Dom 06.03.2005

SOCIEDAD

Cómo manejar la ansiedad de los padres en el primer día de clases

El debut en el jardín o en primer grado suele generar más inquietud en los padres que en sus hijos. Docentes y psicopedagogas analizaron estas conductas con Página/12, contaron anécdotas y formularon sugerencias para superar ese trance sin angustia.

Domingo por la noche. Mañana empiezan las clases y todo se revisa a las apuradas: que el guardapolvos y la ropa estén limpios y planchados, el cuaderno forrado, los lápices con punta bien aguda. ¡Ah!, también hay que dejar listas la cámara de fotos, la filmadora y llamar a los tíos que quieran estar presentes en el evento. Las nenas y los nenes que van a estrenar ese guardapolvo colgado en el comedor están al tanto de la nueva etapa y la digieren con expectativa propia. Pero los adultos se muestran más inquietos y son los que marcan el ritmo de la ansiedad de sus hijos, a horas de conocer a la “seño” y entrar a la salita color tal o en el aula de primer grado. Docentes y psicopedagogas analizaron con Página/12 las conductas habituales de los papis y dieron algunas orientaciones para que el primer día de clases no sea como tomar un jarabe amargo. No se angustie, pase y encuéntrese.
Aunque parezca redundante, el primer día de clases es principalmente de los niños. Y ese ingreso a la educación inicial “es una crisis vital, como el destete, porque el jardín es el primer lugar donde los chicos se institucionalizan”, analizó Ana Hernández, directora del Jardín Nº 2 de Caballito. Actualmente, los chicos “se socializan con facilidad pero es en los padres donde aparecen sentimientos de culpa, por ejemplo, por ir a trabajar y dejar al hijo con otra gente”, añadió.
Las ansiedades se instalan primero en los adultos y luego en los niños, y ambos reaccionan de modo diferente. “¿Habré elegido bien el colegio?, ¿cómo serán los maestros?, ¿se hará de amigos el nene?”, son las preocupaciones que más se oyen en las cuasi asambleas de madres en la puerta del colegio.
Pero cuando esas preguntas suenan dentro de casa, el chico, “en vez de abrirse al docente, se alerta”. Algunos padres de chicos que van a empezar el jardín los obligan a dejar el chupete o la mamadera, con lo cual agregan otra angustia al contexto. Y tanto en el jardín como en primer grado (o primer año del EGB) están los que invaden con preguntas a las maestras para obtener precisiones hasta sobre el color de las témperas.
“Sería mejor que se preocuparan por conocer cuál es el plan de estudio –reconoció la psicopedagoga Anabella López Piñeyro–, de todos modos, la inquietud por esas cosas a veces accesorias es necesaria para bajar las ansiedades.” La profesional ubicó en tres grandes grupos, según sus conductas más frecuentes: “Los que toman todo con naturalidad: enseñan a sus hijos a vivir las distintas etapas con alegría. Los más ansiosos: hacen los preparativos con mucha anticipación o compran cosas que los chicos ni siquiera van a usar. Y aquellos a los que les cuesta separarse de los hijos”.
Para ilustrar esta última conducta, contó una anécdota: “Durante el período de adaptación, los chicos estaban jugando y las mamás seguían en el patio, por las dudas. Cuando una de las maestras se acercó a las mujeres para decirles que ya podían irse, una mamá se puso a llorar mientras su nene se divertía con los demás chicos”.
Para bajar la angustia paterna, las docentes hacen reuniones informativas acentuándoles un pedido: que sepan diferenciar las expectativas propias de las de un hijo. “Lo que pasa es que ellos sienten que en la escuela se van a poner a prueba las teorías que usaron en la crianza”, dijo Lidia Gennari, vicedirectora de la Escuela Nº 7 de Parque Chacabuco. Los jardines implementan un “período de adaptación”, que es una etapa en la que papis y mamis permanecen por un lapso maleable adentro del establecimiento hasta que el niño muestre docilidad.
