nos gustaría ver a nosotros, más allá de decir que esto es nuestra obra. Muchas veces las dos cosas son muy diferentes. Desde hace dos meses atrás pasan cosas extrañas. Apareció en Colón una persona de Buenos Aires que hace dirección de actores, Carlos Larrache. Con esta persona vinieron actores profesionales. Y vino Aldo Guglielmone, que fue escenógrafo de Tacos altos (1985), Las tumbas (1991) y en la película El caso María Soledad (1993), tiene encima como cincuenta películas. Y vinieron a trabajar, a ayudar, incluso poniendo plata de su bolsillo para viajar hasta Colón. Guglielmone viene aquí cada fin de semana y se vuelve a Buenos Aires. Vino una persona especializada en montaje. Un hombre local, Javier Erramuspe, es nuestro jefe de iluminación y lo eléctrico. Valeria Di Donato es la maquilladora, Verónica Berger la vestuarista. Con toda esta gente nos sentimos muy contenidos.
La realidad es bastante compleja. Estamos trabajando con cuarenta actores, la mayoría “no actores”, gente de Colón y de Pueblo Liebig, y casi 200 extras. Tenemos unas setenta personas, entre técnicos, actores y apoyo, detrás de nosotros. Yo no lo puedo creer. Hace un año que empezamos muy solos y ahora estamos muy apoyados. Cuando hagamos la lista de créditos, vamos a tener un equipo profesional de primera, además de los “no actores”, que son gente de Pueblo Liebig y de Colón.
–¿Por qué vinieron? ¿Qué les dice el guión?
–Nos dijeron que les gustó el guión, y quieren que nos vaya bien, a nosotros y a ellos. Aldo Guglielmone dijo que venía de corazón para ayudar y para enseñar. Dicen que el guión es muy original y que eso los atrapó de entrada.
–La historia tiene su aspecto ridículo a la vez que cómico, que es una forma que gusta a los argentinos.
–El guión dice que una funeraria de la provincia de Buenos Aires envía un muerto en un féretro a Puerto Iguazú, en una ambulancia que es un Rastrojero adaptado. El chofer, un chico que no tiene todos los caramelos en el tarro, viene por la Ruta 14 y ve un cartel que dice “Pueblo Liebig. 5 km. Hoy Gran Fiesta popular”. Eso está inspirado en parte, por la fiesta del centenario, que se hizo en Liebig en diciembre de 2003. El tipo entray en la fiesta conoce a la rubia del pueblo. Se la quiere voltear, y como no tiene otro lugar para pasar la noche, sugiere la camilla de la ambulancia. Ella se niega a entrar al vehículo porque está el ataúd. El chofer está recaliente y ahí nomás saca el cajón y lo deja en la calle, que es la principal del pueblo, y se lleva a la mujer al viejo muelle de pasajeros. De madrugada, el policía del destacamento encuentra el féretro. Lo llama al cura del pueblo. Y se desata una intriga en torno al cajón y su contenido real. Lo que surge, luego de que un detenido en el destacamento logra abrir el ataúd, es un estudio social de la ambición y la gula de diferentes personajes de la política pueblerina por quedarse con el cajón. Es un reflejo de la política grande a nivel pueblo. Imaginamos la película como una historia en que cada paso obliga a tomar otro y con cada paso la tensión crece. Quizá por eso es que el guión gustó a la gente que lo vio. Ahora hay que hacer una película a la altura de las expectativas que crea el guión.
–Bueno, ¿no buscaron apoyo oficial para el proyecto?
–Un día pasé por el Incaa y retiré un folleto que fija los requisitos para pedir apoyo. En realidad, parecía más fácil hacer una película que satisfacer esos requisitos que piden para otorgar un subsidio. Lo que sí tenemos en trámite, con buenas perspectivas, es apoyo de la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Colón, aunque todavía no sabemos cómo será el apoyo. En cifras, pedimos seis mil pesos, si bien presupuestamos unos doce mil. Pero los seis mil estarían bien para darnos un buen envión para la compra de equipo. También tenemos el interés de la gente, de los diarios, las radios y canales de la zona, que ayudan relatando lo que hacemos y tratando así de atraer apoyo concreto.
–Pero ustedes comenzaron buscando público y apoyo en el Festival de Saladillo, en la provincia de Buenos Aires.
–Saladillo nos sirvió mucho y fue lo que redondeó la etapa del corto. Hace varios años, como ser en el ’96, vimos una nota en una revista que describía la organización del Festival de Saladillo. Desde hace diez años Julio Midú y Fabio Junco han promovido al “cine con vecinos”. Mandamos lo que habíamos hecho, lo aceptaron, y nos fue bien. Tuvimos la suerte después de que nos hicieran una nota y eso nos empezó a cambiar la vida. Teníamos una vida como de cualquiera, yo de empleado, mi hermano de estudiante, que ha pasado a tener toda la tensión y el placer de producir una película. Nos hemos estructurado como una productora de verdad. Por ejemplo, nuestro director ejecutivo que maneja la parte administrativa, Iván Barragán, es un amigo que acaba de recibirse de comunicador social y no tenía trabajo. Estamos preparados como una empresa en serio. Junto con mi hermano, otro productor es Sergio Giacomozzi. Ahora, en qué nos encuadramos y adónde estamos apuntados, todavía no sé.
