Vie 06.11.2009

SOCIEDAD • SUBNOTA  › NO SE PONEN DE ACUERDO EN CUANTO NI COMO NI CUANDO

El viejo escollo del dinero

› Por Cledis Candelaresi

Desde Barcelona

A horas de terminar la ronda negociadora de Barcelona, todo indica que en la cumbre de Copenhague se arribaría a una solución provisoria y mucho menos ambiciosa de la que se buscó hasta ahora. Previsiblemente con Estados Unidos afuera, a pesar de las buenas intenciones expresadas por Barack Obama, y sin resolver una cuestión clave de las varias que están pendientes, por ejemplo cuánto dinero efectivamente aportarán los países ricos y por qué vía. Fuentes negociadoras confirmaron a Página/12 un escollo que nadie admitirá on the record: los aportantes quieren garantías de cómo las naciones más pobres gastarán ese dinero.

La “adaptación” a los cambios del clima es sólo una de las actividades que demandan dinero. Kioto ordenaba crear un Fondo de Adaptación a nutrir por los países ricos, que aún está en veremos. Cuánto aportarán y por qué vía es algo a resolver. Los aportantes prefieren que sea a través de entidades multilaterales como el Banco Mundial o el BID, en las que ellos tienen injerencia y que otorgan préstamos, no subsidios. Pero sobre la mesa está la idea de que haya una dependencia de Naciones Unidas, quizá ligada a la Conferencia Marco sobre Cambio Climático.

A esta indefinición sustancial se añaden otras no menores. Si bien se manejan muchas estimaciones globales y de cifras impresionantes, como un piso de 100 mil millones de euros por año durante las próximas décadas, aún no hay ni siquiera una estimación real y precisa de cuánto dinero se necesita y exactamente en qué debería gastarse. No lo tienen ni los aportantes ni los beneficiarios. Así las cosas, el riesgo de dilapidar esas fortunas es concreto y eso acentúa la resistencia de las naciones ricas a desembolsar.

Europa es una de las más activas en pro de un acuerdo climático, y coherente con esta postura ya hizo punta ofreciendo un aporte económico para ayudar a la adaptación, que en rigor es muy inferior al que estiman los ambientalistas como imprescindible para eludir los rigores más fuertes de un clima alterado por la contaminación.

Pero también hace falta dinero para mitigar o disminuir las emisiones de carbono, que al 2080 en el mundo desarrollado deberían recortarse en un 80 por ciento para eludir las tragedias del calentamiento. Y aquí la cuenta es más difícil aún. Cómo se computarán, por ejemplo, las políticas para evitar la deforestación o para generar combustible verde que algunos países encararon per se, sin que los obligue ningún acuerdo internacional. Los subdesarrollados más grandes también tendrán que aportar y, en tal caso, por qué vía: ¿Nutriendo ese pozo que aún no se sabe quién administrará o con acciones limpias en su territorio?

Todo se encamina a que Kioto pueda ser sustituido sólo por un pacto de caballeros con metas para que grandes y chicos contaminen menos, pero sin establecer un sistema de premios y castigos que obligue a cumplir esos compromisos. Así se ganaría tiempo para definir las controvertidas cuestiones pendientes y, de paso, para que Obama pueda conseguir el aval de su Congreso y eventualmente se sume a un acuerdo vinculante.

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