SOCIEDAD • SUBNOTA › LOS FANS DE CALLEJEROS FESTEJARON EL FALLO FRENTE A TRIBUNALES
Estaban desde temprano, con mucho nervio y una batería de argumentos para defender la inocencia de los músicos. Oída la sentencia, hubo canto, baile y un estallido de alegría. La fiesta callejera terminó en el Obelisco.
› Por Soledad Vallejos
La tormenta no llega, el agua no cae, pero el cielo plomizo no los intimida. Desde el mediodía la plaza Lavalle empezó a poblarse con banderas, chicos, chicas, remeras amarillas que replican el mensaje impreso en una inflable, que alguien clavó en la tierra: “Basta de culpar a Callejeros”. A las tres de la tarde, los seguidores de la banda serán quinientos y se arremolinarán en torno de la pequeña columna de sonido improvisada por un canal. Poco después conocerán las condenas y diseñarán una banda de sonido propia: el silencio para la sentencia de Omar Chabán, los murmullos para el año a Raúl Villareal, el estallido de alegría para las absoluciones a Patricio Fontanet y el resto de la banda. Si en la plaza la condena al manager pasó sin pena ni gloria, fue sólo porque para entonces fanáticos y fanáticas, abrumadoramente jóvenes, tremendamente tensos hasta entonces, ya cantaban, saltaban, lloraban, se desplomaban de la emoción, se abrazaban, como si los absueltos hubieran sido ellos mismos.
Los minutos pasan con parsimonia, demasiada para Marina. Dice que está nerviosa. Agrega: “Me duele la panza, no sé qué va a pasar”. Tiene 22 años y está sentada sobre la tierra, bajo un cielo plomizo. “Si los llegan a condenar va a ser una injusticia total”, rezonga, con la claridad de quien acaba de llegar desde Banfield, no más salir del hospital donde hace “trabajo de limpieza”, para acompañar a la banda que siente irremediablemente cercana. A su lado está Carolina. No se conocen, pero se hacen compañía hasta que lleguen sus amigos y sea la hora de la sentencia. Carolina tiene 18 y acaba de salir del colegio, en Olivos. Cuando la tragedia sucedió tenía, apenas, 13, y sin embargo conoce a personas que han sobrevivido a esa noche. Está aquí por ellos y por Callejeros, porque “no es su culpa, podía haberle pasado a cualquier otra banda. Lo único que hacen es cantar verdades. ¿Por qué tienen que pagar ellos lo que pasó?”.
La lectura de la sentencia se demora. Ahora, en la plaza son 500 los que cantan de a ratos, entre mates y galletitas. Hay banderas argentinas, muchas, con el logo de Callejeros pintado como un sol. Otras sostienen una épica, más que del aguante, del sentimiento y la lealtad: “Valorando la libertad más unidos que cautivos podemos aguantar”, “Te escucho y te sigo”, “Pensando en vos siempre”, “Testigo y culpable de nuestra ilusión”, “No quiero escuchar mentiras ni verdades cambiadas. Quiero justicia”. Las firmas trazan mapas extensos: San Martín, Isidro Casanova, Calzada, Ezeiza, Morón, Haedo, Longchamps, Paraguay... Sólo una bandera, en la esquina de Talcahuano y Tucumán, se diferencia: “La Justicia no se obtiene condenando a Callejeros. Nosotros también estuvimos ahí y los defendemos por algo... Sobrevivientes”.
César está orgulloso de que en la panza de Déborah haya “otro callejerito más”; en tres meses, cuando nazca, llevará el nombre de Fontanet: Patricio. 17 años tiene ella; 22 él, que recuerda que “antes mucha cabida no le pasaba a la banda. Pero después, cuando se empezó a hablar y eso, los escuché más. Y el otro día fui a Olavarría”, al recital que Callejeros organizó antes del fin del juicio. “Pienso que están juzgados ya”, se lamenta César, mucho más pesimista que Déborah, quien espera “cárcel para Chabán y Villareal. Tragedias pasan en todos lados y existen. Las culpas son de los funcionarios, de los que dejaron las puertas cerradas y trabadas, de los que no hicieron cumplir las reglas”. Déborah abre su mochila, saca la bandera que preparó, la desdobla: “Amarte siempre es mi destino. La Rolly. Adrogué”.
Un poco más allá del cartel con los nombres de las 194 víctimas, cubierto de fresias y claveles, chicos y chicas rodean una columna de sonido improvisada, con gentileza, por el móvil de un canal de televisión. Todas las canciones se acallan. “18 años para Chabán, me manda Sara que está viendo la tele”, cuenta un chico que acaba de recibir un mensaje de texto. Lo chistan. Un murmullo, un “mirá si va a hacer un curso... es indignante” y el “¡un año, boludo!”, sigue a la sentencia de Villareal. El estallido es inmediato tras la absolución de Fontanet. Una madre abraza a su hija, las dos en llanto; una chica cae de rodillas mientras habla por teléfono, un amigo intenta confortar las lágrimas que no cesan. Frente a Tribunales, en el estacionamiento hasta hace unos instantes despejado, bailan chicos, chicas que cantan y agitan sus banderas. “Escúchenlo, escúchenlo, ni las bengalas ni el rock and roll, a nuestros pibes los mató la corrupción.” “Estamos acá por los pibes, no lo puedo creer”, dice Milena, que tuvo amigos entre las víctimas de Cromañón. Ella tiene, recién, 18 años, llora y va de la algarabía a la tristeza; cuando no puede hablar más mira a María Victoria, una amiga que conoce a sobrevivientes y no puede evitar la persistencia de cierto enojo: “No creo que Villareal vaya a lavar los pies de los chicos pobres de Cáritas, no creo que los funcionarios tengan tan pocas culpas, eso es porque tienen amigos, porque ponen algo... La vida de los Callejeros nunca va a ser la misma, las nuestras tampoco. Que paguen un año no es nada”.
Arrecia una lluvia que no llega a tormenta y sin embargo nadie se movió de su lugar. Con deliberación, los fans procuran contenerse entre sí para que ninguno se acerque a la puerta por la que algunos familiares salen, furiosos y arrojando objetos, de Tribunales. Una hora completa celebraron y se estremecieron, bajo la lluvia, ante las cámaras y los micrófonos, pero especialmente ante ellos mismos. Luego obedecieron mansamente a la policía ante la indicación de liberar la plaza: avanzaron, cantando, hacia el Obelisco. La canción siguió sonando en el centro de la ciudad, y las banderas flamearon hasta que el frío y el cansancio, como con pereza, empezó a hacerlas ralear. Desde las ventanas de las oficinas, algunos curiosos los veían hacer.
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