SOCIEDAD
› DENUNCIAN QUE LE ARMARON UNA CAUSA POR ROBO
Juicio contra un piquetero
La principal prueba contra el militante, que no tiene antecedentes, es el reconocimiento de la víctima (policía y dueño de un supermercado) en un álbum de fotos tomadas ilegalmente en la comisaría.
› Por Cristian Alarcón
Gabriel Roser tuvo una corta militancia política en libertad: un año y cinco meses en las filas del Movimiento de Unidad Popular (MUP), un grupo piquetero de La Plata, antes de que la mano de la bonaerense –la de la policía y la de la Justicia– le cayera encima como un mazazo, tras acusarlo de un robo común a un supermercado de su barrio. “Liberen a Gabriel”, se fue convirtiendo en la pintada más recurrente de los paredones del sur del conurbano. Gabriel, un joven de 25 años que fue changarín del mercado como casi todos en su territorio, se había convertido en el encargado de seguridad de la organización. Como había sido detenido por averiguación de antecedentes y fotografiado ilegalmente en la comisaría sexta, usaron su foto, sin que tuviera un solo antecedente, para que el dueño del súper, sargento de policía, lo señalara. A nadie le importó que hubiera testigos de que Gabriel no era el chorro en cuestión; que él mismo vio a los tres delincuentes escurrirse por el arroyo El Gato sin que la policía los persiguiera. Hoy, un tribunal oral comienza a juzgarlo. Roser está patrocinado por el Colectivo de Investigación y Acción Jurídica, el mismo grupo de abogados que logró que se eliminaran los álbumes de fotos en las comisarías. Su caso es otra muestra de esa vieja formula policial: la causa armada.
J. es un pibe de 16 años que recién sale de la ducha y se encamina hacia la copa de leche del MUP. “¿Y vos?, ¿por qué tan lindo? ¿Vas a ver a la doctora?”, lo gasta una de las activistas de la villa 14. Es un caserío precario que bordea, a lado y lado, el arroyo El Gato, ese contaminado brazo de agua negra que cruza Tolosa, por atrás del Mercado Concentrador de Verduras. En la vereda sur vivía Gabriel, y por allí viven sus siete hermanos, su madre, sus amigos y sus compañeros del MUP. J. sabe que los problemas comenzaron con esas redadas que la brigada de calle de la sexta, como la del día que estaba con Gabi, Maxi y otros pibes en la esquina, a la orilla del arroyo, justo donde hay un puente peatonal que lleva a la otra orilla. Cayó un auto gris con dos polis de civil. Uno de ellos se bajó con una itaka en las manos. Eran un “viejo de pelo blanco” y “un flaco alto de anteojos”, según la mirada de J.
–¿Ustedes tienen captura?
–No –alcanzaron a decir los pibes.
Pero uno cometió un error: se rió. Entonces fue el primero en entrar al patrullero. Después los tuvieron que seguir los demás. Los llevaron al cuerpo médico. Y por fin a la sexta. “Ahí te hacen subir a una escalerita y te toman de frente y de perfil”, dice. Fue una de las tantas imágenes archivadas. Las mismas que estarán en discusión a lo largo de los tres días de juicio oral que comienzan hoy en el edificio de la calle 8: la defensa de Roser pretende demostrar cómo es que se arma una causa a partir de estos libros de “malvivientes”.
Diego Rodríguez es uno de los testigos nerviosos, uno de los que ese día, el del robo estuvo junto a Gabriel, y uno de los que estaba también con él cuando cinco días después del asalto, un batallón de policías allanó la casa y se lo llevaron. “Uno se angustia por que tiene que estar a la altura, y nosotros hemos sido perseguidos por los punteros del PJ molestos por lo que hacemos desde las organizaciones –dice–. Hacía unos meses que a los pibes los detenían por andar por el barrio. A él dos veces le sacaron fotos, y no tenía antecedentes, pero lo tenían marcado porque era el seguridad del movimiento, la gente lo conocía, y la policía también.”
–¿Por qué los llevan presos?
–A Gabi se lo llevaron por averiguación cuando tenía el DNI encima. Pero yo creo que es fácil: si usás este tipo de remera, los pantalones arremangados, los buzos con capucha, las zapatillas caras, entonces tenés estilo de pibe chorro y podés ser acusado de cualquier cosa. Por eso y por la pelea con los punteros, amigos de la policía.
Los encontronazos del MUP con los punteros históricos habían llegado a la quema de una huerta orgánica en la que trabajaba Gabriel. Y a una denuncia por manejo irregular de planes en la municipalidad platense. “Hubo una reunión donde entre ellos mismos casi se agarran a las trompadas”, describió Diego la ardua pelea territorial del 2003, cuando se reorganizaba el tablero peronista bonaerense. Dos testigos le dijeron a Página/12 que fue justamente el hijo de uno de estos referentes uno de los tres que robó el supermercado. Lo vieron escapar por la orilla del arroyo. Pero esos testigos declararán mañana. El que será testigo clave de la primera audiencia oral se llama Marcelo Rodolfo Toni. Es el sargento de la comisaría 5ª y propietario del supermercado de 12 y 526 al que dos ladrones entraron con armas cortas en la tarde del 23 de abril del 2003. Toni tomaba mate cuando le sacaron los sesenta pesos de la caja, los relojes y los celulares. A un cliente le robaron otros 830 pesos. Los ladrones escaparon en un remise. Toni primero declaró en la comisaría: apenas ocurrido el robo, dijo que eran dos hombres mayores y dio una vaga descripción física. Luego lo hizo ante el fiscal Marcelo Martini. De pronto, contradiciendo su primer testimonio, dijo que conocía a los ladrones con nombre y apellido. Y nuevas descripciones. Fue al día siguiente, el 27 de abril, cuando en la comisaría sexta señaló la foto de Gabriel Roser en el “libro de malvivientes” o “de modus operandi”. La foto era la que le tomaron días antes, cuando lo llevaron junto a J. y otros dos amigos a la comisaría 6a. Toni declaró por segunda vez que los mismos pibes lo habían intentado robar ocho veces en los últimos tiempos. Pero en la causa, el fiscal que encerró a Roser nunca le preguntó cuándo, cómo, quiénes lo asaltaron. De hecho, no hay denuncia en el departamento judicial de La Plata que involucre a Toni como víctima, mucho menos a Roser como victimario.
Informe: Laureano Barrera.
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