Dom 02.06.2002

SOCIEDAD  › UN NUEVO FENOMENO: EL VANDALISMO INFANTIL EN LOS BARRIOS CERRADOS

Niños ricos que tienen tristeza

Casas inundadas, paredes picadas, hasta incendios. Se repitieron en numerosos countries y lo más sorprendente fueron sus protagonistas: chicos de 9 o 10 años. Según dos sociólogas que estudiaron el fenómeno country, en el núcleo del problema está el modelo de socialización de estos lugares.

› Por Mariana Carbajal

Crecieron casi en el paraíso, protegidos por las murallas de los countries que se replicaron de la mano de la convertibilidad 1 a 1 y la ilusión menemista. Se criaron rodeados de verde, lejos de bocinazos y congestiones de tránsito. Jugaron en la calle, con la tranquilidad de saber que tienen prioridad los peatones y los autos no van a más de 20 kilómetros por hora. Fueron a los colegios privados más caros y tuvieron a su alcance todo lo que se puede comprar. Hoy, son preadolescentes y protagonistas de un nuevo fenómeno que tiene en jaque a los habitantes de los countries: el vandalismo infantil. Periódicamente, dentro de los muros, chicos de 9 años en adelante producen destrozos en casas: las inundan con la manguera de la pileta, pican o manchan sus paredes, dañan sus muebles, arrancan sus instalaciones eléctricas. A veces, producen pequeños robos. En ciertos casos, los más graves, incendian viviendas. Especialistas adjudican el vandalismo infantil al estilo de vida intramuros. “El núcleo del problema reside en el modelo de socialización. Los chicos tienen gran libertad y quedan sueltos siendo muy pequeños y los padres tienen dificultad para colocarles límites y regular esta explosión de autonomía”, advirtió Maristella Svampa, investigadora del Conicet y autora del libro Los que ganaron. La vida en los countries y barrios privados.
Ciertos episodios delictivos protagonizados por adolescentes son parte de la historia de los countries más antiguos y tradicionales. La novedad es que la edad de los agresores se corrió bastante hacia abajo. El fenómeno fue observado tanto por Svampa como por la socióloga Cecilia Arizaga, del Instituto Gino Germani de la UBA, que también está estudiando la vida en las nuevas urbanizaciones cerradas. Página/12 hizo un relevamiento y confirmó la existencia del vandalismo infantil con damnificados y vecinos, algunos de los cuales accedieron a dar su testimonio a cambio de la reserva de su nombre y el del country. Aunque se trata de episodios delictivos, sólo excepcionalmente los damnificados han realizado la denuncia policial. Prefieren que todo quede puertas adentro, y para combatirlo cada country está desarrollando distintas estrategias.
“Se da sobre todo en los countries más recientes y más grandes, que parecen ciudades. En los barrios privados, como suelen ser de menores dimensiones, los chicos están más controlados”, diferenció Svampa, docente de la Universidad Nacional de General Sarmiento y doctora en sociología, quien finalizó su investigación el año pasado. Arizaga comenzó la suya hace cuatro años en countries de clase media de la zona norte del Gran Buenos Aires y actualmente continúa realizando entrevistas a sus habitantes. “Antes cuando les preguntaba sobre el tema era muy difícil que contestaran. Trataban de taparlo. Si decían algo, era en voz muy baja. Pero en el último año y medio, cobró importancia. Cuando lo introducía en la entrevista, surgía como preocupación. Sé que en varios countries fue un tema en las reuniones de consorcio en el último año. Los daños son producidos por chicos a partir de los 11 años. Uno sólo de los que tuve conocimiento llegó a nivel policial: habían producido destrozos adentro de una casa”, contó a Página/12. En algunos casos, la edad de los pequeños vándalos llega a 9 y 10, según pudo establecer este diario.
Incendios y otras travesuras
