SOCIEDAD • SUBNOTA
› Por Mariana Carbajal
El ejercicio de la apostasía está creciendo en algunos países como España, donde ya se han hecho varias entregas masivas de solicitudes. En Argentina, por ahora es un procedimiento poco conocido aunque va ganando adeptos, fundamentalmente ateos, defensores del laicismo –bautizados a poco de nacer– que no quieren que se los cuente como católicos: las estadísticas, argumentan, significan dinero (en subsidios) y poder político para la jerarquía eclesiástica. Para marzo, desde el movimiento de mujeres se está preparando una apostasía generalizada, en repudio, fundamentalmente, a las posiciones del Vaticano en materia de salud sexual y reproductiva como su condena al derecho al aborto. Para la Iglesia Católica, en tanto, la apostasía es uno de los tres pecados más graves, junto con el cisma y la herejía. En la Edad Media, se castigaba con la muerte en la hoguera. Hoy, se esgrime como un derecho. Pero el clero se resiste a borrar a los apóstatas de sus registros. Alega que el bautismo es un sacramento de carácter indeleble, que dura para toda la vida. Sin embargo, la ley de hábeas data podría amparar el reclamo de los apóstatas, que tendrían el derecho de exigir que se suprima su nombre de los archivos clericales.
La apostasía está definida en el canon 751 del Código de Derecho Canónico como “el rechazo total de la fe cristiana”, recibida por medio del bautismo. Como no existe ningún procedimiento legítimamente establecido para abjurar de la fe cristina o cualquier otra fe y retirar el apoyo implícito a esa institución religiosa, se adoptó ese término clerical. Entre los que se embanderan en este movimiento hay quienes prefieren hablar de “desbautizarse”.
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