Vie 01.11.2002

SOCIEDAD • SUBNOTA  › OPINION

El rostro de la bronca

› Por Raúl Kollmann

Las dramáticas palabras de Pablo Echarri volvieron a poner ayer sobre el tapete el papel de la policía y el periodismo en los casos de secuestros, en especial cuando la víctima está en poder de sus captores. De frente, con el rostro cargado de bronca, el actor tácitamente dijo: “Ustedes son un obstáculo, ustedes ponen en peligro la vida de mi padre”.
Después de un año de secuestros reiterados, cualquier medio sabe que, si da la “primicia” de que tal persona está secuestrada, pone en riesgo a la víctima del secuestro. Esto es así por la sencilla razón de que la banda captora puede ponerse nerviosa, percibir el peligro de que la detengan y resuelva terminar con la cuestión de la manera más sórdida: matando al secuestrado. Página/12 viene alertando sobre este peligro desde hace meses.
Pero, además, no bien se lanza al aire la noticia de un secuestro, el frente de la casa se convierte en un torbellino ingobernable. La cobertura se convierte en un doble peligro.
u En primer lugar, impide a los familiares moverse, incluso para pagar el rescate. En Ramos Mejía hubo que traer una escalera de dos metros para sacar al padre del secuestrado por el terreno de un vecino: la banda no aceptaba que el pago del rescate lo hiciera otro porque podría ser un policía encubierto. A Pablo Echarri se lo vio intentando salir por una terraza y en el caso de Riquelme alguien tuvo que escapar del asedio en el baúl de un auto. O sea que el asedio periodístico se convierte en enemigo de la víctima.
u La desesperación por dar cualquier dato al aire produce una secuencia insoportable: “se dice que van a pagar el rescate”; “ya salieron para pagar el rescate”, “a las 11.09 se pagó el rescate” y así sucesivamente. Si hay algo de verdad, los secuestradores quedan convencidos de que hasta el FBI los tiene en la mira. Si hay partes que no son ciertas, empiezan a preguntarse quién estará operando para llevarse la plata. Por supuesto hay diagnósticos del estilo de “la banda está identificada”, “sería inminente la detención de varios secuestradores” que todavía llenan de más peligro una situación de por sí terriblemente peligrosa.
Nosotros, los periodistas, pero sobre todo las empresas periodísticas, deberíamos terminar con estas prácticas. El tema aparece incluido en los códigos de ética de muchos diarios del mundo, pero acá se mira para otro lado. A veces parece que se está jugando con la vida de los secuestrados.
Pero más allá de todo esto, los gobiernos son los principales responsables. ¿Cómo es posible que, a una semana del secuestro, la policía no haya sacado a los periodistas del frente de la casa de los Echarri? Igual que en un caso de incendio, es obligación de las autoridades poner vallados a dos o tres cuadras, impedir el agobio, preservar el derecho de la familia a negociar por su ser querido.
Esa es una responsabilidad, pero todavía hay otra mayor: son jefes uniformados los que filtran los datos a los periodistas. Son hombres de la Federal los que quieren embarrarle la cancha a la Bonaerense y les tiran información a los hombres de prensa. Son oficiales de la Bonaerense los que en el siguiente secuestro filtran que la Federal tiene un secuestrado y le complican las cosas. Y a esto hay que agregarle otras usinas: ex integrantes de las fuerzas, gente de la SIDE, la Gendarmería, hombres de la política.
La cara de odio que se le vio ayer a Pablo Echarri expresaba el odio de los secuestrados y sus familias. Ese rostro fue la acusación más directa de los últimos tiempos.

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