SOCIEDAD
Una lluvia de balas, dos heridos, y un misterio del 20 de diciembre
Por primera vez se cuenta aquí la historia de dos muchachos de Merlo baleados sin ningún motivo en su barrio por gente de civil. Ahora acaban de descubrir que sus agresores son policías.
› Por Carlos Rodríguez
En el barrio Reconquista de Merlo no hay grandes supermercados ni cajeros automáticos. El 20 de diciembre no hubo saqueos. Tampoco protestas. Sí, en cambio, hubo dos jóvenes heridos con perdigones de Itakas policiales, uno de ellos de suma gravedad, al punto de permanecer internado en estado de coma durante 28 días. Hoy, S. O., de flamantes 21 años, lleva como prueba diez trocitos de plomo en la cabeza. Cuatro están alojados en el cerebro. La lesión le produjo una hemiplejia que afecta, en lo motriz, la mitad de sus miembros, del lado derecho. También había dejado de hablar. Hoy recuperó la movilidad de su pierna derecha –la mano del mismo lado sigue plegada junto a su cuerpo– y también la lucidez “en un 90 por ciento”. Le debe la vida a su amigo M. A. M., de 22, que no sólo lo salvó con riesgo propio –él también lleva nueve plomos en su cuerpo– sino que, dos meses después, en forma casual, se encontró a dos de los agresores, ambos policías de la comisaría 1ª de Merlo. La forma en que M. A. M. tomó contacto con los que habían disparado tiene toques de novela negra. Muy negra.
El martes 26 de febrero, a las 16, M. A. M. iba caminando por el centro de Merlo, cargando con su cruz de plomo: tiene tres perdigones en la cabeza, uno en la mano derecha y cinco en el brazo izquierdo. No se los quitaron porque es más difícil extirparlos que convivir con ellos. Otro más que tenía en el pómulo, un día lo escupió. Le salió por la boca. El 26 de febrero, M. A. M. iba a dar de baja la TV por cable y un policía uniformado lo paró en la Avenida del Libertador 368, frente a la comisaría primera. Superado el susto –siempre pensó que eran policías los cuatro civiles que los atacaron, armados con Itakas y armas de puño–, M. A. M. se enteró de que lo que querían de él era que fuera testigo de un operativo que se tenía que realizar, ese día, en La Reja, en el partido de Moreno.
Cuando entró a la seccional, las cosas se pusieron todavía más densas. Como si estuviera actuando una pesadilla, M. A. M. se topó con un hombre de unos 40 años, 1,70 de altura, cabello oscuro con algunas canas, pelo corto y lacio, peinado con cierta desprolijidad, robusto y con “algo de panza”. El policía, de uniforme reglamentario, era uno de los que les habían disparado a quemarropa el 20 de diciembre. El hombre, por suerte, no lo reconoció como una de sus víctimas. El policía era el que manejaba un Fiat, de color rojo, uno de los cuatro autos sin identificación policial que habían ingresado, a los tiros, al barrio Reconquista.
M. A. M. esperó, petrificado, que los policías salieran con él rumbo al operativo. Hasta pensó que era una trampa, que lo iban a matar. Pidió permiso para llamar a algún amigo para ponerlo sobreaviso, pero no pudo comunicarse. Lo subieron al patrullero y cuando miró al chofer, un reflejo casi lo hace bajar y salir corriendo. Era otro de los atacantes y llevaba también su uniforme. El chofer del patrullero tiene cerca de 30 años y es delgado. No puede precisar la altura porque lo vio sentado. Y allí estaba M. A. M., sentado detrás de uno de sus agresores, rodeado además por otros dos policías. Por si fuera poco, atrás venía el otro atacante, ahora vestido de civil, como el 20 de diciembre, a bordo del mismo Fiat rojo del día trágico, cuya chapa de dominio es la RQS-587. Finalmente el operativo no se hizo y a M. A. M. no lo reconocieron.
El día del ataque, el joven recuerda paso por paso lo que ocurrió con su amigo S.O. Eran las 22.30 y vieron aparecer a los cuatro coches, cargados cada uno con cuatro hombres. Ya venían haciendo disparos. Los dos amigos salieron corriendo, M. A. M. adelante. El chofer de un coche gris, que iba con el Fiat rojo, lo cercó a S. O. y lo golpeó hasta hacerlo caer sobre el asfalto, en José Martí y Pinto. Mientras estaba en el piso se bajaron los ocupantes de los coches y uno de ellos disparó a corta distancia, con una escopeta Itaka. M. A. M. cargó a su amigo en brazos y lo llevó hasta el jardín de una casa vecina. Al joven héroe también le dispararon variasveces, mientras corría para poner a salvo a su amigo. Lo hirieron, pero sin consecuencias graves.
S. O. fue atendido en el hospital Héroes de Malvinas de Merlo y luego derivado al sanatorio Mitre, en el barrio porteño de Once. Estuvo 28 días en coma. Sus padres, Héctor y Olga, nunca dejaron de hablarle. Le contaban todo lo que pasaba, como si pudiera entenderlos. En la operación sólo le abrieron un conducto para que la sangre drenara. El diagnóstico fue “hemiplejia izquierda (la parálisis afecta el lado contrario) con afasia cerebral”, un problema neurológico que inhabilita al paciente para el uso del lenguaje, aunque no disminuye su inteligencia.
Olga recuerda que su hijo entró “en posición fetal” al Instituto de Rehabilitación ULME. Cuando salió de allí había recuperado la movilidad de su pierna derecha. “Salió trotando”, dice la madre. “Ahora sale a caminar todos los días”, insiste el padre. “Y escucha todo el día a A.N.I.M.A.L.”, agrega el hermano menor. Los temas que canta Andrés Giménez contribuyen a la recuperación de S. O. “Cuando escucha al grupo repite hasta 15 palabras seguidas, algo que nunca hace durante una conversación”. Olga, mientras mima a su hijo con cada gesto, dice que quiere “que se haga justicia, ahora que podemos saber el nombre de los culpables (ver aparte) y también que nos den un seguro, porque no me resigno a que pierda su oportunidad de ser un chico normal, con sueños y esperanzas”.