SOCIEDAD • SUBNOTA › ENTREVISTA CON LA PEDADOGA MARA BRAWER Y EL ANTROPOLOGO GABRIEL NOEL
Los coordinadores del Observatorio Argentino de Violencia en las Escuelas analizan por qué, pese a que la sociedad es más conflictiva que hace algunos años, en la escuela no hay tanta violencia como afuera. Todavía conserva la capacidad de modular el lazo social, dicen.
› Por Mariana Carbajal
“La escuela todavía conserva, pese a todo lo que se dice en contrario, la capacidad de modular el lazo social, de manera tal que pese a ser la sociedad más conflictiva que hace algunos años, tiene menos violencia que su afuera”, concluyó el antropólogo Gabriel Noel, coordinador del Observatorio Argentino de Violencia en las Escuelas, junto con la subsecretaria de Equidad y Calidad Educativa, Mara Brawer. En una entrevista conjunta, Noel y Brawer analizaron con Página/12 los resultados de la nueva encuesta que hizo el organismo para medir la problemática de la violencia dentro de las instituciones educativas.
–Qué diferencias significativas encontraron respecto del primer estudio que se realizó en 2005?
Mara Brawer: –Lo que muestra el estudio es que no hay un empeoramiento de la situación. Como la mejora es leve y no en todos los ítems, y hay en algunos un mayor número de alumnos que no contesta, no podemos afirmar categóricamente que la tendencia es la mejoría. Lo que sí podemos señalar es que en contra de la sensación térmica la investigación no registra un aumento de la violencia en las escuelas.
Gabriel Noel: –Menos de un 30 por ciento de los respondientes dicen haberse visto involucrados –en cuanto a la percepción– en alguna de las formas de violencia por las que preguntamos. Lo cual va a contrapelo de esta idea generalizada de que las escuelas serían espacios enormemente conflictivos.
–¿Por qué creen que está instalada la idea de que crece la violencia en las escuelas?
M. B.: –Toda violencia que tiene como sujeto a una persona que es alumno se considera violencia en las escuelas. Nosotros decimos que esto no es necesariamente así. Si usted se pelea con un compañero de redacción y le da un bofetón, lo más probable es que nadie titule el hecho como violencia periodística. Todo lo que ocurre en una escuela o a diez cuadras de una escuela pero entre chicos que son alumnos se tematiza como violencia escolar. Por ejemplo, si dos estudiantes se pelean en una plaza por una novia.
–Hace poco hubo un caso en el que una pelea entre alumnos de una misma escuela, fuera de la institución, terminó con uno de ellos muerto. ¿El conflicto pudo tener que ver con algún factor de la convivencia escolar?
M. B.: –Es un tema de violencia juvenil o de los jóvenes, pero no necesariamente de violencia en las escuelas.
G. N.: –Hay cosas que ocurren en la escuela pero que tienen una dinámica que no tiene que ver con la escuela sino con un afuera. Si hay una guerra de bandas en el barrio que entra a la escuela es visto como un problema de la escuela, cuando en realidad es lógico que aparezcan en la escuela las disputas territoriales por la sencilla razón de que los chicos pasan muchos años en la escuela. La categoría de violencia es una categoría moral que la usamos para cosas que nos desagradan. El contenido histórico de esa categoría ha variado mucho en los últimos años. Cuando yo era chico, y no soy tan viejo, que dos adolescentes se agarraran a trompadas adentro la escuela no era catalogado como un hecho violento: era visto como parte del proceso normal de socialización de jóvenes varones heterosexuales, se llamaba hacerse hombre. Por supuesto no hubiese salido en los diarios, y los padres seguramente celebraban que su hijo hubiese pasado por ese rito de pasaje que constituía una construcción de virilidad machista. Hoy, a Dios gracias, nuestra sensibilidad moral ha cambiado y empezamos a incluir como violencia cosas que antes estaban naturalizadas como parte de un proceso normal de socialización. Entran a aparecer en el radar un montón de actitudes que no es que no existían antes, sino que la valoración moral que las califica como violentas es una adquisición reciente de nuestros modos de evaluar la sociabilidad ajena.
M. B.: –No significa negar que no haya un aumento de la violencia. Hubo un aumento de la violencia en la sociedad que obviamente repercute en la escuela. Desde la caída del estado de bienestar, crisis de los ’90 mediante, aumentó la violencia social y por lo tanto también aumentan los episodios de violencia en las escuelas. Pero cuando se habla de violencia escolar están poniendo como sujeto productor de esa violencia a la escuela. ¿Qué tiene de violencia escolar el caso de Junior (el adolescente que mató con un arma a varios compañeros e hirió a otros en el aula de una escuela pública de Carmen de Patagones)? Ocurrió en la escuela. Hoy el chico está internado en un psiquiátrico. Pero lleva a decir que las escuelas son lugares de violencia. Nosotros decimos que no, que las escuelas son lugares donde tiene escenario la violencia que hay en la sociedad, pero claramente la escuela es un lugar donde la violencia disminuye.
G. N.: –Cuando hice trabajo de campo en escuelas, los docentes me decían entre extrañados y perplejos: “Las escuelas no son lo que eran”. La sociedad argentina tampoco es la que era, les decía yo. Y ellos me decían, “obvio”. Si bien todos tenemos naturalizado el hecho de que en los últimos treinta años la sociedad argentina cambió y se ha vuelto mucho más violenta, tenemos por implicación, el supuesto de que la escuela de algún modo ha quedado preservada de esa transformación, que debería ser un espacio sacral, donde al franquear la frontera toda la violencia debería quedar afuera. Y no es así. La escuela todavía conserva, pese a todo lo que se dice en contrario, la capacidad de modular el lazo social, de manera tal que pese a ser la sociedad más conflictiva que hace algunos años tiene menos violencia que su afuera.
M. B.: –No queremos decir que la escuela no tiene un problema. La escuela tiene un problema, independientemente de que no sea la generadora de la violencia. Los llamados “chicos chorros” van a las escuelas. Recordará que en una escuela se había acordado que los chicos dejaran las armas afuera. Esa experiencia fue evaluada peyorativamente. Para mí es maravilloso que exista el acto simbólico de que se diga: acá no. Como también se acuerda con el consumo de sustancias ilícitas.
–¿Hay experiencias de ese tipo?
M. B.: –Después del escándalo mediático que se produjo con aquella experiencia con las armas, nadie lo va a contar abiertamente. Pero sé que hay acuerdos similares. Me contaban el otro día que en una escuela media acordaron con un chico que durante las cuatro horas que está en la escuela no consume paco. Constantemente se hacen esos acuerdos en las escuelas.
–El porcentaje de alumnos que dice haber llevado un arma a la escuela es bajo pero no deja de ser inquietante.
G. N.: –No se trata de negar que haya armas en la escuela, pero los datos pueden ser malinterpretados. Hay que tener cuidado con las imágenes que construimos acerca de la presencia de las armas en la escuela. Hay una sociedad armada. Esta es una forma de violencia de la cual la escuela es víctima.
M. B.: –Llevar armas a la escuela no es sinónimo de usarlas. Si las usaran tendríamos miles de muertos en las escuelas. Esta presencia nos está hablando de la valorización de las armas en la sociedad.
–¿Por qué la escuela está preservada de la violencia que se vive puertas afuera?
M. B.: –La escuela sigue siendo un lugar seguro, donde hay muchísima menos violencia porque tiene una propuesta: porque en la escuela, con sus virtudes y sus defectos, los chicos tienen una tarea, hay acuerdos, circula la palabra, hay acciones, propuestas.
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