SOCIEDAD
› COMO GOLPEA LA CRISIS EN CONSULTORIOS DE SALUD MENTAL
Un país en el diván
Más llamadas a los servicios de atención psicológica y a los centros de ayuda al suicida, más ataques de pánico y estrés: son secuelas de la crisis, que también hace abandonar terapias por falta de fondos.
Qué peor que llamar a una línea de atención al suicida y, mientras un operador intenta contener el impulso de muerte, darse cuenta de que si se sigue hablando no podrá pagarse la factura telefónica. O qué mejor que tener esa noción mínima de futuro, porque de hecho cuando una situación así ocurre en el servicio de contención telefónico más antiguo del país, el psicólogo que está del otro lado deja que el paciente corte la comunicación, tranquilo porque si está pensando en la cuenta no se suicidará. Los efectos de la crisis en los argentinos van del caso extremo del suicidio –alarmante en los sectores más pobres– a la angustia del ex nuevo rico que debe privarse de los privilegios que le otorgó el modelo agotado, la desconfianza que surge en los grupos, las dificultades para diferenciar la locura personal de la exterior, el aumento del individualismo, la dominación en las parejas con uno desempleado, el estrés. Pero en una recorrida también aparece dignidad de la crisis compartida, la posibilidad de correrse de la desolación por imperio de los vínculos, el descubrimiento de la fuerza de la red como conjuro contra el malestar y la angustia.
Sin aire
La ciudad de Buenos aires cuenta con el servicio de atención telefónica Salud Mental Responde, del gobierno porteño, una línea abierta las 24 horas. Allí la crisis del último año provocó que se multiplicaran los pedidos de ayuda de porteños en situación de urgencia psíquica, aunque, según aclaran los profesionales que responden a los llamados, urgencia no significa “emergencia”: esto es, los que discan el 4826-8888 no están pidiendo una ambulancia, sino una contención en el momento, y la posible derivación a un servicio de hospital en el que podría comenzar una terapia. ¿Cómo están, cómo suenan esas entre 35 y 40 personas que por día llaman? Es como si estuvieran conteniendo el aire, bajo el agua, justo antes de poder salir a la superficie, sin poder dar la bocanada para reabastecerse y volver a sumergirse. Así, con esa metáfora, lo explica Ana María Rosarolli, la psicóloga a cargo del servicio.
Se puede entender, entonces, que la crisis golpea en la boca del estómago, que para algunos se convierte en aislamiento. De hecho uno de los casos paradigmáticos que ingresaron en el servicio telefónico fue el de una empleada pública angustiada y con sensación de encierro. “Tengo mucho miedo –dijo–. Es la primera vez en muchos años que hablar con mis compañeros de trabajo no termina de alcanzarme. Todos decimos lo mismo, todos tenemos el mismo miedo y estoy sin acercarme a ellos, pero tampoco puedo hablar con mi familia. Siento que si llevo mi angustia a mi familia les sumo un problema en lugar de resolvérselos.” Quienes atienden las consultan intentan que ese silencio forzado, esa mordaza existencial que padece la empleada, en este caso, se libere pudiendo ponerle palabras a la angustia. “Es la única manera de salir de la situación de soledad y angustia, sentimientos que merecen explicación y que deberían trasformarse en actos”, dice Romarolli. “Es por eso que los cacerolazos son buenos, adentro y afuera de casa”, sostiene, invocando la medida de protesta como una salida en movimiento de la parálisis.
La privación y la ira
Son muchos más que quienes consultan por teléfono, quienes continúan con su terapia semanal. Con la profundización de la crisis, Villa Freud también ha entrado en pánico: en cualquier comunidad analítica porteña son “alarmantes” y “crecientes” las deserciones de los pacientes que ya no pueden enfrentar el costo de sus sesiones. Psicoanalistas como Graciela Brescia intenta preservarlos ajustando los costos –un fenómeno recurrente durante 2001– y otorgando créditos para soportar las complicadas situaciones de las personas que pierden el empleo o tienen menores ingresos. Uno de los síntomas más habituales entre sus pacientes es cierta parálisis afectiva, sobre todo entre quienes han decidido, en lo subjetivo, que sus relaciones están terminadas, pero que por haber perdido el trabajo y por carecer de recursos no pueden dar el paso final por los condicionamientos económicos. “Son momentos de detención del análisis, dados por el hecho de no poder pasar algo resuelto a la realidad”, sostiene Brescia.
La pareja se ve golpeada por todos los flancos que la crisis deja al descubierto. No sólo que hay divorcios frenados sino que hasta las relaciones más estables sufren los síntomas del mal momento. Según Brescia, en las parejas de profesionales con cierto prestigio y una situación económica acomodada, cuando uno de los dos queda desempleado, aparece la “situación de sometimientos afectivo e intelectual”. Claro que no hay crisis de pareja que se explique sólo en esta crisis económica y política. “Lo que hace lo económico es agudizar situaciones existentes”, aclara la psicoanalista. Por ejemplo aquello de lo mío es mío y lo tuyo es tuyo se profundiza. “Se trata de una repentina exacerbación del individualismo.” Brescia explica –pidiendo comillas para la palabra– que en este contexto las personas suelen volverse más “irracionales” ante las imposibilidades.
Perseguidos
En el Bancadero, una institución en la que 60 profesionales prestan servicios de terapia individual y grupal ad honorem, y mediante el pago de un bono contribución para mantener el lugar, los profesionales coinciden en que durante los últimos meses hay más situaciones de estrés y ataques de pánico producto de “la fantasmática de la incertidumbre”, según la definición de Beatriz Babelson, que coordina un grupo de reflexión de desocupados hace ya cinco años. En su grupo hubo quienes consiguieron un subsidio para microemprendedores y desde la red de vínculos que generaron pudieron abrir una salida. Luis López, coordinador de un grupo terapéutico, sostiene que lo común, en momentos de tanta incertidumbre, es que “todo es más paranoico”. “En la inestabilidad hay una agresión cuya fuente es la propia crisis. Eso produce un estado de angustia difícil, de tono persecutorio”, describe. Gabriel Gendellman, de la misma institución, reconoce la misma desconfianza entre los miembros de un grupo que empiezan a considerar posible que se rompa el pacto de confidencialidad existente entre las personas que lo integran.
Roberto Lo Balvo, director de Salud Mental de la ciudad, de donde depende el Servicio Salud Mental Responde y los 500 talleres de reflexión en los que participan 5 mil personas por semana, apunta que la “realidad nos golpea de forma similar, pero el que está acostumbrado puede tener más herramientas y no sentir lo que se les representa a muchos: que se trata de una situación terminal. Puede entender que sólo estamos ante una situación terminal cuando nos morimos”. Gendellman lo llama la importancia de que las personas puedan “discriminarse de la angustia social”, entender finalmente que “la angustia no aniquila”. Quizás así pueda entenderse el contenido de las llamadas al SAC, Servicio de Atención al Suicida, el más viejo del país, con 33 años funcionando mediante el aporte solidario de un grupo de profesionales. De las personas que se comunican asegurando que piensan matarse, el 40 por ciento hace referencia a problemas económicos o laborales, informa la psicóloga Alicia Josid. Pero también es similar el porcentaje de personas que cortan el teléfono, con la consciencia del gasto que no podrán pagar, o que pretenden pagar, o con otra mirada, “viendo que amén de los recursos exteriores tienen recursos internos que les permiten hacer muchas más cosas que esa llamada en la que se encuentran”.
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