“El tema es complicado. El personal de seguridad no quiere actuar porque dice que está contratado para vigilar y controlar afuera, y a nosotros también nos interesa que se ocupen de la seguridad hacia afuera. Si algún guardia ve a alguno de los chicos rompiendo algo, prefiere callarse porque finalmente es el hijo de algún propietario y no quiere tirarse contra quienes pagan su sueldo”, cuenta Marcela G., de 34 años. Con su marido se mudaron a un country ubicado entre Tortuguitas y Del Viso, en el noroeste bonaerense, hace cuatro años cuando su único hijo tenía 3. Los vándalos –dice– son preadolescentes, de 10 años para arriba. Como en la mayoría de las urbanizaciones cerradas, actúan de noche y generalmente en casas en construcción. “Las sabotean: ponen las mangueras de la pileta adentro de la casa para que se inunde, desinstalan los caños, arrancan las instalaciones eléctricas”, enumera Marcela G., con indignación, y a la vez, cierta resignación. A veces, actúan sobre casas deshabitadas ya sea porque sus dueños salieron, están de vacaciones o viven allí sólo los fines de semana. El tema es tan reciente que la “comisión de minoridad” del country donde ella vive no resolvió aún qué medidas tomar. “En algún momento se habló de imponer tareas comunitarias a los culpables, pero aún no se reglamentó ninguna pena”, señaló Marcela G. a este diario.
En Campos de Echeverría, un barrio privado de clase media de la localidad bonaerense de Canning, la alarma sonó en el verano. “Chicos de escuela primaria incendiaron una casa, por suerte los guardias vieron el humo y la destrucción no fue total”, confiaron a Página/12 varios vecinos. Hace tres años, también se prendió fuego en una casa que estaba vacía en un club de campo de más de 350 hectáreas del partido de Cañuelas. Los autores de la fogata fueron identificados: eran hijos de otros propietarios del lugar y sus familias fueron sancionadas con el pago de expensas extra. Cada una pagó 70.000 pesos. “Quedó como un accidente. Se supone que se produjo porque dejaron en su interior colillas de cigarrillos prendidas”, señaló Eugenia P., de 36 años, vecina de esa urbanización cerrada. Aunque no volvió a repetirse un hecho de semejantes características, los desmanes continúan: “Cada tanto entran a alguna casa, se llevan algo, rompen cosas. En general son adolescentes de 14 o 15 años, pero también hay casos, más aislados, en los que los daños son provocados por chicos de 9 y 10 años”, agregó. Ahora, al que viola las reglas de buena convivencia, además de imponerle una multa, se lo escracha en el semanario del club con nombre y apellido.
El incendio en el club de campo de Cañuelas movilizó a los padres a construir un club de adolescentes con el objetivo de generarles actividades recreativas que los contengan, una estrategia repetida en distintas urbanizaciones cerradas para frenar la violencia infantil. Sin embargo, una de las investigadoras que estudia los countries advierte que no se trata sólo de una cuestión de tiempo libre y aburrimiento de los menores, sino de una consecuencia indeseada de la falta de límites sobre los chicos que el mismo estilo de vida intramuros promueve.
En triciclo al jardín
“El núcleo del problema reside en el modelo de socialización que caracteriza la vida en los countries”, señala Svampa a Página/12. A lo largo de un año, un equipo de investigadores bajo su coordinación entrevistó a un centenar de habitantes de barrios privados y countries de distintos puntos de la provincia de Buenos Aires. El análisis de los testimonios quedó plasmado en un riguroso estudio sociológico sobre las urbanizaciones que florecieron durante la década menemista. Al modelo de socialización, Svampa lo llama de autonomía hacia adentro. Dentro de las murallas –describe– los hijos gozan de una libertad ilimitada, al punto que en aquellos countries que tienen colegio en su interior hay chicos que van al jardín de infantes en triciclo y sin adultos y es habitual ver a preadolescentes deambular en la madrugada. Carolina Llobera, una psicopedagoga que trabajó como maestra jardinera hasta diciembre en un colegio privado con población de country de Canning, describió la misma situación con otras palabras: “Muchos padres usan el country como un gran playroom y se van a trabajar. Los chicos no tienen ningún tipo de límites. Quedan con la empleada, pero como ella tiene que ocuparse de la casa, andan sueltos todo el día. Todos mis alumnos tenían signos extremos de falta de límites” (ver aparte).
