Dom 27.10.2002

SOCIEDAD • SUBNOTA  › IRENE INTEBI

“No existe un perfil del abusador de niños”

› Por Pedro Lipcovich

En caso de constatarse la responsabilidad penal por la que está detenido, el sacerdote Julio César Grassi debiera poder soportar la inmensa, descendente parábola que le permitiera reconocerse como sujeto de la más siniestra de las conductas adictivas, aquella cuyo objeto es la intimidad del niño; debiera disponerse a examinar los pedazos de su propia infancia destruida y desde allí –pero siempre bajo supervisión y ayuda especializada– recomenzar a vivir. Este posible pero dificilísimo camino se desprende de las observaciones de una de las principales especialistas de nuestro medio, con amplia experiencia en tratamientos de abusadores y abusados. La psicóloga Irene Intebi –autora del libro Abuso sexual infantil en las mejores familias– explicó a Página/12 por qué no hay una “perfil de personalidad” que fuese propio del abusador pero sí, en cada responsable de este delito, la probable, repudiada marca de un cataclismo infantil. Y señaló cuáles son las responsabilidades pendientes en la comunidad, respecto de los abusados y de los abusadores.
–No hay un perfil del abusador de niños –destaca Intebi, titular del Programa de Asistencia del Maltrato Infantil del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires–. La bibliografía internacional así lo advierte, y esto hace muy difícil la prevención: no hay cómo detectar una población en riesgo potencial de abusar o de ser abusada. No existe un rasgo específico de personalidad como, supongamos, “carácter impulsivo”, “trastornos en la sexualidad”.
–Es decir, no hay examen psicológico que pueda fundamentar una culpabilidad jurídica.
–La validación de un supuesto abuso sexual depende de la estimación, por profesionales especializados, del relato de la supuesta víctima; de su examen físico, cuando hay signos compatibles con el abuso, y de la investigación jurídica que corrobore los detalles aportados por la supuesta víctima.
–Por otra parte, la idea de que hubiera una “personalidad de abusador” conllevaría un riesgo de estigmatización.
–Y sería tranquilizante, ya que, si se pudiera hacer un listado de rasgos de peligro, sería posible identificar a esa gente y defender a los chicos. Pero, por lo general, la persona que agrede sexualmente a un chico tiene dos fachadas: la que presenta a sus relaciones, a su familia, en su trabajo, la que ofrece a la sociedad, y la compulsión hacia el abuso, que permanece confinada en la relación víctima-victimario.
–Usted tiene experiencia en abordaje terapéutico de personas responsables de abuso sexual infantil. ¿Pueden ser tratadas con éxito?
–Contra lo que suele pensarse, el tratamiento no es imposible. A veces estas personas piden espontáneamente tratamiento, y aun los tratamientos que empiezan por obligación, a partir de mandatos judiciales, no son imposibles. Se trata de que el profesional tenga una formación específica y sepa manejar la técnica adecuada.
–¿Cuál es la particularidad de estos casos?
–Un determinado dolor y una manera de defenderse de ese dolor. Generalmente son personas que han padecido sufrimientos muy graves en su infancia: a menudo ellos mismos fueron abusados sexualmente o padecieron situaciones extremas de violencia. Por supuesto, la inmensa mayoría de los que sufrieron abuso infantil no se convierten a su vez en abusadores pero, entre estos últimos, hay muchos que fueron a su vez víctimas.
–Usted decía que el abusador, además de haber padecido una violencia grave en la infancia, se defiende de ese recuerdo en una forma determinada.
–Se trata de la disociación. Digamos que no puede ponerse en los zapatos del otro. El sabe lo que hace pero no puede conectarse con los sentimientos, con los efectos que puedan provocar en el otro las acciones que lleva a cabo; falta un punto de empatía con relación a las consecuencias de lo que hace. No puede juntar lo que él mismo sintió en otro tiempo con lo que siente el otro al que hoy le está haciendo lo mismo.
–Para los abusadores, ¿puede haber rehabilitación?
–Sí, puede haberla y el tratamiento apunta precisamente a la rehabilitación. No hay cura. El modelo con el que se trabaja es el de la adicción. Pero si el alcohólico, por ejemplo, con su consumo se perjudica a sí mismo, en este tipo de compulsiones el “consumo” es una agresión a otra persona.
–Como los alcohólicos, podrían recuperarse pero no curarse.
–Siempre deberán evitar ciertas situaciones, reconocer determinados pensamientos y circunstancias que podrían llevarlos a la recidiva. Y deberían estar, de por vida, bajo supervisión: no necesariamente terapéutica o judicial, sino la que cada comunidad establezca.
–La lógica del problema conduce a la responsabilidad comunitaria.
–Sin duda. La represión sola no resuelve estos problemas. Hace falta, porque no la tenemos, una cuantificación de los casos; hay que decidir qué soluciones queremos alcanzar, capacitar personal y aportar recursos. Ojalá que el caso que se hizo público en estos días sirva para que la cuestión se discuta, para que la gente sepa que los abusos sexuales no son una rareza y que requieren, de cada comunidad, su respuesta específica.

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