Vie 18.03.2005

SOCIEDAD

Las tres hermanas que se graduaron en el comedor

Manejan un comedor en el barrio Libertad, de José León Suárez. Se anotaron en el Plan Nacional de Alfabetización. Sus maestras fueron las hijas de una de ellas. Y son las primeras egresadas.

Los vecinos del barrio Libertad, en José León Suárez, subían por la calle de tierra hasta el comedor Vivan los Sueños Felices, ubicado en una casa como las demás. Techo de chapa, algunos ladrillos que no completan una pared, una zanja en la que se pudren líquidos sin destino. A ella iban los peregrinos, con sus mejores ropas para festejar que a la dueña de esa casa, María Monges, le iban a dar un diploma. A tres cuadras de “lo de Mari”, una veintena de personas de toda edad bajaron de la parte de atrás de la camioneta en la que habían venido y procedieron a pie. Lo inestable del camino y el peso que llevaba encima hacían que el chasis del vehículo tocara contra el piso. Minutos más tarde, el ministro de Educación, Daniel Filmus, le dio a Mari el certificado de graduada del Programa Nacional de Alfabetización. Igual papel enrollado les otorgó a tres personas más: una hermana de Mari, una sobrina y Arnulfo Cuba, uno que no era familiar. Aprendieron algo que les cambió la vida: a leer y escribir. Quienes estuvieron a cargo de darles estas nociones son dos hijas de María, de 16 y 17 años, y dos amigas. Las chicas contaron a este diario las dificultades de enseñar a una madre que pasa el día coordinando los emprendimientos sociales en el centro comunitario que funciona en su domicilio.
“Me gustaría que vengan cuando llueve. Caen dos gotas y por acá no se puede caminar”, decía un vecino al que le costaba avanzar entre las irregularidades de la calle polvorienta. ¿Quién viene? “Dijeron que un político. No sé quién, pero alguien viene”, comentaba desengañado el mecánico de un taller. En una esquina había un pedazo de madera clavado a un palo de luz en el que se leía “Las Petuña”, uno de los pocos indicios de una calle sólo conocida por sus vecinos inmediatos. “Mirá todos los coches que pasan”, se asombraba un chico sobre una bicicleta que le quedaba grande. Dentro y frente a Las Petunias 5736, un centenar de personas se aglomeró para ver el acto. En un patio de no más de 5 metros de largo, las señoras del barrio tomaron asiento en los bancos dispuestos frente a los parlantes obsoletos por los que iba a sonar el casete del Himno Nacional. Al lado de una pared, para no entorpecer el estrecho tráfico de los organizadores, había tres de los recibidos callados, estupefactos por el despliegue que causaron con su hazaña personal. La cuarta que no estaba era Mari, sometida a los últimos detalles que había que poner a punto para que pudiera empezar el acto.
María tiene 39 años, los mismos que Arnulfo Cuba. Su hermana Adelaida tiene 32, y se recibió junto a su hija Sandra, de 15. Empezaron los 40 encuentros del programa en diciembre del 2004. Las primeras clases fueron en la habitación del emprendimiento de panadería apoyado por Barrios de Pie. Pero como la actividad de los hornos y el olor de los alimentos los distraía, pasaron a la mesa donde se dicta apoyo escolar, vacía durante el verano. Al reanudarse las clases de los chicos quedaron otra vez sin espacio. Los encuentros continuaron y finalizaron en la pieza de Mari. Por eso sus compañeros le dicen que con los emprendimientos le expropiaron la casa. Seguramente el segundo ciclo se desarrollará en la misma pieza. “Me quedé sin casa, pero la gente tiene que trabajar”, consideró María.
Las alfabetizadoras son Zulma y Liz, las hijas de Mari, de 17 y 16 años, y las también hermanas Roxana y Noelia Adorno Avalos, de 23 y 19 años. Son amigas que se conocieron hace dos años jugando al voley en el barrio. Se sumaron a la propuesta encantadas, pero no piensan seguir la carrera docente. “Me gusta enseñar, pero hasta ahí”, subrayó Liz, que junto a su hermana aún cursa el Polimodal. Roxana estudia inglés porque le gusta el idioma y Noelia está embarazada, por lo que se tomará licencia en el próximo ciclo. En él “vamos a duplicar o a triplicar la cantidad de egresados”, afirmaron las chicas. Igualmente, el ritmo de los encuentros hace que no puedan ser más de 10 los alfabetizados por curso, porque requieren una atención que con más alumnos se disiparía. Para dar las clases concurrieron a un seminario de la Universidad de San Martín. Arrancaron con la compañía de dos profesoras, pero “dejaron de venir porque no les gustaba el barrio. Decían que era inseguro”, contaron.
Para el segundo ciclo repetirán los pasos del año pasado. Primero, operadores de Barrio de Pie localizarán en la zona a las personas analfabetas. Si vencen la vergüenza, el obstáculo más grande, entran al programa. Al primer ciclo se anotaron 7 personas, pero abandonaron 3.
Liz, una entre los 7 hijos de María, contó a Página/12 que fue “dificilísimo” ser la maestra de su mamá. “Se aprovechaba, tenía que tener más libertades, se copiaba”, reveló la hija. Fue así “hasta que empecé a tenerla cortita y anduvo mejor”, dijo Liz. Por el trabajo comunitario, su madre “algunas veces faltaba a las clases, pero de noche le daba a hacer lo de ese día”. Mari recordó que “las chicas venían para que hiciera el abecedario. Yo les decía: ‘Estoy cansada, me voy a dormir’. Pero ellas se enojaban: ‘No, mamá. Tenés que estudiar’”. Su hermana Adelaida, que vino de Paraguay a los 19 años, dijo que se acercó al programa porque “mis hijos me preguntaban cosas y yo no sabía qué explicarles. Cuando salía, tenía que ir con alguien por los nombres de las calles o para poder comprar”. Arnulfo, que antes de leer signos reconocía los billetes “por la pinta”, afirmó que no estudió antes “porque mi capacidad no da”. Al contrario, la alfabetizadora Zulma aseguró que aprender a leer y escribir “no es cosa tan difícil. A todos nos da la cabeza y todos podemos aprender”. Sus cuatro ex alumnos piensan seguir la escuela primaria.
Educación trabaja aquí con Barrios de Pie porque “hay una brecha entre la escuela y los barrios marginados, donde las ONG son las únicas capaces de llegar a la gente”, dijo a este diario Laura Velazco, coordinadora de Educación en el movimiento. Actualmente, hay 1800 centros de alfabetización en todo el país como el de José León Suárez, donde luego del acto se hizo de noche y se encendieron algunos focos de luz para que siguiera la fiesta, con música, pizzas y empanadas que se repartían entre los vecinos.
Barrios de Pie es una de las 80 ONG que trabajan con el Ministerio de Educación en esta iniciativa. Son 10 mil los alfabetizadores voluntarios como las hijas de Mari y sus amigas. A cada centro asisten entre 5 y 10 personas sobre un total de 700 mil analfabetos que hay en el país.

Informe: Sebastián Ochoa.

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