Según Svampa, el modelo de autonomía protegida presenta una doble faz: “Por un lado, permite el desarrollo de una autonomía precoz, que es valorada por sus consecuencias inmediatas, pues los padres se ven liberados de ciertas obligaciones tradicionales que acompañan la tarea de la crianza y educación de los niños; éstos a su vez disfrutan de grandes márgenes de libertad y expansión lúdica en un contexto de sociabilidad barrial. Pero, por otro lado, este modelo se desliza con relativa facilidad a situaciones marcadas por el déficit de control familiar. De manera específica, lo que es intrínseco al modelo es que favorece y potencia todos aquellos riesgos (mayores y menores) ligados al aflojamiento del control familiar y social: accidentes, trastornos de conducta, agresiones; en el límite, actos de vandalismo ejercidos en contra de la propia comunidad”, advierte la autora de Los que ganaron. El chico –dice Svampa– no está preparado para asumir semejante libertad a los 10 años. Este cuadro, alerta la investigadora, se potencia con el tipo de valores que propician los colegios privados ubicados dentro o en los alrededores de las urbanizaciones cerradas, a los que concurren los chicos/country, donde “se pone énfasis en lo académico pero no en lo vincular, en la relación con los compañeros” (ver aparte). “En un mundo donde la competencia, el consumo, la ostentación están a la orden del día, a los padres les resulta muy difícil que los hijos incorporen valores de justicia”, alerta Svampa.
Esclavos
La socióloga Arizaga, becaria del Conicet, también observó dificultad para imponer límites a los hijos. Muchos padres y maestros entrevistados se lo plantearon como un problema. “Hay una delegación de responsabilidades de los padres hacia el sistema de enclaustramiento. Por el hecho de vivir en un lugar donde se supone que el que anda por ahí es conocido, se vuelven más abiertos y una de las consecuencias de sentirse más abiertos al nosotros del entorno es dejar que los chicos agarren su bici y no vuelvan hasta las 10 de la noche”, sostiene.
En muchos countries, confirma Arizaga “se han tomado medidas para entretener a los chicos los fines de semana durante la noche”, como forma de evitar que el aburrimiento nocturno, derivado del encierro, los lleve a provocar desmanes. Pero no han tomado medidas dirigidas a modificar el estilo de “libertad protegida” que, según coinciden las dos investigadoras, también genera que los chicos no adquieran habilidades para manejarse en la ciudad (ver aparte). En muchos countries de la zona de Pilar, por ejemplo, hay personal contratado que se dedica a organizarles salidas los sábados a la noche. “El problema es que los padres se sienten esclavos de los hijos y los hijos se sienten totalmente atados a sus padres, a que los lleven y los traigan del country en auto, porque solos no pueden movilizarse”, indicó Arizaga. La distancia entre los countries y las ciudades y la escasez de medios de comunicación son el primer obstáculo que deben vencer los prepúberes para trasladarse por su cuenta más allá de las murallas. Ahora, su movilidad se ve aún más restringida por el aumento de robos y el temor a que sean secuestrados. “Antes los chicos iban a los cines del Complejo Auchan. Ahora, por la inseguridad no salen y se embolan. Entran a las casas, las revuelven, siempre hay algún episodio”, confirmó Sol C., asidua visitante al Country del Carmen, en la zona de Hudson.
A la hora de decidir la mudanza desde la ciudad a un country en las afueras del Conurbano, muchas parejas, seguramente, pusieron en la balanza ventajas y desventajas del nuevo estilo de vida. Ninguno, seguramente, imaginó que podría tener consecuencias negativas en la crianza de sus chicos. “Pero es interesante que los padres empiecen a reflexionar sobre el tema”, sugirió la psicopedagoga Llobera.

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