SOCIEDAD • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Eduardo Fabregat
Las escenas posteriores a la lectura del fallo eran inevitables: la nerviosa espera de la hora señalada, con dos grupos bien diferenciados levantando cada uno sus banderas, no podía terminar de otra manera. El festejo de los fans de Callejeros contrastó con la angustia de los familiares de las víctimas, que vieron en la condena a Omar Chabán un real acto de justicia y supusieron que los 18 años de sentencia para Diego Argañaraz, manager del grupo, conducirían naturalmente a condenas también para sus compañeros. No fue así. El Tribunal Oral 24, que supo llevar el proceso con firmeza y deslindar responsabilidades con criterio, tomó sin embargo la polémica decisión de considerar que en Callejeros las decisiones las tomaba el manager y nadie más. Así ha quedado demostrado en los papeles, en la prueba jurídica: como representante del grupo, Argañaraz era quien ponía el gancho en los acuerdos. Pero el manager no actuaba solo. Como lo sabe cualquiera que tenga un mínimo conocimiento del funcionamiento de una banda, las decisiones se tomaban bajo consenso, y sobre todo con la aprobación de Patricio Santos Fontanet, el gran “ganador” de la tarde de ayer.
Los fans, y los videographs de los canales de noticias, deberían moderar sus sentimientos: los músicos fueron absueltos, pero no Callejeros como entidad. Si el Tribunal hubiera considerado que la banda no tuvo ninguna responsabilidad, Argañaraz estaría hoy descorchando con ellos en Villa Celina. Pero se lo encontró culpable y se lo condenó a 18 años de prisión, porque las pruebas indican que el grupo que representaba fue co-responsable del incendio. Son sutilezas, claro: a Fontanet y a sus secuaces les importará bien poco, el único que queda adentro es el manager y ellos pueden seguir tocando, grabando, cometiendo la gracia de firmar sus gacetillas como “Juzgado de Los Invisibles”, mandándola a chupar por caretas a quienes no se conforman con las papeletas que dejan “el beneficio de la duda”, a quienes aún hoy, con el fallo en la mano, les sigue importando la responsabilidad moral.
Las cajas de instrumentos en las que se escondía pirotecnia no eran de Argañaraz.
La estúpida frase de ocasión “¿Se van a portar bien?” no fue pronunciada por Argañaraz.
El que mostraba orgullo por el poder pirotécnico del grupo en los reportajes no era Argañaraz.
El que se reunía con los barrabravas de El Fondo No Fisura, La Familia Piojosa y Los Invisibles para organizar el contrabando de fueguitos era Argañaraz, pero para ello contó con la necesaria complicidad y aprobación de los integrantes de la banda.
Dicho de otro modo: no existe en el rock argentino un manager que sea jefe de los músicos. Generalmente es al revés, primero surge la banda y después aparece el manager, y éste no deja de ser un empleado.
Es un día gris, amargo, para quienes esperaban que Cromañón dejara una enseñanza, un real ejemplo. Lo dejó, sí, en el caso del gerenciador del local, el policía que organizaba las coimas, el representante del grupo y los funcionarios a los que se les aplicó la pena máxima contemplada. Pero escudándose en este fallo, los músicos que acumularon tantas irresponsabilidades, que acompañaron y estimularon la inconsciencia de su público, que le indicaron a Argañaraz lo que debía hacer y cómo, podrán seguir jugando el rol de carmelitas descalzas manipulados por Chabán y su inescrupuloso manager, víctimas de la corrupción, santos inocentes que nunca hicieron nada que pusiera en riesgo a quienes les dan de comer.
Habrá quien crea que con esto –o con lo que suceda con las apelaciones– se cierra el asunto, pero está claro que no es así. Cromañón no terminó en diciembre de 2004, ni terminó ayer. Cromañón sigue sucediendo, cada día. Habrá quien crea que con esto se establece un escalafón de vencedores y vencidos, pero será mejor dejarle eso al fútbol. Ayer, en la sala de audiencias, en Plaza Lavalle o donde fuera, lo único que siguió triunfando es el dolor.
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