SOCIEDAD

Primeras imágenes del lugar más lejano que pisó una nave espacial

La sonda Huygens llegó ayer a Titán, la luna más grande y enigmática de Saturno, cuya composición la hace parecida a la Tierra.

 Por Federico Kukso

Un reguero de gritos y aplausos corrió por el centro de operaciones de la Agencia Espacial Europea (ESA, en sus siglas en inglés), en Darmstadt, Alemania. Abrazos entre 150 científicos (que liberaron sus dedos de un cruce supersticioso) y lágrimas de orgullo frente a los rayos catódicos de cientos de monitores completaban la emotiva escena. Todo fue por la recepción de una señal –tan tenue como la de un teléfono celular–, emitida a 1500 millones de kilómetros de la Tierra y captada por las antenas del radiotelescopio Green Bank, en Virginia, Estados Unidos. Era la señal de la victoria: después de un viaje en solitario de 22 días, ayer aproximadamente a las 7 de la mañana (hora argentina), la sonda-robot Huygens (NASA/ESA) se sumergió con éxito en la anaranjada y densa atmósfera de Titán, la luna más grande de Saturno, y tras un descenso turbulento y plagado de sacudones, impactó certeramente (y sin estrellarse) sobre la superficie. Nunca un objeto creado por el ser humano había aterrizado (o más bien en este caso “atitanizado”) tan lejos, en un mundo –hasta ahora– totalmente enigmático, de características hipotéticas delineadas a través de lo visto (e imaginado) a lo lejos por los telescopios terrestres desde 1655 y mediante la información obtenida por una nave ochentosa que lo había espiado raudamente en un sobrevuelo fugaz, por el patio trasero saturnino.
El zambullido astronómico comenzó cuando el preciso sistema de relojes despertó a la sonda Huygens de su letargo (en el que había caído justo después del desprendimiento de su nave nodriza, la Cassini, el 25 de diciembre pasado). Era la hora de actuar. La pequeña sonda había viajado durante siete años hasta Saturno amarrada a su nave-madre y debía hacer aquello para lo cual había nacido: ingresar a un mundo de tinieblas, envuelto en eternas brumas anaranjadas, de temperaturas que dan escalofríos, sobrevivir el trecho de 1270 kilómetros que van de la atmósfera a la superficie, y lo más importante, contarlo. Y así lo hizo: la máquina –una sonda atmosférica de 2,75 metros de diámetro y 320 kilogramos de peso– preparó su escudo térmico, chequeó que todo estaba en orden y se hundió de lleno en la atmósfera titánica (ingrata e impenetrable para los ojos terrestres) a una velocidad de Mach 20 (20 veces la velocidad del sonido), exactamente a las 7.13 de la mañana del viernes.
Entonces, mientras las temperaturas subían y subían, disparó a las 7.17 su sistema pirotécnico y abrió el primero de los tres paracaídas sónicos que llevaba a bordo para aminorar la velocidad de descenso (lo que hizo que en los tres primeros minutos de bajada pasase de ir a 18.000 a 1400 kilómetros por hora). Luego, a unos 160 kilómetros de la superficie (a las 7.18), la navecita se desprendió de su escudo térmico que la protegía del calor insoportable y, catorce segundos después, se separó del paracaídas principal y activó el sistema de aterrizaje.
Acto seguido, a las 8.57, y cuando el ritmo de caída era prácticamente placentero (20 kilómetros por hora), encendió el transmisor de información y prendió tres de los seis experimentos e instrumentos que lleva a bordo (entre ellos, el más importante: el espectrómetro) que comenzaron a trabajar recopilando información sobre la composición química de la atmósfera, la temperatura y las propiedades físicas y eléctricas (los primeros análisis indican que la temperatura interna de la nave en la bajada era de 25ºC y en el exterior, 180ºC bajo cero). Planeado con gran precisión, se activó después el sistema de cámaras digitales que fotografió in situ, como nadie había hecho en la historia, la estructura granular de la superficie y cuanta nube se le atravesaba en el camino. Y hay más: también desplegó un micrófono con el que registró sonidos tan atractivos como el del viento que la azotaba (aunque por el momento no seanalizó el audio, se espera que haya grabado o el ruido de la lluvia golpeándola, o a lo mejor truenos).
Finalmente, a las 9.34 acarició la superficie de Titán, y mientras continuaba tomando con compulsión fotografías de todo lo que veía a su alrededor, llamó a casa. Los científicos tardarán 10 años para analizar toda la información recogida por la sonda, que junto a la Cassini costó 3300 millones de dólares. Los secretos que guarda la enigmática luna saturnina de 5,150 kilómetros de diámetro (más grande que Mercurio y Plutón) valen la espera. “Su atmósfera, rica en nitrógeno, metano y amoníaco (y otros compuestos orgánicos) la hace ser muy parecida a lo que lo que se supone que era la atmósfera en la Tierra antes de que se originase la vida, hace 3800 millones de años de años”, explicó a Página/12 el astrofísico Roberto Venero, de la Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas de la Universidad Nacional de La Plata. Y agregó: “Titán de algún modo es un gemelo de la Tierra que ha quedado en el freezer, estancado en la evolución, y que puede servir como pequeño laboratorio donde explorar cómo era nuestro planeta en el pasado, cómo se formó el Sistema Solar y por qué justo en nuestro planeta se desarrolló la vida. Es una nueva época para la exploración espacial”.
La sonda Huygens recién dio el primer paso.

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Una de las primeras fotos de Titán, enviada por la sonda.
 
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