Pero los adultos son producto de otro tipo de escuela. Para Gabriela Dueñas, licenciada en Ciencias de la Educación, las actitudes de los grandes “dependen de sus circunstancias personales y experiencias previas en la escuela o si su hijo es el primero o el quinto”. Los que tienen una tolerancia más baja son “los más narcisistas. Temen que la escuela les muestre un error de los chicos y, por lo tanto, en la familia”.
El jardín del que Ana Hernández es directora tiene ventanas que dan al Parque Rivadavia. “Cuando los chicos entran al aula, los padres salen, dan la vuelta y los espían desde la vereda, y lo único que logran es que sus hijos los vean y quieran que estén adentro con ellos”, contó.
La presidenta de la Asociación de Psicopedagogos porteña, Marta Tessari, también tiene sus anécdotas: “En una reunión, un padre quería ver mis anotaciones sobre un dibujo de su hijo. Se las mostré y empezó a decirme: ‘No, lo que pasa es que ese dibujito está mal, el nene está nervioso’, y en verdad el nervioso era él”.
Maru de Robles, directora del jardín El Principito, del Instituto Saint Exupèry, destaca cómo las docentes enfrentan a los ansiosos padres: “Parados frente a la puerta del cole sienten emoción, temor y ganas de recurrir a ese otro que va a estar con su nene. Lo que hacemos es estar atentos a eso para orientarlos en ese proceso que tiene como una doble cara: por un lado está la ansiedad generada por ver crecer a sus hijos y por el otro la alegría de los nuevos aprendizajes que van a incorporar”.
El primer día es un gran evento que queda registrado en decenas de fotos y filmaciones para las que el chico posa con cuanto pariente ronde. Algunas instituciones restringen el ingreso con cámaras para evitar acosos. Otros hacen lo contrario: “Si no puedes contra ellos, únete”, aconsejó Gabriela del Casale, del jardín La Aldea del Buen Ayre: Para contrarrestar el efecto de los flashes, la coordinadora promueve una fiesta de bienvenida entre la familia y la escuela.
Al Jardín Integral Nº 1, de Constitución, asisten 240 chicos. Pasan allí ocho horas diarias que, “debido a su situación social, son las mejores horas de su día”, comentó su directora Eleonora Boari. La mayoría de sus familias vive de los planes habitacionales del gobierno porteño “y como nuestro perfil es trabajar con la comunidad, el primer día se hace un gran desayuno y, luego, los papás se llevan una vianda porque la mejor manera de bajar la ansiedad es generando confianza”, aconsejó.
Pero no todo es color rosa (o celeste, según la salita): “Hay algunos que te boicotean –volvió a ejemplificar Del Casale–. Una vez le dije a una mamá que se podía ir porque su hijo estaba bien, entonces ella fue hasta donde estaba el nene y le dijo ‘¡mirá que me voy, eh!’”. Otra más: “Había una mamá muy asfixiante y su hijo jamás reclamó por ella desde que entró al jardín. A los pocos días, una maestra se acercó a la mujer y le dijo que podría dejar de ir porque el nene estaba muy bien. Pero la madre respondió: ‘Ah, no. A mí me dijeron que la adaptación duraba 15 días’”.
La influencia del adulto se nota en las actitudes de los chicos que “lloran, se quejan por dolores de panza o cabeza, tienen ganas de ir al baño o se hacen encima; generan situaciones para que los padres los vayan a buscar. Los chicos con un síntoma de los padres”, evaluó Gabriela Dueñas.
Para evitar estos problemas de la etapa inicial, la directora del Area de Educación Inicial del Gobierno de la Ciudad, Estela García, aconsejó “elegir una institución cercana al domicilio, entrevistarse con el equipo directivo y ver cuáles son las propuestas de la institución y su recorrido pedagógico. No hay tranquilidad si no se construye un puente entre el respeto y la confianza”. De manera similar, para Dueñas la confianza en la escuela es fundamental “porque si la institución está puesta en duda, habrá una tensión en la que el chico quedará entrampado; la enseñanza inicial es algo así como la piedra fundamental del edificio educacional. Luego, si aparecen preocupaciones, consultar a los docentes. Y si los problemas persisten, hablar con una psicopedagoga; y no pretender cambiar la escuela”.

Informe: Adrián Figueroa Díaz.

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