Vie 12.08.2005

SOCIEDAD  › RECOMIENDAN OPERAR A UN NIÑO GUARANI, PERO SUS PADRES NO QUIEREN

Un dilema para la medicina blanca

Por orden judicial, un niño guaraní con una cardiopatía grave fue internado en el Hospital Gutiérrez. Sus padres y el cacique de la comunidad quieren regresarlo a Misiones, pues no creen en la medicina blanca. Un Comité de Bioética discutirá si lo operan o lo dejan volver.

El cacique Everá le exigió a Dios que le mostrara la enfermedad de Julián, un chico de tres años integrante de la comunidad Mbya Guaraní, en Misiones. “Soñé que tenía una piedra en el corazón –dijo–. Y cuando los hombres blancos lo operaban para sacársela, el chico se moría.” En el hospital de Posadas le diagnosticaron al chico una “cardiopatía congénita” y lo derivaron al Hospital Gutiérrez, de la ciudad de Buenos Aires, donde está internado desde el 16 de julio. Aquí, mediante una biopsia detectaron la existencia de un tumor en el corazón, pero mucho más no pudieron saber. Para tener un diagnóstico preciso tienen que operarlo. No pueden dar seguridad a los padres –que no hablan castellano– de que Julián seguirá vivo tras esta intervención. La comunidad Mbya –y los propios padres del niño– rechaza el tratamiento y quiere que la familia regrese a su tierra, donde las energías espirituales pueden favorecer al chico. Para Carlos Cánepa, director del Gutiérrez, el caso “es un desafío para nuestra formación: ¿sirve la medicina blanca?”. Hoy, el Comité de Bioética del hospital se reunirá para discutir si se opera a Julián o si lo dejan regresar, probablemente a morir, a su pueblo.
En El Soberbio, a 240 kilómetros de Misiones, vive la comunidad aborigen Pindó Poty. Son veinte familias que se dedican, básicamente, a la cestería y a la fabricación de artesanías. Siembran mandioca, batata, crían gallinas. Se internan en la selva y salen con un coatí recién cazado o un tatú. Una vez al año, los 90 miembros de la comunidad eligen a su cacique. Cada voto va acompañado de una justificación. Desde hace seis años quien ocupa este puesto es Alejandro Benítez, a quien si le preguntan su nombre espiritual dirá “Everá”, que en Mbya significa “el elegido de Dios”. Desde hace una semana está junto a Julián y sus padres en la pétrea Buenos Aires para “decirle a quien fuera necesario cuál es nuestra decisión guaraní”, según dictaminó el Comité de Ancianos de la comunidad, el 3 de agosto pasado.
En Misiones hay 75 comunidades aborígenes como la Pindó Poty, diseminadas por el exhaustivo monte. Son visitados por asistentes sociales, que les proveen alimentos y les brindan servicios sanitarios. En una de esas incursiones, vieron a Julián con poca salud. “Cuando nuestra medicina no sirve, pedimos a los Yuruá”, contó a Página/12 Benítez, recurriendo a la palabra Mbya con que designan al blanco.
Julián fue junto a Crispín Acuña, su papá, y Leonarda, su mamá, al hospital de El Soberbio. Tras dos días de internación, los padres se volvieron con el chico al paraje, convencidos de que la medicina de guardapolvo no funcionaba en este caso. En ese centro de salud dieron cuenta a la Justicia de que los aborígenes rechazaban el tratamiento. Tomó intervención la jueza Julia Alegre, quien, a los pocos días, envió un patrullero a Pindó Poty, a buscarlos. Los llevaron al hospital de Posadas.
Esa capital ya les resultaba adversa a Acuña, de veinte años, y a su esposa, de 17, que junto a Everá añoran al monte en el que nacieron. Para su desagrado, tras un mes de internación en que no se pudo determinar qué tenía el chico, lo derivaron al hospital porteño. “Cardiopatía congénita”, era el diagnóstico con que lo enviaron. En la ciudad, Crispín evita que la peste de autos lo atropelle cuando se dirige a su hotel, a dos cuadras del Gutiérrez. Allí está Leonarda, cuyo nombre espiritual es Pará, constantemente jugando con su hijo. Cuando llegaron, Julián corría y era revoltoso. Por la enfermedad, ahora lo ven más apagado. Son indicios que los convencen de que el sueño sagrado del cacique era verdadero. Everá se hospeda en José León Suárez, en casa de una funcionaria de la Dirección de Asuntos Guaraníes de Misiones. Pisa por primera vez la metrópolis y no tiene documento de identidad. Es una situación común a muchos aborígenes.
En el Gutiérrez, a Julián se le realizó una biopsia que “fue adecuada, efectuada con elementos de alta complejidad”, pero “no nos permitió tener un diagnóstico”, indicó a este diario el director del hospital. Según Cánepa, para saber si el tumor es benigno o maligno se le tiene que practicar “cirugía a cielo abierto. Es una intervención de alto riesgo, y de alta escuela, que implica parar el corazón entre otras maniobras”. No pueden asegurar a Crispín y Pará que el chico saldrá del quirófano con vida. Cánepa y sus colaboradores repitieron que “es un desafío” a su ciencia. “Si el chico vive y se cura, digo que es válida. Si muere, digo que fue por la enfermedad”, afirmó el director. “Es mi creencia”, agregó.
Benítez también es opyguá de su comunidad. Es una suerte de sacerdote y curandero que se encarga de regular las relaciones de sus compatriotas con el hacedor. “Le exigí a Dios que viera adentro del corazón”, dijo. La revelación le llegó por sueños y mostró una piedra en el pecho de Julián. Y una premonición que hoy es su argumento: si los médicos abrían para sacarla, Julián moría. Por eso para Benítez el problema “no se cura en el hospital. Tenemos que volver al pueblo y pedir a Dios con la oración”.
La asamblea del Consejo de Ancianos y Guías Espirituales, realizada a principios de mes, sostuvo que “nosotros somos un pueblo con derechos. Siempre queremos que sea como hace su mburuvicha (el gobernador Carlos) Rovira, que nos pregunta qué queremos. Así queremos que todos los Yuruá pregunten a nosotros cuando tiene que ver con nuestra gente”. Un decreto firmado por Rovira en 2003 legaliza esta postura. El texto, que “reconoce al Consejo de Ancianos y Guías Espirituales de la Nación Mbya Guaraní”, establece que “los Gobiernos deberán consultar a los Pueblos Originarios sobre todo procedimiento susceptible de afectarlos directamente”, de acuerdo con tratados internacionales.
El equipo médico del Gutiérrez evalúa que si Julián regresa a Pindó Poty sin pasar por el quirófano va a morir irremediablemente. Para ellos, sólo al operarlo tendrán oportunidad de salvarlo. “Dios cuando te hace nacer ya sabe cuánto vas a vivir”, consideró Benítez. El Comité de Bioética del Gutiérrez está conformado por religiosos, antropólogos y científicos. Desde hoy, tendrá que debatir sobre una cuestión cuyo destino, al parecer, ni siquiera Dios conoce.

Informe: Sebastián Ochoa.

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