SOCIEDAD
• SUBNOTA › UN CENTENAR DE CHICOS FUERON A APOYAR A GRASSI A LA DDI
A rezar el rosario frente a la prisión
Nunca antes un lugar tan pecaminoso como una Departamental de Investigaciones de la bonaerense había sido rodeada por fieles católicos munidos de rosarios, cruces, carteles, oraciones –estampadas en telas de sábana– y hasta guitarras para villancicos. “¡Te queremos padre, te queremos!”, gritaban con sus agudas voces los por lo menos cien chicos menores de edad que los sacerdotes y las mujeres coordinadoras de hogares de la Fundación Felices los Niños llevaron hasta el lugar de detención de Julio Grassi. “¡Es el padre de todos los chicos!”, no se cansaba de decir una mujer aferrada a un estandarte con la inscripción “sagrada familia” que enfrentaba las cámaras de todos los canales elevando la voz como una predicadora norteamericana que profetiza el fin del mundo.
La cita era tarde, quizás por el horario central de los noticieros, que lo trasmitieron en directo: a las 20.30 se había prometido rezar el rosario frente a la DDI, de cara a la celda con baño privado en la que espera Grassi. Mucho antes los católicos locales de la Parroquia Medalla Milagrosa, convocados desde temprano por el Padre Mario, ya se habían plantado en la vereda de enfrente. La mayoría eran niños del catecismo y mujeres, amas de casa de entre 40 y 50 años. Mariela Martínez, catequista indignada con lo publicado desde que Telenoche Investiga puso al aire su investigación, le contó a este diario lo traumático del asunto para sus alumnos. “Ellos se preocupan porque justo cuando se están integrando a la iglesia pasa esto, entonces es lógico que les llame la atención”, le dijo a Página/12. “Ellos tienen dudas, preguntan si es verdad que un padre puede tener esos encuentros”, explicó la chica, de 26 años.
La respuesta que desde el catecismo, en este caso, se les da a los niños inquietos por las noticias de último momento es que “hay mucha gente que por todo lo que el padre ha ayudado quiere poner trabas”. Parecido era el argumento defensivo de María Nilde, 62 años, rulos de rulero, enardecida contra “las mentiras”. “Debe haber mucha plata atrás de todo esto”, decía. “El chico leyó lo que escribieron, no hablan así los pibes de la calle”, estampó en la patriada pro cura Grassi, Norma, de 49, y mismo estilo capilar. “Por un kilo de azúcar y un paquete de yerba hoy la gente hace cualquier cosa”, aportó Juanita, tercer vértice de este triángulo de fieles. “Por doscientos, trescientos pesos, dicen cualquier cosa”, cerró el argumento María. Y las tres se pusieron a evaluar las declaraciones de Susana Giménez, las del Corcho Rodríguez, y el pecado que significa que miren la derrota del padre desde su mansión en Miami.
“Querido padre, Julio, padre de los más necesitados. Nosotros te apoyamos”, decía el cartel sostenido por dos niñas de cara redonda que no dejaron nunca de agitar la tela, las palmas, y enfrentar a las cámaras con convencimiento y fruición. Al costado la mujer del estandarte, flanqueada por un adolescente abrazado a su novia llorosa, y otra joven de ojos inyectados de pena. Apenas unos pasos más allá, todavía no integrados a los rezos, Alexis, de 15, Rafael, de 16, y Jonathan de 15, discutían sobre las plegarias y las escenas de sexo por las que se acusa al padre Grassi. “Para mí que es verdad, tiene la cara de violín”, largó el primero, convencido, y polémico. “¡¿Qué decís?! Después de todo ¿quién los sacó de la pobreza? ¿Quién los protegió? ¿Quién les dio de comer? Porque además nadie da la cara”, lo retrucó su amigo Rafael. “¿Si a vos te violan vos vas a dar la cara?”, le contestó Alexis.
En el fondo de la vereda, tras los fervorosos rezadores, doña María Arena, de 80 años, disfrutaba de la espalda del espectáculo sentada sobre la silla en que en esta época comienza a recibir las tardes. “Si fuera malo nunca hubiera ayudado a nadie, por eso creo que es inocente”, dice con las zetas más gallegas. Eran casi las nueve cuando llegó un micro que acarreaba a los chicos de Hurlingham, un grupo formado por menores de los hogares, y la escuela, conducidos por un hombre de traje que llevaba además una guitarra. Uno de los carteles decía: “Padre, Felices los Niños,es un sueño, no nos despiertes”. Juntos, en el punto máximo de excitación de la velada, largaron otra vez: “¡Te queremos, padre, te queremos!”
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