–¿Qué tipo de cine vieron como modelo?
–Muy poco cine en los últimos tiempos, simplemente porque no tenemos las horas disponibles. Alquilábamos películas, pero eso ya hace tiempo. No nos encuadramos en lo que se llama cine independiente. A mí me gusta mucho cómo está organizado el cine de Hollywood. El francés me parece aburrido en muchos aspectos, si bien sé que hay gente que lo ama. Pero hablo de estructura y organización y técnica, de velocidad de acción y resolución, y me gusta lo de Hollywood. Me van a decir que es comercial. Sí, claro, pero es lo que me gusta. Supongo que si el escritor Manuel Puig hubiera vivido en otra época lo hubieran creído totalmente fuera de lugar con su visión del Hollywood de las grandes divas y las complejas producciones, vistas desde la ciudad de Villegas. Bueno, a mí me encanta la idea de traer a Hollywood a Colón, y a Pueblo Liebig. Muchas producciones argentinas, independientes, son ambiciosas, y algunas muy buenas. Si bien se puede discutir la calidad de, por ejemplo, Soy tu aventura (2003), el grotesco de Néstor Montalbano, en donde Diego Capusotto y Luis Luque secuestran a Luis Aguilé, es una película hecha para entretener con base de un buen guión. A mucho cine actual parece faltarle producción y una buena vuelta de rosca, ese gancho que sirva para convencer al público. Quizá nos vean como malísimos, pero ya veremos. Lo bueno de hacer cine ahora es que hay muchas oportunidades de presentarse en los más variados festivales de cine independiente, si se piensa en cine autofinanciado. Bueno, para eso, hay montones de lugares. Nuestro película la llevaremos a los festivales que sea para tratar de abrir puertas. Recibimos un correo que dice que el Festival de Mar del Plata está registrando trabajos para la sección vidriera. Ahí iremos. También a un festival en la República Dominicana. De ahí que la película salga seleccionada es otra historia, eso viene después. Del problema económico no nos podemos escapar. Entonces proyectaremos la película en Colón durante la temporada de verano y veremos si podemos salir de ahí a otros teatros de la provincia (de Entre Ríos). Salir a la provincia sería interesante para juntar algo de plata, y trabajar de nuevo.
–¿Para cuándo piensan terminar la filmación?
–Para las Fiestas o principios de enero. La edición la haremos con una buena PC, ni siquiera una Macintosh, en casa. Vamos a necesitar unas tres semanas encerrados tratando de desarrollar el mejor producto posible. Tenemos que lograr que los personajes sean fuertes y bien recortados. Como ser el cura, que se muere por quedarse con el ataúd, o el empresario local que quiere influir en todo el procedimiento y dominar al pueblo, y así los otros también. Queremos terminar a mediados de enero. La parte técnica está bien. En sonido, con el técnico Gustavo Loker, no vamos a necesitar doblar casi nada. El sonido que hemos logrado es bueno. Los costos son siempre el problema. Cuando agotamos lo que yo gano en computación, vamos a pedirle a mi padre, que es jubilado, y a mi tía, también jubilada. Si nos dan 50 pesos en un mes, cada uno nos está dando casi una cuarta parte de sus ingresos mensuales. Pero tenemos suerte. Todas las películas tienen su productor ejecutivo. Nosotros tenemos una cosa única que es un productor impulsivo, Carlos Dáscoli, que cuando sale algo mal nos pone las dos manos en la espalda y empuja hasta que salimos adelante. Lo que se necesita, Carlos lo consigue en cinco minutos. Es un amigo y uno de los actores.
–Trabajando aquí en una ciudad del interior, ¿se sienten aislados, o lejos de los lugares de influencia?
–Para nada. Quizás habría que comprender que para nosotros mirando desde aquí a Buenos Aires, no nos vemos ni perdidos ni aislados. Yo tengo amigos trabajando en cine en la Capital y sé que ellos sienten que nosotros aquí no existimos. Pero yo me veo a la par de ellos en la forma de trabajar y en la cantidad de posibilidades. En Colón tuve cien veces más oportunidades de llegar a iniciar algo concreto que esos amigos en Buenos Aires. Si yo pedía una locación, un tipo me decía que si, que cuándo la quería. Sin preguntar qué vamos a hacer, si se tiene que ir, o si peligran sus pertenencias. Pido el uso de una casa y me dicen que sí. Tengo un amigo en Buenos Aires que intenta filmar un corto y hace tres meses que busca un departamento, que nadie le quiere prestar. Claro, hay excepciones a esto. Tenemos un guión archivado, el primero que escribimos mi hermano y yo, antes de la adaptación de Dolina, que requería dos autos para ser chocados, pero nadie quiso prestar sus autos para eso. La realidad es muy diferente en muchos aspectos, pero a nosotros nos resulta muy barato producir. Bueno, habrá que ver el producto terminado, naturalmente. Pero de aquí en más puedo preguntarle a una productora si le sirve hacer cosas como las que hacemos. Si con seis mil pesos se puede hacer una película, cien mil harían una producción a toda tecnología. Mientras que en Buenos Aires se necesitaría mucho más. Esta realidad diferente me hace decir a mí que muchos porteños que quieren hacer cosas las pueden hacer si se animan a irse de Buenos Aires. Pero no que se vayan a otro país, simplemente que piensen en emigrar al interior para hacer cosas.